Hace un año, el pueblo de Cuba protagonizó su primera gran victoria frente a la acobardada dictadura castrista, que involucró a los militares en la represión violenta y desproporcionada, sigue pagando un alto precio político por sus encarcelamiento, destierros y emigrados a mansalva; mientras la nación está peor que el 11J pasado y Miguel Díaz-Canel permanece achicharrado, aunque lo defiendan su esposa y Raúl Castro Ruz.
Muchos cubanos se hartaron de vivir bajo el totalitarismo verde oliva y empobrecedor y salieron a las calles de manera espontánea y pacífica; quizá animados por aquella rueda de prensa rocambolesca del presidente del Supremo, reconociendo que manifestarse era un derecho, solo unos días antes de la protesta que conmovió al mundo, arrinconó a la cobarde nomenclatura y desmintió las injustas acusaciones de carneros, proferidas por exaltados emigrados que, cuando vivían dentro de la jaula, solo acariciaban al león.
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Cuba está peor que hace un año en todos los ámbitos; en el orden político hay más resistencia y descontento popular, como corresponde a la agresión gubernamental de más de mil presos políticos, incluidos menores; el gobierno ha perdido la iniciativa y solo reacciona defensivamente a propuestas opositoras, acciones de activistas y hasta memes.
La parálisis del acobardado gobierno es evidente en cualquier esfera, como demuestra el creciente divorcio entre el discurso oficial y la certeza de la mayoría sobre la caducidad del régimen actual, buscando legitimarse popularmente con una disparatada arqueología que pretende igualar a Díaz-Canel con Fidel y Raúl Castro, hasta en los ademanes beisbolero; pese a que el segundo no fue pelotero, sino gallero.
En el plano internacional, el régimen comunista está más aislado que hace un año, con serios conteos de protección de Estados Unidos, Naciones Unidas, la Unión Europea y América Latina; mientras los escasos visitantes, como el presidente de México, Andrés M. López Obrador, han expresado públicamente la necesidad de cambiar, de revolucionar la revolución, si quieren sobrevivir.
El hambre comida y medicinas sigue creciendo dramáticamente, hasta el extremo que el gobierno mantiene prorrogada la libre importación de alimentos, medicinas y aseo; en medio de atroces apagones que son el pan negro de cada día de muchos cubanos; convencidos que el comunismo no es próspero ni sostenible porque arruina las economías y mata y encarcela la discrepancia.
La mentira que el 11J fue obra de la CIA quedó evidenciada en los días siguientes por el general de división (r) Fabián Escalante Font, reconociendo que el aldabonazo sorprendió a la mayoría de ellos, aun empeñados en creer que solo hay protestas populares justas en Sri Lanka y Ecuador.
Pero, si como afirman el desprestigiado partido comunista, la rebelión popular se gestó en Langley, ¿cómo es que el ministro del Interior no solo siga en su puesto, sino que fuera ascendido a general de división, y que los jefes de la Contrainteligencia y la Inteligencia tampoco hayan sido destituidos por flagrante incumplimiento de su sagrado deber de defender la patria?
Cuando el presidente Díaz-Canel, pendiente de juicio democrático por su delictivo llamado a la guerra civil entre cubanos, recorre barrios y empresas, no consigue comunicar con los ciudadanos, balbucea ocurrencias suicidas y semeja un zombi carente de empatía; pese a los vanos empeños para protegerlo de su padrino, Raúl Castro y de su esposa, Lis Cuesta, creída de que la política es una sucesión de twitters disparatados, como si viviera en ella la pasión desenfrenada de mostrar su incapacidad.
Los cubanos saben, desde chiquiticos, que quien imita fracasa y, si en los años finales de los hermanos Castro recibían, con cada vez mayor escepticismo, sus mensajes sobre mejoras que nunca llegaron, cuando ven aparecer a Díaz-Canel esconden a los niños y corren a persignarse porque el mandatario tiene un mal de ojo imbatible; por donde pasa, no tardan en surgir averías y ocurrir desgracias.
Una vez muertos, encarcelados, desterrados y emigrados muchos de los cubanos que protestaron hace un año; incluidos algunos de sus principales líderes, la dictadura más antigua de Occidente solo ha conseguido enterrarse aun más en el descrédito nacional e internacional y pese a la guapería barata de la que alardea en cada foro, solo consigue vivir como un trasplantado cardíaco, respondiendo que está bien a cuantos preguntan por su salud, pero con el temor de un día no despertar.
Repartir migajas de pollos y aceite, prohibir salir de casa a opositores, activistas y periodistas independientes y acuartelar a judocas, karatecas y militares, incluidos reclutas; no evitará otro aldabonazo como el del 11J, fruto de la crisis general de comunismo de compadre; agravada por la cobardía que anida en el Palacio de la Revolución y la incapacidad del peor gobierno posible en uno de los momentos más complicados de la historia de Cuba.
El pueblo revolucionario, incluido numerosos veteranos descontentos y perplejos, mutó en rehén apaleado, hambriento y oscurecido, el partido comunista pasó de vanguardia iluminada a impedimenta y donde -hace años-las masas veían a un Fidel que vibra en la montaña, ahora ven a Peter Pan endemoniado.
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