Nat Chediak y la mala memoria del Festival de Cine de Miami

A la visión adelantada de Chediak le debemos haber colocado a Miami en el mapa de los festivales cinematográficos del mundo y haber convertido a la ciudad en un escenario privilegiado para la exhibición del mejor cine de la época.

Nat Chediak en su estudio en Key Biscayne, Miami.. © Cortesía de Conchita Espinosa-Chediak
Nat Chediak en su estudio en Key Biscayne, Miami.. Foto © Cortesía de Conchita Espinosa-Chediak

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Este artículo es de hace 1 año

Comienzan a apagarse las luces del 40 Festival Internacional de Cine de Miami después de 10 intensas jornadas de películas, alfombras rojas y celebraciones en la ciudad. El cierre festivalero coincide con una fecha de exaltación cinematográfica, la noche de los premios Oscar, como renovado aliento para proseguir el convite de las imágenes, las celebridades y el arte que alienta nuestras vidas por encima de cualquier extravío.

Que un festival de cine esté cumpliendo 40 años, en Miami y en cualquier parte del mundo, es un acto de heroica prevalencia cultural, de madurez institucional y de consolidación de una audiencia. Un estandarte de orgullo para cualquier comunidad. Y por eso mismo, llegado el día de hoy, no puedo menos que cuestionarme que en este aniversario de cuatro argollas para el evento miamense no se haya reservado un pilar de homenaje a su fundador, inspirador y estratega por 18 años: el cubano Natalio “Nat” Chediak.


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Resulta no solo un acto de torpeza organizativa, sino también un penoso ninguneo excluir a Chediak del reconocimiento que se merece como gestor de este proyecto, nacido de sus tenaces esfuerzos y capacidad de convocatoria en el ya lejano 1983.

A la visión adelantada de Chediak le debemos haber colocado a Miami en el mapa de los festivales cinematográficos del mundo y haber convertido a la ciudad en un escenario privilegiado para la exhibición del mejor cine de la época. Fue desde su nacimiento un foro para descubrimientos y homenajes de filmes y figuras, noveles o históricas, que legitimaron año tras año la trascendencia artística y social del evento.

Chediak tuvo la lucidez para crear un festival a imagen y semejanza de Miami. Un festival caracterizado por la diversidad de sus propuestas temáticas y estéticas.

Miami fue un puerto de entrada para el nuevo cine español y para el debut de Pedro Almodóvar, con las cartas credenciales de Entre tinieblas (1983) y ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984). El propio Almodóvar reconoce que “Nat me descubrió para Estados Unidos”, pues luego de estas exhibiciones fue que las obras del realizador español cobraron interés para la cartelera del MOMA de Nueva York.

También Chediak concedió espacio para mostrar los vibrantes y cuestionadores filmes de grandes directores de Europa del Este; del chino Zhang Yimou y a linterna roja (1991); del cine iraní y otras hasta entonces desconocidas cinematografías nacionales que fueron luego resonando en plazas más establecidas… El criterio de inclusión abarcó a Wenders, Tavernier, Hallstrom, Trueba, Kiarostami. Y no tuvo reparos en estrenar La vida es silbar (1998), la memorable cinta del realizador cubano Fernando Pérez.

Es imprescindible recordar que el festival tuvo desde sus inicios como padrinos permanentes a figuras como Guillermo Cabrera Infante y Néstor Almendros, ambos amigos entrañables de Chediak y referentes del rigor que primó a la hora de seleccionar tanto las películas como los invitados.

Todo esto fue resultado de la dedicación incansable de Chediak a la promoción del cine de arte en su ciudad de adopción en exilio. Los orígenes del Festival se remontan a 1970, cuando fundó la Sociedad Cinematográfica de la Universidad de Miami, y posteriormente se enroló en la aventura de abrir cines de arte y ensayo, y mantener la cinemateca local con una programación encomiable.

No me parece ocioso insistir en que el hombre que hizo posible la quimera del Festival de Miami es un apasionado irreductible del cine, el jazz y la música cubana, con una sensibilidad y un olfato que lo califican de modo excepcional, enciclopédico, en una gama de funciones que van desde la programación, la producción, la historiografía y la crítica.

En su lista de “aportes musicales” hay que sumarle seis premios Grammy (tres Grammy y tres Grammy Latino) como productor de los discos de jazz latino El arte del sabor (2003), Bebo de Cuba (2006) y Juntos para siempre (2010), así como su documentado Diccionario de Jazz Latino (1998).

Lo ha hecho con sabiduría, con tolerancia y amplitud cultural, ingredientes poco comunes en estos tiempos de simplificación y politiquería insensata por todos los costados y en casi todas partes.

No pongo en dudas los esfuerzos de otras instituciones locales como la Universidad Internacional de la Florida y el Miami Dade College para mantener a flote el evento tras la salida de Chediak de la organización y selección del programa fílmico del evento. Pero el sello personalísimo que él supo imprimirle al festival lo hicieron un acontecimiento único e irrepetible para esta ciudad.

Tener a una personalidad como Nat Chediak en Miami y en Florida es un lujo que creo no hemos sabido aquilatar y reconocer debidamente. Por eso, me parece imperdonable que los festejos del aniversario no hayan tenido la elemental delicadeza de hacer justicia histórica con su legado de fundación y permanencia. Por amor al cine y a un Miami que puede ser mejor.

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Wilfredo Cancio Isla

Periodista de CiberCuba. Doctor en Ciencias de la Información por la Universidad de La Laguna (España). Redactor y directivo editorial en El Nuevo Herald, Telemundo, AFP, Diario Las Américas, AmericaTeVe, Cafe Fuerte y Radio TV Martí.


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