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El periodista cubano y acérrimo paladín de la dictadura, Iroel Sánchez, dio una espeluznante lección de trascendencia a quienes llamó “odiadores”, a propósito del aniversario de la muerte de Ernesto (Che) Guevara.
“Aprendan lo que es trascendencia, odiadores. #ChePorSiempre”, dijo el Agustín de Hipona del régimen totalitario cubano, dirigiéndose a los descarrilados de la llamada “revolución” y las ovejas negras del activismo y la sociedad civil cubana, a los que la “continuidad” cambió el nombre de “gusanos” a haters, porque es más cool y sexi.
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La lección en cuestión vino resumida en una imagen: la de un niño cubano besando una imagen del Che grafitada en una columna. La labilidad emocional del Palacio de la Revolución es patente. Díaz-Canel debería sacar las tumbadoras y Lis Cuesta la flauta para animar a la peña, aunque sea llorando a Papá Montero.
El que fuera presidente del Instituto Cubano del Libro, dejó clara sus "aptitudes" para haber ostentado semejante cargo. Así como los platónicos “trascendieron todos los cuerpos buscando a Dios”, Iroel vació su gruesa humanidad para dejar una bosta adoctrinada como imagen de trascendencia.
Abierto en canal a la dimensión misteriosa de lo inmanente, el vulgarizador del régimen quedó extasiado con una imagen que nada dice, salvo indicar el riesgo de sufrir un ictus para quienes descifren en ella un sentido trascendental.
Aunque sí dice la imagen de Iroel. Dice que el régimen, del cual es un feliz acólito, sigue usando a los niños para su propaganda, a pesar de haber aprobado un código que pretende su mayor protección.
Dice que la “continuidad” es tan mediocre que ni siquiera cuenta con cuadros del Departamento de Orientación Revolucionaria capaces de hacer aquellos carteles que imitaban el realismo socialista de los bolos.
Dice que la dinastía Castro se cree que los cubanos son tontos y se les puede poner un boniato de presidente si agita los símbolos de la vieja guardia revolucionaria, si canta “aquí se queda la clara, la entrañable transparencia”, etcétera.
Dice, entre otras muchas, una cosa que salta a la vista de cualquiera, tenga o no tenga la pupila insomne: que el régimen totalitario cubano está tocando fondo, que se hunde irremediablemente a pesar de los Iroeles que todavía firman manifiestos y suplicatorios redactados por Prietos y Trianas de la vida, acodados en la barra de la UNEAC.
Ese niño que besa la imagen del Che avisa del ridículo creciente del discurso del régimen, del último cartuchazo que les queda para separar y sembrar el odio entre cubanos, de esa libertad que sobrevuela Cuba mientras las tiñosas persisten en acechar el Palacio de la Revolución.
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