Veteranos de la revolución y la contrarrevolución han pasado medio vida esperando un bombardeo norteamericano; que nunca llegará, y la otra mitad jugándose el pescuezo en baches, zanjas, aceras y contenes rotos, alcantarillas sin tapas, techos y paredes en peligro de derrumbe y carreteras suicidas.
El único militar invicto en Cuba es el general deterioro que, cual comején en plywood, ha minado la isla de punta a cabo, destruyendo ciudades, barrios, plazuelas y casas; dibujando un descampado terrible, incluidos los albergues colectivos, donde viven familias y han nacido niños desde hace más de veinte años.
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Desgraciadamente, no hay semana cubana sin derrumbes ni accidentes; ahora agravados por kilométricos apagones y, toda esa geografía del desastre, va minando almas, destruyendo familias y maleducando a mentes y pupilas a aceptar lo siniestro como algo normal; sin que falten los serpentineros en almíbar, siempre dispuestos a convertir los reveses en victoria, hasta la derrota final.
El pesado petróleo cubano, rico en azufre, es magnífica materia prima para producir asfalto remendón de baches y furnias, pero como se usa para destrozar viejas termoeléctricas, pues no sirve para tapar huecos ni alumbrar las oscuras vidas de la mayoría de los cubanos; obstinados por al arte comunista de la posposición permanente, de la excusa simplona y arrebatos de dignidad, basados en la mentira consuetudinaria.
Las cifras oficiales refieren notable mortalidad por varias enfermedades, accidentes de tráfico y laborales y suicidios, pero no pueden calcular la agonía vital que implica vivir de cola en cola para intentar comprar alimentos de mala calidad y caros, caminando entre calles y aceras bombardeadas y mirando al cielo para detectar cual balcón o muro será el próximo en caer.
La mayoría de los cubanos llevan casi toda su vida soportando estrés de pobreza crónica y propaganda comunista de plaza sitiada, que tanto encandila a la izquierda mundial; inmersa en la contradicción de jalear resistencia ajena, desde el confort de sociedades democráticas y prósperas, con educación y salud de calidad y gratuitas; pero sin la grandeza de pasar hambre, de carecer de medicinas, de convivir con basureros, y el caro aprendizaje de encontrar colores y encantos al eterno verano.
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