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El forzado relevo en la cúpula del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) de España, ha puesto en el candelero a la veterana oficial de Contrainteligencia Esperanza Casteleiro Llamazares, la espía española que -a su pesar- fue muy útil a Raúl Castro Ruz; por culpa de José L. Rodríguez Zapatero, el optimista antropológico que hundió a España y ahora cabildea a favor de Nicolás Maduro.
En 2009, Raúl Castro estaba empleándose a fondo para limpiar el aparato cubano de fidelistas y hacerse con todo el poder; maniobra que había iniciado en 1989 con el descabezamiento del Ministerio del Interior; y España le sirvió en bandeja las cabezas de Lage y Pérez Roque, con una operación suicida y costosísima para Madrid, que soportó en silencio las lógicas embestidas de La Habana, pese a los ímprobos esfuerzos del entonces canciller Miguel Ángel Moratinos Cuayabé, yerno del banquero de Yasser Arafat y la oligarquía palestina; pese a que Zapatero ordenó abandonar a la espía a su suerte; que pudo salir de La Habana por pragmática generosidad de la dictadura, que ya había conseguido sus objetivos.
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Si La Habana lo hubiera necesitado, Casteleiro habría sido la Alan Gross española; teniendo en cuenta que había extralimitado sus supuestas funciones diplomáticas, yendo a cuquear al león, metiéndose dentro de la jaula.
Buena parte de Europa -con España a la cabeza- cree que el comunismo cubano es reformable; sentimiento compartido por sectores norteamericanos y de la oposición cubana; reacios a aceptar que cada intento reformista y de acercamiento con La Habana ha sido respondido con muerte; como el asesinato de cuatro pilotos de Hermanos al Rescate, y sonoros portazos y lapidaciones represivas como el de Raúl Castro contra Barack Obama y quienes trabajaron en su embullo pasajero y frustrante.
Una parte de la prensa española -penetrada por la Inteligencia cubana desde hace años, dependiente del gobierno de turno por bancarrota y con elementos abiertamente procastristas- ha aprovechado la designación de Casteleiro al frente del CNI para desempolvar su amarga estancia en La Habana, donde prestó un valioso servicio a Raúl Castro; sirviéndole en bandeja el pretexto ideal para decapitar a los entonces vicepresidente, Carlos Lage Dávila y ministro de Exteriores, Felipe Pérez Roque, el vicecanciller Fernando Remírez de Estenoz, oficial de la Dirección General de Inteligencia y el aguerrido Otto Rivero, cuadro juvenil corrupto, según el parte médico oficial.
En todo sistema político, especialmente en los totalitarismos empobrecedores y riesgosos, son normales las diferencias de criterios y la revolución cubana no nació de una ofensiva del Ejército Rojo o de un golpe de estado, sino como fruto de un gran pacto de diferentes fuerzas y sensibilidades políticas antibatistianas; incluidos numerosos anticomunistas, y de liberación nacional frente a Estados Unidos.
En 2009, el entonces presidente de gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, tuvo la ocurrencia de mandar a Casteleiro a La Habana, con fachada diplomática, y doble misión: Contactar a elementos moderados de la oposición interna y en Miami y, en paralelo, al vicepresidente Carlos Lage y al ministro de Exteriores, Felipe Pérez Roque, de cara a una posible transición reformista, aprovechando el traspaso de poder de Fidel a Raúl Castro, que apenas necesitó contrainteligencia para descubrir la misión de la espía española que -un año antes- había cesado como Secretaria General del CNI, cargo de notable relevancia pública.
Zapatero fraguó la operación -que incluía una coordinación con la norteamericana CIA- al margen del gobierno, del parlamento y del Partido Popular; creyéndose ya el elegido para -en cooperación con Barack Obama- facilitar una transición pacifica a la democracia en Cuba, como había persuadido al entonces embajador de Washington en Madrid, Eduardo Aguirre, con raíces cubanas y españolas, pese a las reticencias que despertaba el presidente español en la administración de George W. Bush.
