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Hace 50 años, el mundo posó su mirada en Reikiavik, capital de Islandia, donde un tablero de ajedrez enfrentó a las superpotencias de la época, Unión Soviética y Estados Unidos, en un duelo protagonizado por el entonces campeón del mundo, Boris Spassky y el retador Robert "Bobby" Fischer y cargado de política, patriotismo, vanidades y dinero.
En paralelo, 1972 fue el año de "El Padrino" y "Cabaret" (Bob Fosse), pero el duelo mundial entre un soviético y un norteamericano cambió la historia del ajedrez y fue carne de sesudos análisis, libros, reportajes, documentales y hasta películas; incluido un intento de Milos Forman que, en 1978, quiso rodar el match, prescindiendo de actores, Spassky estaba dispuesto, pero el director de "Alguien voló sobre el nido del cuco" desistió ante la incompatible personalidad de Fischer con las exigencias cinematográficas.
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El combate de los dioses, llamó el también campeón mundial Garri Kasparov al duelo que encumbró a Fischer, por poco tiempo, porque de héroe nacional pasó a enemigo público número 1 ante la protestante sociedad norteamericana, que aplaudió a rabiar los destrozos de su ídolo contra Mark Taimánov, Bent Larsen y Tigrán Petrosián, pero no entendió sus aparentes desplantes y manías.
La Unión Soviética se tomó el envite como una tarea priorizada por el entonces todopoderoso PCUS, con Leonid Brézhnev como jefe, que ordenó una movilización general y asignó la dacha destinada al disfrute del gobierno, en Arjyz (Cáucaso norte) a Spassky y sus entrenadores, que rendían informes a Piotr Demichev, miembro del Secretariado del partido comunista.
Los ex campeones mundiales Mijaíl Botvínnik, Vasili Smyslov, Petrosian y Tal, además de otros astros sin corona como Víktor Korchnói, Paul Keres, Aleksandr Kotov y Yuri Averbaj formaron el equipo soviético, persuadido de derrotar a Fischer porque le sobraba autoestima; un método usado luego cuando Anatoli Karpov se enfrentó al desertor Víktor Korchnói; que había sido previamente desplazado por los comunistas para promocionar jóvenes valores como el propio Spassky.
Todo este andamiaje fue secreto hasta que, veinte años después, se publicó el libro "Los rusos contra Fischer", Sergei Voronkóv y Dimitri Plizétsky, con testimonios de los implicados y revelaciones como esta: "El Comité de Entrenadores, en vista del resultado totalmente insatisfactorio con que finalizó el match, sin precedentes en la participación soviética en eventos internacionales, ha decidido que en julio habrá una reunión especial con objeto de reunir y debatir toda la información disponible y formular recomendaciones sobre aperturas, estrategia y táctica a emplear contra Fischer".
Mientras la maquinaria soviética afilaba sus armas ajedrecísticas contra el adversario, Fischer se encerró en un hotel de Nueva York, donde hacía deportes y estudiaba minuciosamente las partidas de Spassky; reproduciéndolas en un tablero de bolsillo y convencido de que aplastaría al ruso, aunque su profundo conocimiento de los adversarios y su incipiente paranoia provocaron que exigiera guardaespaldas en Reikiavik.
Spassky, un caballero dentro y fuera del tablero, elogió a su rival, llamándolo maravilloso jugador y avisando que sin Fischer el ajedrez sería más aburrido y llevaba razón porque el norteamericano no ahorró emociones en los previos del match, ausentándose incluso de la inauguración y el sorteo del día siguiente; incomparecencias que intentó aprovechar la delegación soviética para -justamente- pedir su descalificación; pero el entonces presidente de FIDE y ex campeón mundial, Max Euwe, persuadió a ambos. y jugaron.
Bobby Fischer solo apareció cuando un mecenas inglés, James Slater, dobló la bolsa de premios, elevándola hasta un cuarto de millón de dólares; aunque especialistas y periodistas atribuyeron la comparecencia a una llamada de Henry Kissinger, el genio dejó claro que no fue el célebre político quien puso los 130 mil dólares que faltaba para ilusionarlo.
El numeroso séquito soviético contrastaba con el minúsculo equipo de Fischer, que aterrizo en Islandia, el 4 de julio de 1972; acompañado por solo tres personas, incluido William Lombardy, gran maestro y clérigo que aportaba más apoyo espiritual que ajedrecístico.
Cuando Bobby no acudió al sorteo, Spassky estalló. Se sintió insultado, pero Fischer entendió que debía pedir perdón y arregló el encontronazo, pero los soviéticos pensaron que estaban ante una estrategia concebida y planeada por un eminente psicólogo; táctica a la que atribuyeron el empecinamiento de Spassky en no aceptar ganar por no presentación y medirse en el tablero para dilucidar quien era el mejor del mundo.
