Casi siete años después, otra víctima de Fernando Bécquer cuenta su historia: “Nadie en la policía me creyó”

Massiel Carrasquero Ramos revela que en 2015 denunció al músico en la policía por abuso sexual y un oficial le dijo que su caso no procedía.

Massiel Carrasquero Ramos © Facebook Massy Carram
Massiel Carrasquero Ramos Foto © Facebook Massy Carram

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Este artículo es de hace 3 años

Massiel Carrasquero Ramos no olvida el año exacto en que ocurrió. No lo olvida porque fue un año crucial para ella: concluyó un tratamiento de quimioterapia y se divorció. Fue en el 2015, en julio o agosto, en uno de los meses de verano. Entonces ella tenía apenas 22 años y no había concluido sus estudios universitarios.

Al apartamento del músico Fernando Bécquer tuvo que ir por razones profesionales. Massiel trabajaba en una agencia de turismo alemana que estaba realizando un catálogo de hospedajes y restaurantes cubanos y ella debía visitar los sitios y entrevistar a sus dueños para luego elaborar un reporte.


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Cuando su jefe, de nacionalidad alemana, le dijo que debía ir al apartamento para rentas de Bécquer, ubicado en el edificio de G y 13, en el Vedado, al principio se negó a ir. Dilató esa visita con excusas todo lo que pudo. Hasta que su jefe le dijo que en la vivienda le recibiría la madre del trovador, no él, y ella accedió.

Tenía fuertes razones para no querer visitar ese lugar. Ahí había estado antes, unos cinco o seis años atrás, cuando era menor de edad, en una especie de operación rescate: su mejor amiga en ese momento, de 16 años, la llamó una noche para pedirle que fuera “a sacarla de ahí”, y ella acudió en su ayuda con otra muchacha y dos muchachos.

“Él estuvo todo el tiempo diciendo que no había hecho nada. 'Yo no le hecho nada, yo no le he hecho nada', pero cuando nosotros llegamos ella estaba llorando y temblando. Yo no sé bien qué pasó porque ella nunca lo contó", asegura.

Después de esa experiencia, Massiel empezó a huirle. “Donde nos encontrábamos, yo me iba o él se iba, porque él sabía que yo sabía”, dice.

En 2015, no obstante, volvieron a encontrarse. Cuando Massiel llegó al apartamento de G y 13 para hacer su trabajo, no fue la madre de Bécquer quien le recibió sino él. Aquello le tomó por sorpresa. Explica que primero le dijo que se iría y volvería cuando su madre estuviera, pero enseguida él le respondió que ya estaba en camino, que mientras esperaban podía mostrarle el espacio.

Recorrieron la sala, los dormitorios, la cocina… Y cuando llegaron a uno de los baños Bécquer le tocó un brazo de una forma que a ella le hizo sentir “muy incómoda”. De nuevo le dijo que se iría, que volvería en otra ocasión, y de nuevo él dijo que su mamá estaba en camino, que ya había avisado, y la convenció de quedarse.

Dice Massiel que pensó que, si pasaba algo, ella podría defenderse, porque contaba con conocimientos de defensa personal. Eso le dio cierta seguridad. Bécquer entonces le invitó a un café y le pidió que aguardara sentada en la sala.

“Y cuando estaba en la sala, esperando a que llegara la madre o llegara él, sale él de la cocina sin ropa. Completamente desnudo. Y yo me desquicié. Yo me volví loca. Agarré una lámpara, le fui para arriba, él me sujetó y me soltó, como que no se esperaba esa reacción”, relata.

A partir de ese instante, el hilo de los recuerdos en su memoria se quiebra. Massiel sabe que fue para la puerta del ascensor, que se abre dentro de la misma vivienda, y que ahí Bécquer quiso retenerla de alguna forma, la agarró quizás por las manos, pero ella le metió un dedo en un ojo, se libró una vez más, y se mandó a correr hacia otra puerta que conducía a las escaleras del edificio.

“Todo fue muy rápido. Después de que él sale de la cocina, yo no tengo recuerdos de que él me haya dicho nada. Nada. Y después cuando lo ataco no tengo recuerdos de que me haya dicho nada. Yo no oía. Yo me quedé sorda y casi muda. Yo no entendía nada. Es como si lo viera por diapositivas… Lo próximo que sé es que estoy sentada en un parque y llega mi amigo”, dice.

