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En medio de tantos derrumbes, inundaciones, encarcelamientos de cubanos y pataleos por la exclusión de la Cumbre de las Américas, casi pasó desapercibida una ceremonia de ascensos en el Ministerio del Interior (MININT), a coronel y primer coronel -rareza tardocastrista- presidida por el presidente Miguel Díaz-Canel, que sigue sin acertar con los nombramientos; síntoma de su acusada decadencia y del nepotismo de la casta verde oliva.
Las crónicas de Birán, S.A. no aclaran si entre los ascendidos están los jefes de prisiones, impulsores de un programa tras las rejas que convierte las cárceles en hoteles cinco estrellas, con opciones laborales de hasta más de diez mil pesos para los afortunados presos; hasta el punto que el gobierno se ha visto obligado a protegerlas de avalanchas de cubanos deseosos de dormir con confort y comer a la carta gourmet.
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El grado de primer coronel no existe en ningún cuerpo armado del mundo, es solo un tapón conveniente para el dúo Sacapuntas (Díaz-Canel y López-Calleja) empeñado en que no crezca el generalato, donde solo están los históricos y los más fieles a Raúl Castro; el resto tendrá que conformarse con las cuatro y tres estrellas y calladitos se verán más bonitos.
Los agraciados habrán reiterado la baba del compromiso reiterado con las ideas de Fidel y Raúl y calculado las ventajas materiales que implica ser primer coronel y coronel en una Cuba en bancarrota; provocando la carcajada de militares del mundo y el repudio de la mayoría de los cubanos.
El primero en atentar contra el lógico ordenamiento de ascensos fue el ahora desaparecido Alejandro Castro Espín, que llegó a generar un poder paralelo al MININT con la Comisión de Defensa y Seguridad Nacional, e impuso la cuota de jubilar a 25 coroneles al año para hacer sitio a su guara, que corrió la misma suerte que su capitán Araña, con la excepción parcial del coronel Abel González Santamaría, jefe de la partida de ciberclarias y travestido en académico para el enjuage LASA.
Cuando el ministro del Interior Lázaro Álvarez Casas supo del ascenso a general de división del magnate empresarial Luis A. Rodríguez López-Calleja, puso el grito en la Plaza de la Revolución y consiguió la segunda estrella; cuando debía estar destituido por no prever y atajar el 11J.
Cuando el abuelo Raúl Castro Ruz ascendió a teniente coronel a su nieto preferido, Raúl G. Rodríguez Castro, la tropa de Seguridad Personal armó un conato de rebelión, aun sabiendo que el ascendido ni es jefe de la escolta del general de ejército (r) ni jefe de la dirección del MININT encargada de la protección de la casta verde oliva y enguayaberada.
Habrá que estar atento a las próximas apariciones de Rodríguez Castro para comprobar si ya es coronel o sigue con dos estrellas en el cuello de su uniforme porque a su papá no le toca -reglamentariamente- hasta el 2 de diciembre, día de las FAR, cuando podría ser coronado como general de cuerpo de ejército para igualarlo -simbólicamente- con Álvaro López Miera, Ramón Espinosa Martín y Joaquín Quintas Solá.
La política de ascensos militares del tardocastrismo ha quedado reducida a un montón de estrellas, como cantaba el Guajiro natural, Polo Montañez; el problema de tanta luminaria en el firmamento de la luminosa Unión Eléctrica de Cuba es que resultan caras e inútiles; creando agravios comparativos con miembros del MININT y las FAR con mejores expedientes que los elegidos por el timador de GAESA y el bailarín de Placetas.
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