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Hubo un Raúl Torres que se tomaba más en serio el papel de músico. Practicaba los falsetes. Cuidaba de detalles técnicos como el color de su voz. Al cabo logró ensartar algunas canciones en el hilo afectivo de los cubanos, agobiados por la amarga crisis de los años noventa que Castro tan genuinamente apodó "Período Especial".
Hasta ahí no parecía haber más interés que el de trascender en el mundillo de la trova, en el que Torres vagaba por su cuenta. Amaury Pérez, quien lo entrevistó esta semana, dijo que el autor de Candil de Nieve tuvo que abrirse camino sin ser recogido luego por los asientos de una generación.
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Pasó la de Silvio y Pablo, después la de Gerardo Alfonso y Santiago Feliú, y Torres no viajó en ninguno de esos trenes. Habría que ver si desde aquellos días, guitarra en ristre y ojos anhelantes, no tramaba un plan.
Él mismo confesó a Amaury que siendo niño ya dedicaba canciones a la revolución sandinista de Nicaragua o a figuras como Celia Sánchez Manduley, queriendo decir quizás que la vena de adulón le latía en la sien a edad temprana, aunque se refiriera a ello como patriotismo.
Pero esta no alcanzaría a romper el dique hasta la llegada de El último mambí, cuando Torres, en medio del desbarajuste, advertía a Raúl Castro que no lo salvaría ni Dios de su canción. Para entonces, ya la naturaleza carroñera de sus letras lo había conducido al cargo de diputado de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
De modo que nadie hoy se atrevería a asegurar que Torres no le dedique en un futuro próximo unas notas a Díaz-Canel. Igual los vivos no son lo suyo, a excepción de Raúl Castro.
Bien, una vez que el trovador cae en los aposentos “históricos de la Egrem” (De haber comparecido con anterioridad, hubiese disfrutado de los “maravillosos estudios Abdala”) Amaury Pérez Vidal, con su tendencia a adjetivar, no demora en abalanzarse sobre Torres, azucaradamente.
Lo besa aquí y allá, lo abraza, agradece su presencia, destaca su inconmensurable talento. Es, al parecer, un encuentro ansiado. De cierta manera a Pérez le agradaría un rato en el mismo habitáculo con alguien de su condición, astilla del mismo palo.
Como ver en la inmensidad del océano tu propio reflejo, y sentirte feliz por tenerlo ahí contigo. Esa cosa que eres tú al tiempo que no lo es, tiene lo de visión reconfortante. No hay mejor aliado. A fin de cuentas, tu reflejo nadie te lo quita mientras vivas.
No hay que ser la persona más lúcida para adivinar que Pérez evitaría los terrenos escabrosos, obliterando por completo aquel priapismo de Torres surgido al calor de los debates por la carne de avestruz. Recordemos al cantautor invitando a las madres de todos los que habían hecho burlas de la propuesta senil del comandante Guillermo García Frías para que aplacaran su erección.
Acusado de misógino y machista, Torres, el sátiro, no tendría que volver sobre el infortunado asunto: Amaury le ayudará a enterrarlo. Claro, para qué están los amigos, o deberíamos decir los compañeros.
Y ahí están ellos, adulándose mutuamente en Con 2 que se quieran, tercera temporada, una media hora y más previa a la telenovela de turno. La relatividad del tiempo puede hacer sospechar a los trovadores que el encuentro se extinguió en un abrir y cerrar de ojos, mientras que el televidente se pregunta qué rayos les pasa. Deténganse, por favor.
Todos esos minutos, Amaury lleva a Torres a su zona de confort. Cada vez que su invitado entona a petición del dizque entrevistador, este último —o sea, Pérez— se emociona, lagrimea o incluso lo llama “mi niño bello”. Ahora, bien, semejante muestra de patetismo no es del todo nueva. Hace tres temporadas que lo atestiguamos.
Suponiendo que Pérez llevase a un albañil a su programa, se las arreglará para que el personaje le provoque botar una lágrima o dos cuando le cuente, digamos, cómo un ladrillo le machucó un dedo mientras construía una obra de la Revolución. Eso, por ejemplo, sería demasiado para Amaury. No se contendría el pobre.
La entrevista, pues, va por ahí. Torres habla de su nacimiento en una “casita de campo”. Le cuenta que, mucho después, en el año 91, si mal no recuerdo, en Brasil le pidieron que hablara mal de su gobierno, a lo cual, naturalmente, se negó. Un velo de tristeza y orgullo encortina al entrevistador, que vuelve sobre la experiencia en el gigante sudamericano.
