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Sin lograr su mejor puesta en escena, Argentina dispuso de México dos goles por cero y se quitó las toneladas de presión que le habían caído encima desde el aciago estreno contra los sauditas.
Ayer se cumplieron dos años de la muerte de Diego Maradona, y este sábado (¿mano divina o caprichos del azar?) Lionel Messi igualaba sus 21 salidas a las canchas mundialistas en un duelo que significaba un examen de carácter para la albiceleste tras el referido varapalo.
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Argentina no había sido eliminada en una fase de grupos desde el Mundial de 2002, y le tocaba alzar la frente contra unos siempre aguerridos mexicanos que empataron en su estreno ante Polonia.
Dicho en pocas palabras, para la Scaloneta se trataba de una final en el estadio donde se jugará la final, el Lusail, cuyo atestado graderío vivía la calentura de dos aficiones radicales.
Rosarino como la “Pulga”, el técnico Gerardo Martino modificó el esquema y sacrificó un delantero con el afán de incomodar al adversario en zona de volantes.
Mientras, lógicamente decepcionado con lo visto en el debut, su par argentino introdujo cinco cambios.
A saber, Lisandro Martínez entró por Cristian Romero en el centro de la zaga; Gonzalo Montiel y Marcos Acuña ocuparon los laterales en lugar de Nahuel Molina y Nicolás Tagliafico, respectivamente; y en la mitad del campo hizo su aparición Guido Rodríguez por Leandro Paredes. Finalmente, “Papu” Gómez cedió su puesto a Alexis Mac Allister.
El plan táctico del “Tata” funcionó en el primer tiempo. Congestionado el tráfico en el centro del terreno, las escuadras se enfrascaron en un juego trabado y por ende aburrido, donde las únicas ocasiones reales fueron un centro que Héctor Herrera no pudo empujar a las redes por centímetros y un cabezazo arriba de Lautaro Martínez.
En ese tramo, al hombre más adelantado de Argentina la pelota no le llegó más de tres veces, en tanto Messi tuvo que retrasarse todo el tiempo para entrar en contacto. Los nervios hacían estragos en el campeón de América, que cometía clamorosos errores no forzados (con Rodrigo de Paul como estandarte).
El equipo movía el balón con lentitud, no ofrecía líneas de pase y el único que se intentaba rebelar del control mexicano era Ángel Di María.
Enfrente, el Tri se limitaba a estorbar el juego de los sudamericanos, sabedor de que el empate le resultaba más provechoso que al rival. Su apuesta era sencilla: robar la pelota y encomendarse a lo que pudieran hacer Hirving Lozano o Alexis Vega.
A la hora de partido todo estaba igual que al comienzo. Empezaron los reemplazos (el más llamativo, Julián Álvarez por Lautaro), y fue ahí que la marca mexicana soltó por un instante a Leo Messi, quien cobró a sobreprecio el error con un zurdazo desde lejos (m.64). La celebración fue una de las más exultantes de toda su carrera, y Argentina sintió que volvía a la vida en el Mundial.
Scaloni, temeroso de perder la escasa renta, blindó el campo (sacar a Di María lució excesivamente tímido), México lo intento por lo militar y lo civil, pero un golazo del suplente Enzo Fernández le puso fin al contencioso.
Hay quien dice que Diego no paró de empujar desde los cielos.
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