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La escritora y periodista española Alejandra Alloza Lafuente, sorprendida por el interés creciente que el fútbol despierta en Cuba, ha enviado a nuestra redacción su libro Tacones en el banquillo, una indagación femenina en un mundo cerrado de hombres, hasta el extremo que la designación de entrenadores y árbitros mujeres siguen siendo noticias de portada en los diarios deportivos.
Pero no crea el lector que se adentrará en un alegato feminista, tan abundante en la sociedad actual, quizá lo más femenino de Tacones... -título almodovariano- sean su autora y su protagonista, una mujer contemporánea al que un grupo de pícaros designa entrenadora de un club de fútbol de Segunda División, a punto de entrar en esa constelación de estrellas con dinero, mucho dinero, en que han devenido las ligas europeas.
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Solo una mujer con mirada aguda podía atreverse a husmear y desentrañar una religión masculina, donde la testosterona se subordina a la chequera y la genialidad de un diamante en bruto, importado de Iberoamérica, África, los Balcanes o el Magreb, se convierte en carne de periódicos y revistas y tema de conversación de lunes en bares y parroquias.
Alejandra no deja títere con cabeza en el apasionante y apasionado mundo futbolero y el primer taconazo lo suelta contra los jóvenes periodistas recién graduados, con excelente formación bilingüe, pero ansiosos por el estrellato y dispuestos siempre a comer con el presidente de un club para recibir coordenadas precisas e influir; mientras convierten las ruedas de prensa de entrenadores y otros directivos en pelotones de fusilamiento mediático.
El fútbol es argumento; cada capítulo del libro está titulado como una jugada en el campo, pero el libro navega en dos ejes principales: el hedonismo monetario que preside la competición y la condición humana de sus coprotagonistas, casi siempre seres luminosos, pero atrapados en la triste condición de ganar a cualquier precio; dejándose jirones de piel en cada lance y sin apenas alimento para el alma, excepto el barullo de triunfos, dudas y derrotas. Como la vida misma.
El amor, siempre el amor. Esta vez de Berta y Alexander. Ella hija de entrenador, él estrella que apenas habla español y necesitado de afecto y oído; como la mayoría de los triunfadores; cuando pueden despatarrarse en un sofá, hablar sin parecer robots y hasta pedir auxilio en un supermercado.
Y la amistad leal, el compañerismo, como casi un pacto de sangre entre trabajadores del fútbol; los primeros en caer en momentos de crisis, cuando dueños y directivos intentan regatear por las bandas, periodistas y fanáticos patean balones hacia el centro del campo, como si fueran misiles, y la masa saca pañuelos en los estadios hasta el siguiente y temporal alborozo.
Ya no se lleva morir con las botas puestas, solo maletines para amañar resultados y engrasar crónicas de domingo, cuando abuelos y nietos acuden a los estadios como si fueran réplicas del Coliseo romano, el fútbol es asunto viejo y de hombres; las mujeres como mascotas y reclamos para incautos y la prensa del coure, que ha encontrado en futbolistas y sus parejas un balón de oro.
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