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El periodista, editor y librero cubano Pedro Yanes, un auténtico promotor de cultura, ha muerto este domingo en Miami a los 95 años. La noticia me llena de tristeza por múltiples motivos, pero sobre todo porque desaparece uno de los focos vivos de historia y cultura cubanas del siglo XX, y un patriarca de los libros y la literatura en español en Estados Unidos.
Pedro era una enciclopedia que atesoraba acontecimientos históricos y perfiles de personajes con los que compartió en Cuba y en el exilio durante una existencia que nos parecía anclada en la eternidad. Conversar con él de cualquier suceso o personaje era una aventura fecunda, enriquecida por el testimonio y el detalle más increíbles. La historia desfilaba ante nuestros ojos con una sensación de que estábamos inmersos en ella, escuchando las voces en primera fila, percibiendo el aliento de los actores o casi sintiendo los ruidos de la época, como conducidos por el protagonista del cuento de Borges, Funes, el memorioso, en esa “larga metáfora del insomnio” que es Cuba y lo cubano por todas partes.
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Nacido en 1927 en Sagua la Grande, antigua provincia de Las Villas, Pedro compartió en su juventud con una pléyade de figuras políticas, artísticas, periodísticas, que van desde Fidel Castro, Rolando Masferrer, Jorge Mañach, José Pardo Llada, Agustín Tamargo y Lino Novás Calvo hasta Valentín González González, el famoso Campesino de la Guerra Civil Española. Tenía el síndrome del sabio, porque nada que tuviera un atisbo de interés parecía serle ajeno a sus recuerdos.
Exiliado desde abril de 1960, Pedro se estableció en Nueva York, donde gestaría una obra de altos quilates para los escritores y la literatura en español en Estados Unidos desde la librería Las Américas, catedral de la cultura hispana en la capital del mundo. Fundada en la década de 1940 por el inmigrante italiano Gaetano Massa, la librería emergió desde el sótano de una casa a convertirse en un centro de irradiación de literatura y arte, parada inevitable de los más connotados autores iberoamericanos de la época.
Pedro fue su director y adquirió la propiedad hacia 1979. Las Américas, librería y casa editorial, se mantuvo abierta hasta que los costos de alquiler del espacio en Union Square West, en Manhattan, y la rampante invasión de lo superfluo, dictaron su final en 1984. El inventario de títulos rondaba los 600,000 ejemplares, pero la suerte del lugar estaba echada y los designios del mercado resultaron un espejo de los rumbos aciagos de la "cultura actual": el edificio de Las Américas dio paso a un McDonald’s.
El listado de celebridades que acogió Las Américas por más de cuatro décadas es en sí mismo un cuerpo histórico y literario que habrá que rescatar alguna vez para la memoria de nuestro tiempo: Alberti, Rulfo, Vargas Llosa, Juan Goytisolo, Carlos Fuentes, Cabrera Infante, Manuel Puig, Reinaldo Arenas, Heberto Padilla...
Conversé mucho con Pedro y sus orientaciones y pistas me fueron de enorme ayuda en mis comienzos como reportero de El Nuevo Herald hace ya más de 25 años. Tenía una especial bondad para contribuir y encauzar, y las afinidades comunes nos llevaron a tejer una relación de amistad que se estimuló, esencialmente, por vía telefónica. Quedábamos siempre comprometidos para la próxima charla y para la larga entrevista que permanecerá incompleta, con algunos segmentos grabados en mi archivo de minicassettes.
El patrimonio cultural cubano está en deuda con Pedro Yanes, cubano de todas las cubanías, como lo evocó alguna vez el escritor J.J. Armas Marcelo. Cuando se nos escapan estas figuras icónicas de nuestra contemporaneidad, sentimos un vacío insondable, una orfandad repetida ante la ausencia de una voz que nos permitía entendernos desde la Historia.
Lamento que en las arenas del exilio, donde tanto homenaje tonto acude a entregar diplomas y llaves a nombres del paisaje efímero, Pedro no haya tenido el tributo y el reconocimiento pleno que su talento, su probidad intelectual y su obra gigantesca merecían desde hace tiempo.
Paz y buen viaje, querido, inolvidable Pedro. Ya sabemos dónde estarás y dónde buscarte, porque el Paraíso soñado es una biblioteca infinita.
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