Ese amigo, que por casualidad se encontró con Massiel mientras ella estaba llorando en un parque, tras salir de la residencia de Bécquer, fue quien la exhortó a ir a poner una denuncia formal contra el artista. Ahí mismo consiguieron un taxi y se dirigieron a la estación de la Policía Nacional Revolucionaria de Zapata y C, en el municipio Plaza de la Revolución, que era la más cercana.

“Yo llegué llorando y temblando a la estación, enseguida los policías me preguntaron ‘qué pasa’, y yo dije que quería reportar una violación. Me derivan con el carpeta, que es el que toma las denuncias, y el carpeta me dice: ‘mira, tú no tienes rasgos físicos de una persona violada, tú no tienes moretones, tú no tienes sangre, tú no tienes la ropa rasgada, esta denuncia no va a proceder’”.

Ante esa explicación, la joven alegó que ella no tenía que mostrar rasgos físicos para que le tomaran la denuncia, pero el oficial insistió en desestimar su caso. Para él, que la víctima hubiera ido voluntariamente a la casa de Bécquer, y que hubiera accedido a quedarse luego del incidente del baño, eran hechos que demostraban su punto. Además, agregó que no hubo penetración, ni él llegó a tocar “sus partes”, es decir, sus genitales.

La psicoterapeuta cubana Mara Gutiérrez, quien trabaja desde hace seis años con víctimas de traumas y violencia sexual en Estados Unidos, precisa que, desde su disciplina, la experiencia narrada por Massiel se entiende y se trata como abuso sexual. “Cualquier cosa que indique un desbalance de poder, aunque sea ligeramente premeditado, ya eso lo consideramos abuso . El desbalance de poder sobre todo es lo que casi siempre dicta la clasificación que tenemos como abuso. Muchas veces incluye violencia, incluye contacto físico, pero no tiene por qué.”

“En la categoría de abuso sexual –argumenta la especialista- se puede incluir el obligar a la víctima a desvestirse y tocarse sexualmente, a observar pornografía sin su consentimiento, y por supuesto si alguien exhibe sus genitales sin consentimiento de la víctima, también es considerado abuso. No tiene por qué haber contacto corporal, contacto físico alguno, para que sea abuso. Ya agresión o violación sí necesita contacto físico y casi siempre el uso de la violencia para incapacitar a la víctima”.

También consultado a propósito de este caso, el jurista cubano Eloy Viera asegura que, a pesar de que la ley cubana se encuentra un poco atrasada en materia de violencia de género, desde un punto de vista penal “es clarísimo” que sí puede haber un delito. “El hecho de que yo haya ido conscientemente a una casa no quiere decir que yo haya ido conscientemente a que ese hombre se desnudara delante de mí. Son dos cosas diferentes”, sostiene.

“El consentimiento ahí hay que evaluarlo en el para qué yo fui a esa casa, y eso nadie lo puede evaluar más que la víctima, y la víctima está diciendo que ella fue a esa casa a otra cosa, y esa persona se aprovechó de eso para acosarla sexualmente, para proponerle o insinuarle un acto explícitamente sexual. El hecho de aparecer desnudo ante alguien es un acto explícitamente sexual. Y el hecho de insistir en ese sentido es explícitamente un acoso. Y para mí está clarísimo que es un ultraje sexual de toda la vida, no se produjeron tocamientos, no se produjo penetración, pero sí se produjo acoso desde el punto de vista sexual”, profundiza el experto.

Según el Código Penal de Cuba, el ultraje sexual (artículo 303) es un delito que “se sanciona con privación de libertad de tres meses a un año o multa de cien a trescientas cuotas”, por acosar a una persona con “requerimientos sexuales”, ofender “el pudor o las buenas costumbres con exhibiciones o actos obscenos” y/o producir o circular información u objetos “que resulten obscenos, tendentes a pervertir o degradar las costumbres”. Sin embargo, en la estación policial de Zapata y C no tuvieron en cuenta nada de esto.

Es cierto que Massiel Carrasquero habló de una violación en primer lugar, pues era así como se sentía, violada, pero era deber de los oficiales que la atendieron, y no de ella, identificar el delito que se había cometido en su contra a partir de su testimonio. “El ciudadano denuncia hechos, no delitos, la calificación es responsabilidad de las autoridades, que son las que tienen la experticia para determinar qué conductas, qué hechos, tipifican en qué delitos”, apunta Viera.

