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El poder económico de la esforzada y solidaria emigración debe y puede convertirse en una fuerza política democrática al servicio de la nación cubana, sin tic autoritarios ni excluyentes; aislando a la casta verde oliva y enguayaberada y a sus cómplices, y dejando claro a Europa y Estados Unidos que Cuba no necesita subvención de proyectos a imagen y semejanza de gobiernos extranjeros; sino que demanda libertad, democracia plena, desarrollo económico, justicia social y felicidad.
Cuba está pagando el precio de la irresponsable renuncia de la mayoría de sus hijos a asumir el destino de la nación, como algo propio y necesario; del actual gobierno nada debe esperarse porque fue diseñado e impuesto para conservar el derecho de pernada de las famiglias Castro-Ruz y Castro-Espín-Rodríguez.
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Tanta es la afrenta que el jinetero gobierno cubano se permite vender la eliminación de las prórrogas del inservible pasaporte y una aquilatada reducción de su coste en Estados Unidos; como la gran renovación del universo.
José Borrell, que este jueves llega a La Habana, debe y puede dar un giro a la política europea frente a los desmanes de sus dictatoriales huéspedes; pero los cubanos deben albergar escasas esperanzas de renovación, porque Europa vive su propio drama y Cuba es asunto menor.
Europa tiene la mala costumbre de guiarse por el criterio de las antiguas metrópolis coloniales para abordar sus relaciones con países de África, Asia y América Latina; juntando razones y pasiones en un asunto en que no caben sentimentalismos ni complejos; solo coherencia democrática y eficacia.
La oposición y el activismo cubanos deberían también cambiar su política y abrirse al diálogo con todas las fuerzas políticas del arco europeo y abandonar el nocivo hábito de sólo hablar con partidos de derecha que -cuando llegan el poder- asumen la política de Estado que su condición obliga.
Por si fuera poco, Europa -pese a que debe mucho a Estados Unidos porque ayudó a liberarla del fascismo; junto con la Unión Soviética, y puso en práctica el generoso Plan Marshall, siempre ha sufrido un complejo antiyanqui, que es solo emocional, porque al final acaba subordinándose a Washington, como ocurre en la guerra rusa contra Ucrania.
La OTAN y los pactos políticos y económicos entre Estados Unidos y Europa dejan poco espacio a la imaginación, pero Cuba es la rendijita ideal para que socialistas, nacionalistas de izquierda y comunistas europeos retocen a placer con el tardocastrismo, al que malcrían una y otra vez; como si los caimanes pudieran ser vegetarianos.
En privado, algunos altos cargos europeos aseguran a opositores y activistas cubanos que comprenden su lucha y comparten parcialmente sus puntos de vista; pero luego esa simpatía sotto voce nunca se materializa en sanciones efectivas contra los piratas del Caribe, que tienen récord de empobrecimiento y desigualdad; flagelos que contradicen el ideario de Europa.
Durante años, la vieja dictadura cubana se benefició de una mayoría notable de socialdemócratas en los gobiernos europeos; siempre beligerantes contra Augusto Pinochet y otros dictadores de derecha y mansos ante el caudillo caribeño, que los engañó una y otra vez, con promesas de abordar reformas democratizadoras, siempre aplazadas.
Europa, bajo influjo socialista, creyó que apostando por un diálogo crítico con La Habana, Fidel Castro se convertiría a la democracia y ni siquiera reaccionó al aldabonazo del entonces líder cubano a Felipe González, con el símil de Sagunto y Numancia, durante una entrevista privada en Brasilia, ni a la lapidación de Robertico Robaina, que atribuyeron a su buena sintonía con su homólogo español Abel Matutes.
José L. Rodríguez Zapatero, ese optimista antropológico, se tragó a los 75 presos de la Primavera Negra (2003) y sus familiares; ayudado por la siempre cooperativa Iglesia Católica; algún politólogo lúcido debería analizar esa antinatural confluencia de sotanas con hoces y martillos, masones y socialistas.
De hecho, los aliados del tardocastrismo en Europa no leen las propuestas de la oposición cubana, sólo las descalifican al estilo del aparato de propaganda del pan con na'; acusando a probados demócratas y ex presos políticos, de aliados del fascismo y la ultraderecha, en esa maniquea reiteración de una supuesta superioridad moral del rojerío sectario.
La fórmula es copiada de España, donde los socios del presidente Pedro Sánchez, fantasean con soluciones de hambre bolivariano y apoyan cuanta orden reciben de La Habana, como el intento fallido de alquilar médicos durante la pandemia de coronavirus y promover la aprobación en ayuntamientos y comunidades autónomas de resoluciones de condena al embargo estadounidense y proyectos de cooperación de dudosa rentabilidad para los cubanos aplastados por la ira comunista.
Mientras no cambien las actuales circunstancias, ya pueden visitar La Habana obispos, emperadores y masajistas europeos; que solo conseguirán una declaración de "diálogo franco y cordial" y variadas peticiones de euros para sufragar la represión contra cubanos.
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