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Sin que sea una sorpresa tan grande como la firmada por los Halcones Verdes a costa de Argentina, el empate sin goles de Túnez ante la poderosa Dinamarca constituye otro botón de muestra de que a este nivel no hay adversario derrotado a priori.
El choque no vio goles, pero nadie tuvo tiempo de dormirse. Sobre el césped del Education City Stadium hubo dos selecciones que propusieron todo el tiempo y jugaron a ida y vuelta, aunque sin fortuna de cara al arco ajeno.
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Dinamarca, que no es aquella que deslumbró al mundo en los 80 pero viene de ser semifinalista de la Euro, amenazó a balón parado y lo movió a ritmo de vértigo, con internadas por las bandas y un vistoso juego al primer toque.
Túnez, en tanto, probó que ya no se limita a defenderse (su argumento futbolístico de siempre) sino que sabe hacer las cosas de tres cuartos de cancha en adelante. Y si no se fue al descanso por delante en la pizarra, se debió al paradón realizado por Kasper Schmeichel sobre la picadita de Issam Jebali, quien curiosamente milita en la liga danesa.
Definitivamente, esta versión de Túnez es la mejor que ha presentado en los Mundiales (el equipo ha tomado parte en cinco de las últimas siete citas planetarias). El entrenador Jalel Kadri le ha inyectado varias ámpulas de inteligencia táctica, y ha creado en el grupo la conciencia de que son militares más que jugadores. “12 millones de tunecinos esperan la victoria”, les ha dicho a sus hombres.
Así, sin futbolistas renombrados pero con una notoria identidad colectiva, las Águilas de Cartago llevan rato mereciendo elogios, y llegaron a Qatar con la ilusión de superar la fase de grupos por primera vez.
Lo que ocurre es que este martes tenían enfrente a un adversario complicado, capaz de obrar proezas como la de ganar una Eurocopa habiendo sido invitado de último momento (en 1992, con el padre de Kasper bajo palos), o de sobreponerse al trauma de la parada cardiaca de su estrella Christian Eriksen y colocarse a punto de llegar a la final en el campeonato europeo de 2020.
Dinamarca sabe imponer el físico, tiene buenas maneras para manejar la pelota, presiona alto y sus elementos de arriba rotan constantemente de lugar. Encima, se defiende con tanta solvencia que mantuvo su portería a cero en ocho juegos de la clasificatoria de su continente, más que ninguna otra selección participante allí.
De manera que había dos selecciones de respeto, y la pulseada del Education City Stadium siguió siendo de toma y daca al regresar de los vestuarios. Tras algunas variantes introducidas por el técnico Kasper Hjulmand, la Dinamita Roja empezó a tomar la sala de controles, y en el '68 el cancerbero Aymen Dahmen le sacó un zambombazo al propio Eriksen, y en el '69 el suplente Andreas Cornelius malogró una ocasión inmejorable con un golpe de cabeza que fue a parar al poste.
Los minutos pasaron, los rojos insistieron todos y con todo, pero nada cortó el vuelo de las Águilas, que sacaron un punto de oro en plan guerreros. Justo como se los pide su DT.
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