El 11 de julio, fecha de la primera partida, llegaron a un final igualado, cuando Fischer se comió un peón envenenado y perdió; error que llevó a Kasparov a concluir, años después, que el norteamericano aun no estaba preparado para la lucha y, aunque se encerró a estudiar su biblia, como llamaba Lombard al libro rojo, perdió la segunda partida, al no presentarse, alegando que los equipos de filmación lo ponían nervioso y afectaban sus pensamientos.
Fischer siguió exigiendo tonterías, como que los semáforos de la isla debían estar siempre en verde para él, pero en medio coló algo importante, la tercera partida debía jugarse a puerta cerrada. El árbitro, Lothar Schmid, persuadió a Spassky, que podría haberse enrocado allí mismo y mantener la corona sin mover un peón más; pero estaba obsesionado con derrotar al norteamericano y aceptó su propuesta; error que lamentó después.
Pero una fuente cubana, con larga data en el ajedrez, sostiene que Spassky aceptó las condiciones impuestas por Fisher por dinero. El soviético ya había ganado el campeonato mundial y los comunistas no le pagaron nada y; aún perdiendo contra Fisher, ganó mucho más que siendo campeón; aunque tampoco descarta que el ego le haya jugado una mala pasada a Spassky.
Fischer perdía 2-0, pero no tardó en remontar. El 16 de julio ganó la tercera partida y, después de la sexta ya iba por delante; una reacción que llevó al soviético Mijail Botvinnik a hablar de chanchullos de la CIA; en alusión a que Spassky parecía drogado, olvidaba sus análisis de apertura y no hacia jugadas ensayadas previamente con su equipo; circunstancia que llevó a los soviéticos a pedir el desmontaje de la silla del retador norteamericano, alegando que estaban convencidos que ocultaba algo.
Efim Geller, uno de los ayudantes de Spassky, se quejó de forma oficial por el uso de elementos electrónicos o sustancias químicas; provocando un ataque de risa en Fischer, que sabiéndose ganador, accedió al desmonte de la silla, donde aparecieron dos moscas muertas; hallazgo que propició la propuesta del corresponsal de The New York Times de practicarles la autopsia. Kasparov criticó el ambiente "espía" de la delegación soviética y el hecho de que todo lo relacionado con la preparación de Spassky fuera "material clasificado".
Fischer venció por 12,5 puntos a 8,5; tres partidas antes de agotar las 24 programadas. Ganó 7, perdió 3 y firmó 11 tablas, pero el camino no fue tan sencillo, después del paseo que supuso la remontada, pero nunca vio en peligro el campeonato. Era el triunfo de la determinación de un solo hombre contra un imperio; como proclamó la mayoría de la prensa occidental de la época; con excepción de la cubana.
En la ceremonia de clausura, celebrada el 3 de septiembre, Fischer tuvo un gesto clave para entender su personalidad; Euwe le dio el sobre con su cheque; ante dos mil personas, y extendió su mano, pero Bobby, sin prisa, abrió el sobre, comprobó el cheque, lo guardó en la chaqueta y solo entonces estrechó la mano al presidente de la FIDE.
En la comida oficial posterior; ajeno a todos, Fischer terminó su plato y rebuscó en su bolsillo. Algunos pensaron que fuera a comprobar el cheque de nuevo, pero sacó su tablero de bolsillo y se puso a estudiar una posición; como si estuviera preparando la próxima partida que no llegó a jugar.
Estados Unidos lo recibió como a un héroe, pero Fischer rehusó visitar la Casa Blanca; alegando que no le pagarían por ello; dando rienda suelta al niño tímido e introvertido que siempre lo habitó; porque en realidad no era un asunto de dinero, pues rechazó todas las ofertas de compañías publicitarias y hasta una bolsa de cinco millones de dólares de la época; por defender el título en Filipinas y tampoco le animaban razones políticas porque en su charla con Kissinger (el peor jugador de ajedrez del mundo) afirmó que los intereses de una gran nación como Estados Unidos estaban por encima de los suyos.
Las Vegas ofreció un millón de dólares por el duelo de revancha, que todos daban por hecho y nunca se celebró, aunque 20 años después, Spassky y Fischer se enfrentaron en la extinta Yugoslavia, jugada que acabó costándole la cárcel al americano, por violar el embargo contra la antigua nación balcánica, sacudida por un genocidio étnico.
La obsesión de Robert Fischer era engrandecer, cuidar y hacer más atractivo el ajedrez; la historia y los expertos dirán si lo consiguió, si quedó a medias o fracasó; pero con su victoria en Reikiavik le dio la vuelta al tablero y al mapamundi
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