“Usted no puede exigirle a la ciudadanía que denuncie un delito determinado. Usted le exige a la ciudadanía que denuncie un hecho que crea que puede ser constitutivo de delito. La policía tenía que haberle dicho (a Massiel) que eso que ella contaba no era una violación, pero sí podía ser un ultraje sexual y radicar la denuncia por un posible ultraje sexual”, agrega.

Al día siguiente del suceso, Massiel le contó a su jefe lo que había pasado, al igual que su esfuerzo fallido por acusar a Fernando Bécquer, y él pudo averiguar entonces, a través de amistades, que se había archivado su denuncia. “Nadie en la policía me creyó. Hasta este 8 de diciembre solo lo sabían dos personas: mi jefe y este amigo que me encontré. Después de que la policía me dijo que la denuncia no procedía, me dije: ‘esto lo voy a engavetar en mi cabeza, yo no voy a pensar en esto, yo no voy a nada con esto, yo voy a seguir mi vida’”, narra.

Obviamente, advierte, la casa no se incluyó en el catálogo.

Lo que la persuadió a contar su historia ahora, casi siete años después, con 29 años recién cumplidos, fue la publicación del reportaje Cinco denuncias de abuso sexual contra Fernando Bécquer, el pasado 8 de diciembre, en la revista independiente El Estornudo. No lo ha leído y dice que no cree que lo vaya a leer. Pero supo de qué iba cuando una amiga con la que había quedado para verse ese mismo día le dijo que había visto dicho texto y estaba en medio de una crisis de ansiedad porque ella era una de sus víctimas y llevaba un año haciendo terapia por eso.

“Y ahí yo le dije: ‘dime dónde tú estás que yo también te voy a ir a ver, porque yo también lo pasé, y hablamos y vemos cómo podemos salir de esto’. Y a raíz de que yo hablo con ella es que hago la publicación”.

En su muro en Facebook, ese mismo día, escribió: “en vísperas de mi cumple se destapa toda esta situación turbia y cochina que me manda siete años atrás. Yo estuve ahí, quizás no tan niña, ni siquiera como fan de Bécquer, yo fui a trabajar pensando que su señora madre era quien me atendería en el apartamento que rentan en G (…) No llegó a tocarme porque me volví como loca dispuesta a defenderme con uñas y dientes. Logré salir intacta físicamente.” Y agregó luego lo que vivió en la estación policial. De manera más breve, compartió lo que ya hemos narrado hasta ahora.

“El carpeta Yorelbis me atendió. Dado que fui voluntariamente al lugar, que el supuesto acusado no me llegó a tocar y que pude salir ‘intacta’, mi denuncia no procedió. Ni siquiera terminaron de oír mi historia. Me miraron raro. Yo cargaba mi trauma y el de mi mejor amiga años antes. Hoy una amiga cercana me contó su experiencia. Hoy todas somos más fuertes. Hoy no nos van a callar”, afirmó en su post.

Pero si bien en apariencia salió intacta, a nivel psicológico quedó marcada. Ella cambió, su vida cambió, sus rutinas cambiaron, sus relaciones con los hombres cambiaron. “Yo más nunca pude ir a hacer mi trabajo sola. Y mi jefe no me dejó ir a ninguna casa de renta más nunca yo sola, ni siquiera a provincia. Él se iba conmigo a todas las entrevistas, prácticamente hacía él mi trabajo”, relata.

Tampoco volvió a pedir botella de noche sola, que era algo que hacía normalmente: “porque yo no tenía miedo, no tenía un trauma”. Tampoco logró tener una relación seria hasta cuatro años después: "porque me parecía que me iba a pasar algo, que me iban a hacer algo". Y ponía más límites que los que nunca había puesto a los hombres con quienes se relacionaba. “Lo que hice fue adaptar mi vida a esa nueva forma sin pensar en qué era lo que estaba pasando”, dice.

Además, se alejó aún más del mundo de la trova, en un esfuerzo por no volver a encontrarse con Bécquer. “Yo era de las que iba a los conciertos, de todo lo que tenía que ver con él, con Adrián Berazaín, con Mauricio Figueiral, con toda esa gente, porque yo sé, aunque ellos han dicho que no, yo sé que ellos sí sabían lo que estaba pasando. Yo lo sé. Una de las novias que tuvo Adrián Berazaín fue compañera mía de la universidad. Yo sé que él sabía lo que estaba pasando, eso fue un secreto a voces, ellos sabían perfectamente”, asegura.