El presidente español construyó su sueño, creyendo que el peso específico en Cuba de las empresas españolas Altadis (antigua Tabacalera estatal), Meliá e Iberostar garantizaba ventaja a la hora de los premameyes; otro voluntarismo simplón porque los Castro liquidaron a la burguesía republicana en un dos por tres, incluidos los miembros de la oligarquía cubana que, suicidamente, financiaron la revolución, que los expatrió.
El sueño de Zapatero solo tenía un pequeño escollo, Casteleiro era una espía pública y Raúl Castro sabe -desde chiquitico- que verde con puntas es guanábana y con pinchitos, anón; pero Madrid suplantó la realidad con ego geopolítico y allá va eso; pese a que en el mundo de la Inteligencia española es raro que un conocido alto cargo de los servicios secretos sea enviado a un país extranjero; habitualmente, el procedimiento es a la inversa, como fue el caso de Jorge Dezcallar, y La Habana sabía que Casteleiro no desembarcaba para aprender a bailar salsa y se limitó a ponerle un rabo (seguimiento en el argot de los kajoteros, unidades de seguimiento del Departamento K-J, del Ministerio del Interior).
El gobierno cubano contaba además con la ventaja de que, un año antes, Zapatero había designado como agregado de Interior en La Habana, al comisario Vicente Cuesta Macho, leonés de nacimiento como el presidente y jefe de seguridad de La Moncloa; que hizo buenas migas con el entonces ministro del Interior Abelardo Furry Colomé Ibarra quien, buscando datos del recién llegado, descubrió que había formado parte de la conocida como Brigada Político-Social, policía secreta de Francisco Franco Bahamonde, asesorada por la Gestapo nazi, casi almas gemelas.
Esperanza Casteleiro, que no tenía mucha experiencia como Agente de campo, excepto breves estancias en Brasil y Portugal y que no sabía inglés, fue directa a su objetivo, contactando con Conrado Hernández, viejo topo de la Seguridad del Estado, que actuaba de doble agente para Cuba y España; amigo de la infancia de Lage, que influyó en su designación como embajador económico del Partido Nacionalista Vasco (PNV) y su gobierno autonómico en Euskadi (norte de España); cargo desde el que se relacionó con etarras refugiados en Cuba, fruto de un acuerdo bilateral que La Habana violó a conveniencia.
Hernández fue la víctima que más caro pagó el juego de espías y egos entre España y Cuba, cumpliendo diez años de cárcel, acusado de colaborar con el CNI español y permitir que en una finca de su propiedad, en Matanzas, se criticara a Fidel y Raúl Castro. Ningún cubano desempeña la representación de una entidad extranjera en la isla, sin pasar por el filtro de la Contrainteligencia, que colocó una unidad fílmica en su hacienda y lo filmó comiendo con Casteleiro, en un restaurante de La Habana Vieja.
De premisas erróneas y del ego de muchos extranjeros y cubanos, nacieron, nacen y nacerán vanos empeños y hasta juegos de espías; cuando Cuba demanda un liderazgo que trasmita a la mayoría de los ciudadanos ilusión y confianza en la democracia, poniendo el acento en una alternativa de gobierno y no en seguir criticando y denunciando a los sátrapas del Caribe. Los cubanos ya saben lo malo que son sus gobernantes, pero necesitan saber lo bueno que son sus opositores.
Mientras llega ese momento; habrá ocasiones para espías, cubanólogos y ególatras, pero si Esperanza Casteleiro Llamazares quiere seguir sirviendo a su país -como juró y aprendió de su padre- y a la democratización de la isla, debe tener en cuenta aquellos versos proféticos de José María Heredia, en su Himno del desterrado: Aunque viles traidores le sirvan/Del tirano es inútil la saña/Que no en vano entre Cuba y España/Tiende inmenso sus olas el mar, que le sonarán porque se graduó en Filosofía y Ciencias de la Educación, por la Universidad Complutense de Madrid.
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