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Cuando Raúl Delgado despertó el 19 de julio de 2021, pensó que ese sería el día más feliz de su vida: Elizabeth iba a nacer y él se convertiría en padre. La cesárea de su esposa estaba programada para las primeras horas de la tarde de ese lunes. Al mediodía debían realizar el ingreso en el Hospital Docente Ginecobstétrico "Ramón González Coro", en La Habana.
Jessica López, 32 años, ya había cumplido 39 semanas y la bebé pesaba más de ocho libras. En la última consulta que había tenido el 16 de julio con el doctor Andrés Torres Echevarría, quien atendió su embarazo, ambos habían estado de acuerdo en no esperar más. Ese iba a ser su segundo parto. Su primer hijo, de un primer matrimonio, ya tenía 11 años.
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Raúl preparó el desayuno. Desde hacía varios meses él se ocupaba de las responsabilidades domésticas. Jessica había presentado dolores en el pecho a las 30 semanas de embarazo, que le habían diagnosticado como osteocondritis, y era asmática, así que él quería ahorrarle cualquier esfuerzo físico.
Luego, sobre las once de la mañana, salió a buscar un ventilador. El que tenían en la casa y pensaban llevar para el hospital de pronto había dejado de funcionar y, como es costumbre en Cuba, debido a las precarias condiciones de las infraestructuras sanitarias, casi nadie se somete a un ingreso si no carga al menos con un cubo plástico y un ventilador.
Ella se quedó acostada en la cama. Su esposo no debía tardar, su suegro le iba a prestar el carro para que se moviera rápido y luego la recogiera a ella.
A los pocos minutos, llegó su madrastra a visitarla. Las dos se pusieron entonces a conversar en la sala, con el televisor encendido, acerca de la situación del coronavirus, hasta que Jessica comenzó a sentirse mal y dijo que necesitaba ir al cuarto a acostarse nuevamente. Se levantó del sofá, avanzó varios pasos, perdió la fuerza y cayó.
Cayó sobre sus rodillas, como intentando proteger su barriga. En lo último que pensó fue en su hija. Antes de perder por completo el conocimiento, en lo último que pensó, fue en proteger a Elizabeth.
Dice Raúl que eran aproximadamente las 11:30 e iba conduciendo por la zona de 23 y G, en el Vedado, a poco menos de tres kilómetros de su casa, equivalentes a unos siete minutos en carro (según Google Maps), cuando la madrastra le llamó a su celular: “corre, que Jessica se desmayó”.
Ahí mismo volvió a toda velocidad. La madrastra de su esposa no le dijo más. Al parecer, le llamó en medio del revuelo que se armó en el barrio para auxiliar a la joven, y enseguida colgó.
No hay constancia de que alguien llamara al 104 para pedir una ambulancia. Frente a una emergencia, incluso frente a un accidente de tráfico, en Cuba es usual que la gente decida socorrer a víctimas o pacientes y llevarles por sus propios medios a un hospital antes que recurrir al Sistema Integrado de Urgencias Médicas (SIUM). Hay demasiadas historias en el imaginario popular de personas que perdieron la vida mientras esperaban por una ambulancia que llegó varias horas después de haber sido solicitada o que nunca llegó.
Una de las más recientes es la de Elianne Rodríguez, una embarazada de 23 años, estudiante de Ciencias Médicas en Guantánamo, que sufrió una caída con más de 39 semanas de gestación en el baño del hogar materno donde se encontraba ingresada y tuvo que esperar más de una hora para que llegara una ambulancia que la trasladara a un hospital. Cuando finalmente apareció, era demasiado tarde para la madre: ya había convulsionado varias veces y en el trayecto murió.
Las primeras personas que auxiliaron a Jessica fueron sus vecinos. Unos consiguieron un carro en la calle y otros la cargaron y la bajaron de su casa por las escaleras. La familia vivía en una casa antigua de puntal alto que estaba dividida en dos niveles. Abajo solo había una mesa, porque era un espacio donde una vez hubo un restaurante, y la vivienda quedaba arriba.
Una vecina le contó a Raúl, a propósito de esta historia, que tardaron “un ratico” en sacarla de la casa. No precisó exactamente cuántos minutos. Pero Raúl no recuerda haber demorado más de cinco minutos en llegar a San Nicolás entre Reina y Salud, luego de recibir la llamada y, una vez en su cuadra, ya a su esposa se la habían llevado.
La gente del barrio le dijo entonces que el carro había ido rumbo al Hospital Calixto García, cerca de donde estaba él cuando le comunicaron la noticia, y para allá fue. Por lo menos, otros cinco minutos debieron pasar en ese recorrido, suponiendo que manejó todo lo rápido que pudo. Pero allí el nombre de Jessica López no aparecía en ningún registro. Entonces, en medio de esa incertidumbre, recibió una llamada de un vecino que le dijo que regresara, que su esposa estaba en el Policlínico Docente Reina, a 500 metros de su vivienda, en la esquina de Reina y Chávez.