Hasta ahora, los músicos Berazaín y Figueiral han negado haber estado al tanto de los abusos sexuales sistemáticos que cometía Fernando Bécquer contra mujeres jóvenes, incluso contra menores de edad, muchas de ellas en circunstancias de vulnerabilidad emocional y, en la mayoría de los casos, utilizando un discurso religioso y supuestos rituales. Bécquer, por su parte, ha negado las denuncias en su contra: "yo no le doy credibilidad a eso que se está diciendo. Yo no sé de qué me están hablando ni quiero contestar porque no sé de qué me hablan y menos cuando es una calumnia que me están haciendo". Sobre las dudas que han caído sobre sus amigos, nada ha comentado.

“No sé si en lo personal lo sentaron y le dijeron ‘oye, mi hermano, estás metiendo tremendo pasaje’, pero realmente nunca advirtieron a nadie, nunca nada. Entonces yo dejé de ir a los lugares donde estaban ellos, dejé de compartir con amistades que tuvieran vínculos con ellos, porque yo no quería ningún tipo de casualidad de que me lo fuera a encontrar”, explica Massiel.

A Bécquer, desde 2015, solo lo ha visto en dos ocasiones, y cuando han coincidido, se han ignorado mutuamente. “Lo ignoro porque yo estoy consciente de lo que pasó, pero no quiero decirle nada en la calle, porque eso no va a terminar bien. Por suerte las dos veces han sido en espacios públicos”, dice.

El periodista Mario Luis Reyes, autor del reportaje que ha sacado a la luz pública esta historia, confirma que, aparte de las primeras cinco denuncias, al menos otras treinta mujeres le han contactado para contar una experiencia similar. El patrón casi siempre se repite: mujeres muy jóvenes, instruidas, en una situación de vida difícil, la religión. Reyes señala que ha identificado casos desde 1999 hasta 2021 y que al menos cinco de ellos corresponden a menores de edad. No obstante, todavía le siguen llegando nuevos testimonios.

La historia de Massiel es una de las pocas en las cuales Bécquer no se valió de argumentos místicos o religiosos para violentarla. Ella cree que debió ser porque se dio cuenta de que era una persona religiosa, porque en la mano llevaba un ilde de Orula, la manilla que representa que practica la santería cubana. Pero sí es probable que identificara las señales de la enfermedad de la cual se estaba recuperando entonces, lo cual encaja en su modus operandi.

“Yo no tenía pelo –revela-. A mí la quimioterapia no me tumbó todo el pelo, pero sí tenía los clásicos claros en la cabeza de una persona enferma, y usaba igual pañuelos y cosas, un poco para camuflajearlos, pero era evidente. Yo tenía la cara de una persona enferma, con ojeras, muy delgada. La quimio te deja marcas en la piel, por las agujas, porque son agujas especiales, son muy grandes, y te dejan marcas. Además, como es un tratamiento muy fuerte y repetitivo, te acaba con las venas. Era evidente que yo no estaba bien, que yo había pasado por una enfermedad reciente, quizás él no sabía cuál enfermedad en específico, pero sí era evidente. Y no le importó, simplemente no le importó”.

Massiel, hasta cierto punto, se ha sobrepuesto a ese trauma que sufrió con 22 años. Cuenta que hace unos años hizo terapia por distintos motivos y pudo también tratar las secuelas que le dejara haber sido víctima de abuso sexual. Pero reconoce que todos los debates que se han desatado en las redes sociales en los últimos días, así como la magnitud de los abusos del músico, le han afectado.

“No esperé la visibilidad que iba a tener mi publicación, la compartieron personas con bastante visibilidad, y no me esperé todo el feedback que me iba a llegar, que hubo mucho feedback bueno, pero igual hubo complicaciones por las personas que tienen cero empatía hacia otras personas", dice. Y no quiere hablar de nuevo de este asunto.

No quiere tampoco, por ahora, presentar una denuncia en la policía, aunque hay mujeres que ya lo han hecho, como la escritora Elaine Vilar, con el respaldo incluso de la Federación de Mujeres Cubanas. Ella quiere que aquí, con la entrevista que ha concedido, cierre su historia. Pero, evidentemente, no quiere que nadie olvide.

Hace casi siete años la policía no solo negó a Massiel Carrasquero su derecho a acceder a la justicia, sino que también falló en su deber de proteger a todas las mujeres que luego fueron víctimas de Fernando Bécquer.

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