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José Ramón Balaguer Cabrera (Guantánamo, 1932 - La Habana, 2022) fue el utilitis preferido de Raúl Castro Ruz, ordenándole -casi siempre- asumir tareas y resolver problemas complicados en los ámbitos militar y civil; sabiendo que el karateca más secreto del castrismo acumulaba Yuko, Waza-Hari e Ippon; alejado de todo protagonismo; aunque la muerte de 26 pacientes en Mazorra lo sorprendió con la Sen No Sen baja, como ministro de Salud Pública.
El escándalo Mazorra se saldó con condenas de hasta quince años de cárcel a los responsables de la muerte por frío y mala alimentación de 26 pacientes, imágenes que dieron la vuelta al mundo y desacreditaron a un hospital psiquiátrico, emblema de la propaganda oficial y dirigido por el también histórico y pintoresco comandante rebelde Eduardo Bernabé Ordaz.
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Balaguer fue relevado, dos años después del trágico episodio por Roberto Morales Ojeda, delfín de José R. Machado Ventura; pero conservó la confianza de Fidel y Raúl hasta 2019, cuando el quebranto de su salud; una de sus obsesiones vitales, lo sacó del Jogai.
Balaguer es muy buena gente, reconocían sus amigos, pero con un carácter muy raro, matizaban; atribuyéndolo a su condición de médico comprometido con el cuidado de su salud y de quienes le rodeaban. y la práctica del kárate, desde muy joven, que lo enseñó no solo a defenderse con parsimonia resolutiva, sino también a vivir casi como un asceta.
Como muchos protagonistas de la revolución cubana, Balaguer cursó estudios en colegios católicos, incluido el La Salle de Santiago de Cuba, cantera involuntaria de dirigentes del castrismo, que cerró las escuelas privadas, incluidas las religiosas, en 1961.
Como embajador de Cuba en Moscú (1990-1992) fue testigo privilegiado de la desaparición de la Unión Soviética; pronosticada por Fidel Castro en 1989, en un discurso público; pero no consta que Balaguer haya dejado testimonio escrito u oral de su complicado desempeño en el cambio político que hundió al castrismo, por su excesiva dependencia de Moscú y sus satélites europeos.
Balaguer relevó a Carlos Aldana Escalante; otro descollante, pero breve raulista en el escenario cubano, ahora muy enfermo y casi olvidado; asumiendo las jefaturas de los departamentos Ideológico e Internacional y alcanzando el cénit como miembro del Buró Político, en uno de los períodos más complicados de la historia de Cuba, por la perdida del soporte soviético y la renuencia de Fidel Castro a abrirse a la democracia y el libre mercado.
Durante ese período, dirigió la operación ordenada por Raúl Castro contra los centros de estudios adscritos al Comité Central sobre África y Medio Oriente, Europa, Asia y América, que fue el más traumático; aunque Balaguer evitó ensuciarse las manos, llegó, vio y operó, dejando que subalternos abrieran los cuerpos y luego cosieran a los mutilados.
Nueve años dirigió el partido comunista en Santiago de Cuba, que conocía bien por sus estudios hasta graduarse de Bachiller, pero una de las plazas más complicadas de la nomenclatura castrista, junto a La Habana y Holguín; desiguales socioeconómicamente, pero con peso específico histórico y sentimental por sus vinculaciones a Fidel, Raúl Castro y Vilma Espín; pero Balaguer nunca ejerció de santiaguero blanco y sectario, como otros de ese clan, que siempre pareció más una Logia Masónica, que un pelotón revolucionario absolutamente fiel al general de ejército, que ha tenido que volver a montarse en el caballo, tras cuatro años con un pie en el estribo.
De los descendientes de José Ramón Balaguer Cabrera, que ha muerto con 90 años recién cumplidos, la de mayor proyección pública es su hija Regina, ex bailarina y directora del Ballet de Camagüey quien, el 11J criticó la violencia de los manifestantes, llamó a la unidad y pidió "cuidar esta revolución que nos ha dado todo"; el resto, incluida su hermana Patricia, mantienen bajo perfil.
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