Ricardo Alarcón, cubano que sirvió a Fidel y debatió con Mas Canosa

Alarcón murió sin dejar testimonio publicado de lo vivido.

Ricardo Alarcón con Fidel Castro, en un estudio de televisión © Revolución
Ricardo Alarcón con Fidel Castro, en un estudio de televisión Foto © Revolución

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Este artículo es de hace 2 años

Ricardo Alarcón de Quesada, el cabezón, para sus compañeros de la clandestinidad antibatistiana, acaba de morirse en La Habana, donde conservaba una oficina con Internet en el Palacio de la Revolución y un carro con chofer, aunque no era consultado para casi nada, pese a su bagaje político e intelectual; en una repetición del típico entierro en vida Made in Raúl Castro Ruz, experto en pompas fúnebres, que lo apartó del foco público en 2013, cuando salió del Buró Político, junto a José Chomi Miyar Barruecos.

Durante ocho meses (junio 1992-febrero 1993) fue ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, quizá su más caro sueño; pero la política de cuadros del castrismo está cuajada de héroes y tumbas y, Fidel Castro lo relevó con Robaina; pasando Alarcón a presidir la Asamblea Nacional, donde ya había estado antes el canciller Raúl Roa como vicepresidente y, a Robertico, lo relevó Felipe Pérez Roque; otro mutilado por el raulato.


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En 2012, cayó en desgracia y fue condenado a 30 años de cárcel, su principal asesor, Miguel Álvarez, oficial DGI con larga experiencia operativa, por la supuesta venta de información clasificada a la CIA, a través de vínculos mexicanos; facilitando el desalojo de Alarcón del penthouse castrista, pese su notable trabajo en las campañas por el regreso de los cinco espías y la vuelta de Elián González.

En 2008, un supuesto traspiés en una discusión con el estudiante de la UCI, Eliécer Ávila, evidenció ante el mundo la brecha creciente entre una parte de la juventud y el inmovilismo castrista, que entonces impedía a los cubanos viajar libremente; represión que aflojó después, aunque conservando las categorías de regulados y desterrados, de creciente actualidad.

Alarcón leía incansablemente y contagió con su vicio a Ramiro Valdés, que ya estará extrañando sus intercambio de libros y largas conversaciones, en las que discrepaban y coincidían abiertamente, porque el ex presidente de la Asamblea Nacional y experto en Estados Unidos, fue un hombre coherente y con criterio propio hasta su muerte, llegando a polemizar con Roa, Isidoro Malmierca y Carlos Rafael Rodríguez; pero sin resultar incómodo ni indisciplinado, ni siquiera con el actual canciller Bruno Rodríguez, de quien señalaba errores sin hacer sangre; en ese natural forcejeo entre tembas mandando y veteranos sin mando.

Sus doce años en Nueva York, como embajador de Cuba ante Naciones Unidas, reforzaron su conocimiento de Estados Unidos, herramienta propicia para ser más útil a Fidel Castro; que evidenció debatiendo, en 1996, con el también fallecido Jorge Mas Canosa, en una operación autorizada por el comandante en jefe, que ya conocía a la promesa Hugo Chávez, pero aun sufría las consecuencias del derrumbe soviético.

Mas Canosa, junto a Montaner, fue un líder opositor cubano que dotó su acción política con modos homologables a las prácticas políticas europea y norteamericana, incluido rentable cabildeo en Washington, y Castro autorizó el debate de Alarcón porque conocía su solidez dialéctica y -llegado el caso- prefería negociar con su coterráneo Jorge que con el habanero Carlos Alberto, al que excluyó incluso del tanteo sugerido a Gabriel García Márquez con miembros de la Democracia Cristiana en el exilio.

En 1959, prestó su primer servicio a Fidel Castro, como vicepresidente de la candidatura del Directorio Revolucionario , encabezada por el comandante Rolando Cubela, a la presidencia de la FEU, cuando el comandante jefe se posicionó contra la lista del 26 de julio, liderada por Pedro Luis Boitel, que acabó muriendo en prisión, tras una prolongada y terrible huelga de hambre.

Los viejos combatientes castristas siguen muriendo por ley de vida, aunque quiso el azar que el cabezón muriera, víspera del 1 de mayo, día de San Pío V, un Papa dominico de florido verbo; cualidad que también adornaba a Ricardo Alarcón de Quesada, que acaba de irse sin dejar testimonio publicado de lo vivido; como parte de esa regla de Omertá no escrita, pero respetada por la mayoría de los cruzados de la revolución jesuítica que asombró al mundo e ilusionó y jodió a tantos cubanos.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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