Torres dice que entonces, orgulloso de su entereza, se fue a vivir al Amazonas. Rodeado allí de activistas apasionados que aborrecen la deforestación, el trovador cría monos y “majás”. Sobrevive los años entre la selva, México y España. Vuelve a Cuba renovado, listo para enfrentar a la gente que menosprecie a la Revolución o a Fidel Castro.
Le dice a Amaury que su hermana estimó unas mil canciones compuestas por él, pero fue una valoración hecha bastantes años atrás. Torres supone que hoy debe andar por las 1.500. Canciones “sublimes, hermosas”, dirá Amaury. Algunas de cuestionada autoría, como Regrésamelo todo, con similitudes a un tema del trovador matancero Ruben Aguiar.
Algunas otras de perfil necrofílico, inspiradas por la muerte de Hugo Chávez, la de Fidel Castro o la tragedia del vuelo 972, le hicieron merecer el sobrenombre del “buitre de la trova”. Fuera buitre o tiñosa, parecía querer ganarse un sitio entre los tributos post mortem de Carlos Puebla.
En 2016, Torres asumió “Candil de Nieve”, un proyecto cultural en el habanero Barbaram Pepito´s Bar. Tenía desde luego todo el apoyo institucional que muchos artistas hubieran querido o envidiado. El primero en respaldarlo fue nada menos que el Ministerio de Cultura cubano. Torres era el más indicado para defender la trova nacional.
Nadie en el ámbito artístico se dice amante de la revolución y luego no espera nada a cambio. El compromiso de Arnaldo, el del Talismán, fue premiado con una casona en Miramar. Los ejemplos sobran.
“No me gusta encerrarme en mi propio círculo melódico, quiero romper siempre”, dijo a Amaury, enfundado en un saco rojo vino a cuadros, amplios como ventanitas sin luz, que lo albergaba entre sus brazos a cada rato recordándole, entre mocos, su etapa sabinera”, mientras Torres jugueteaba con sus dreadlocks.
Antes de hacer acto de presencia en Con 2 que se quieran, Torres había accedido a hablar con Russia Today, lo cual fue un trabajo más sencillo, si es posible perfilarlo así, porque ahí tendría que responder preguntas al ¿periodista? Oliver Zamora. Pan comido. Con su familiar mediocridad, Zamora le da a Torres por la vena del gusto.
Aquí el entrevistador saca de la chistera el tema político, en honor a la verdad tiene muy pocas arenas donde moverse a placer (su bagaje en todos los sentidos debe ser mínimo), y no es que la política sea uno de sus puntos fuertes, pero le han hecho creer que sí, y uno siempre es lo que cree ser.
Tal es su desvarío que parte de una comparación, irrisoria de solo mencionarla, que una usuaria de las redes hace de Candil de nieve con el éxito de Juan Rulfo, en el sentido de la trascendencia a partir de una obra en particular. Conviene repasar que el autor de Pedro Páramo escribió poco, mientras que Torres presume de haber hecho 1.500 canciones.
Pero nada de esto parecen saberlo ni la persona que hace el comentario ni Zamora. Por su lado, Torres confiesa que le resulta triste ver que se recuerden sus viejos éxitos, al contrario de las nuevas canciones inspiradas por esos “grandes hombres” de Latinoamérica.
Después el trovador ataca la banalidad, o lo que él considera tal, diciendo que es más fácil vender la música basura por ser más fácil idiotizar a la gente. “Me indigna y me sobrecoge que haya discográficas cubanas que solo graben géneros parásitos”, apunta.
Son dos aspectos que, por cierto, le van de maravillas a su obra. El adoctrinamiento al que se ha prestado Torres, también “idiotiza” a la gente. Y, luego, ¿es el reguetón, el trap, o ese adefesio cubano del merengue electrónico, menos parasitario que las entregas más recientes del cantautor?
Cabalgando con Fidel, dice a Russia Today, fue escrita de un tirón entre las 5 y las 6 y 30 de la mañana. Al saberse del deceso de Castro, el trovador vertió en la hoja, según declarara, sus lecturas de La victoria estratégica, un libro con pasajes autobiográficos del llamado “líder histórico”.
De cada canción, pretende sacar algo positivo que le haga algún bien, eso le explica a Amaury.
Mano en la barbilla, Pérez alude a la “tragedia” de haber perdido al Comandante en Jefe, para significar que Raúl Torres fue capaz de agarrar todo el dolor del momento y convertirlo en “una canción eterna”. Le pide a su invitado que entone Cabalgando…Es complacido en el acto. Al final de la ejecución, Amaury se levanta. Snif, Snif. Abrazo. La escena se desvanece pronto, como todo lo sólido.
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