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Cada cual entiende el fútbol –y el Mundial- como le viene en ganas. Es un derecho que nos asiste a todos. Esta columna sintetiza mis impresiones de cada jornada en la fiesta mayor del deporte más hermoso del mundo.
La jornada
Argentina es un país enorme, con jugadores grandes y una historia gigantesca; Islandia tiene menos de 400.000 habitantes y este Mundial marca su debut en la principal escena futbolística. Pero más vale no aferrarse a lo pasado: la albiceleste se clasificó angustiosamente en la última fecha de las eliminatorias, y los vikingos se gastaron el alarde de encabezar su grupo sobre Croacia, Ucrania y Turquía.
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Así y todo, al comienzo hubo buenas noticias. Al comienzo Higuaín no era de la partida titular –bravo por Sampaoli- y el Kun Agüero se encontraba con el gol tempranamente, como anunciando que esta vez no sería más de lo mismo. Simple y llana ilusión.
Los islandeses respondieron enseguida con esa sangre fría que traen de las tierras del norte. Llenas de barbas rojas, las tribunas hacían una fiesta colosal, convencidas de que el rival estaba a tiro.
Y vaya si era así. Argentina, que es un gran productor de carne vacuna, podría serlo también de flanes industriales si exportara debidamente su defensa. Para colmo, Di María era una anécdota en el campo, Lucas Biglia solo existía como un paisaje a oscuras, y Messi batallaba, insistía, pero muy lejos de vivir su día más lúcido.
El ‘10’ tuvo actitud, mas no eficacia. Tiró y tiró, unas veces entre los tres palos; en otras, desviado.
Ensayó varias gambetas que los muros islandeses rechazaron. A cada rato se quedó esperando alguna devolución de pared que nunca se intentó. Sin embargo, en el tramo decisivo erró un penal y eso pesó en que ahora se compliquen las cosas de cara a los octavos. Mal no estuvo, pero de todos modos quedó en deuda.
El gol
El cañonazo que sacó el Kun dentro del área.
El equipo
Islandia, más brava que cualquiera.
La individualidad
El meta Halldorsson, que aseguró el empate con sus estiradas.
El fiasco
Con la venerable excepción de Mascherano, la zaga argentina levantó un monumento a la vergüenza.
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