En muchas ciudades del mundo las llamadas “estatuas vivientes” o “estatuas humanas” se han venido convirtiendo, desde hace años, en un notable fenómeno socio-cultural.
En La Habana comenzaron a hacerse populares hace menos tiempo, principalmente en las zonas del casco histórico de La Habana Vieja, donde hay más afluencia de público.
Uno de los principales méritos de estos singulares artistas es permanecer inmóviles durante largos períodos de tiempo. Quietud que solo se ve interrumpida durante algunos instantes, cuando un espectador ofrece una moneda, momento que sirve de marco a una pequeña performance, que acaba acompañada de una fotografía.
Maquillaje, interpretación, concentración y profesionalidad se dan la mano en un oficio difícil, digno de admirar y con una compensación muy variable.
Obreros plateados, hadas, arlequines y el que no podía faltar: el Caballero de París, dan un poco de luz a las calles de La Habana.
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