Cuando Raúl arribó al policlínico, habrían pasado unos veinte minutos desde que le avisaran que Jessica se había desmayado. Afuera había al menos 30 personas, quizás más. Personas del barrio y otras que estaban cerca y debieron haber visto llegar a la embarazada y se acercaron por curiosidad. “Me bajo, me meto entre la gente, veo una sala con puerta cerrada y con movimiento de médicos, y entro. Casi tengo que fajarme con los enfermeros, no querían que yo entrara, pero dije que yo era el marido”, relata Raúl.
En la sala encontró a su esposa acostada en una camilla, semidesnuda, y un aparato de reanimación al lado. “Me lanzo hacia ella: ‘Jessica, Jessica…’ No entendía qué pasaba. Le miré la barriga y lo primero que vi fue que no respiraba. Aquello era una pesadilla, el día que se suponía que fuera de más regocijo, y nada…” Ahí los médicos le dijeron que Jessica había llegado muerta. Se lo dijeron, según Raúl, “con caras de que ya lo habían hecho todo”.
“Y yo dije: ‘caballero mi niña, mi niña, cómo ustedes van a decir qué no pueden hacer más nada, si hoy mismo era la cesárea de ella’. Y un médico vino y me dijo a mí que no tenían bisturí. En un policlínico”. Ante la desesperación y los reclamos del padre, un enfermero le colocó a Jessica un espéculo, examinó el feto, movió la barriga y al final advirtió que estaba cianótico y no tenía signos vitales. Raúl cuenta que no vio que se usara ningún otro dispositivo para monitorear la frecuencia cardiaca. Ya en ese instante era poco probable que Elizabeth tuviera alguna oportunidad. Había pasado demasiado tiempo. De todas formas, el padre no se conformaría con esa respuesta.
La cesárea perimortem de emergencia: "hay resultados aceptables hasta los primeros 30 minutos postparo"
Cuando una gestante que se encuentra en su tercer trimestre entra en parada cardiorrespiratoria (PCR), el personal de salud que la atiende debe actuar con rapidez extrema. Ante estas situaciones, el procedimiento usual que se sigue es la cesárea perimortem, pues no solo aumenta las probabilidades de vida del feto sino incluso de la madre. Y mientras más rápido se realice, mejores pueden ser los resultados.
“La cesárea perimortem es un procedimiento emergente, de fácil técnica quirúrgica y de corta duración que puede ser realizado por personal médico no obstetra con un entrenamiento básico y cuyo fin es mejorar la perfusión materna, convirtiéndose en muchas ocasiones en una medida salvadora para el binomio materno fetal o para alguno de los dos”, precisa un artículo de 2012 de la Revista de la Asociación Mexicana de Medicina Crítica y Terapia Intensiva, que analiza un caso concreto, varios reportes y bibliografía especializada.
Sus autores, todos trabajadores de servicios de urgencia, explican que el PCR en el embarazo significa un reto para el médico que lo atiende, en la medida en que pone a prueba sus conocimientos y aptitudes. “Por fortuna, es un evento que ocurre muy raramente (aproximadamente en uno por cada 30,000 embarazos), con los mejores resultados según la literatura mundial cuando su realización ocurre en los primeros cinco minutos del paro cardiorrespiratorio y nunca más allá de los 30 minutos”, señalan.
De acuerdo con la revisión de casos presentada en dicho texto, en el análisis de un período de 18 años se localizaron 38 reportes de casos en los que se logró un buen resultado en el 89 por ciento de los neonatos sobrevivientes. “En 28 por ciento de ellos, la intervención se realizó en los primeros cinco minutos y 98 por ciento presentaron un buen estado neurológico a cuatro años de seguimiento; también hay resultados aceptables hasta los primeros 30 minutos postparo”, afirma.
No obstante, aunque múltiples estudios han recomendado durante años seguir la regla de los cuatro minutos, que básicamente sostiene que la cesárea perimortem debe practicarse en el cuarto minuto de iniciada la resucitación en la gestante, con la expectativa de que el nacimiento ocurra en el quinto minuto, publicaciones de los últimos años han desafiado esta regla. Una investigación publicada en The Lancet en 2016, que sistematizó otras investigaciones sobre estos casos, defendió cambiar tal protocolo.
“La supervivencia libre de lesiones tanto para la madre como para el bebé disminuye de manera constante desde el momento del paro cardíaco hasta el parto por cesárea. Además, en la práctica real, el bebé no puede nacer dentro de un minuto desde el comienzo de la cirugía. Una vez que se ha tomado la decisión de hacer el parto, la cesárea debe iniciarse de inmediato sin esperar cuatro minutos. En la práctica, también es probable que la recomendación de proceder al parto por cesárea sin demora genere menos confusión que la actual ‘regla de los cuatro minutos’”, argumentan sus autores.
Los investigadores dispusieron de los datos de 74 casos de embarazadas en esta situación. De ellas, 33 murieron, ocho resultaron gravemente lastimadas y 33 no mostraron secuelas evidentes en el momento del alta hospitalaria. Además, accedieron a los resultados neonatales de 73 recién nacidos: 17 murieron, 14 resultaron lastimados y 42 sobrevivieron sin lesiones aparentes. Y sólo dos procedimientos de este tipo lograron llevarse a cabo en apenas un minuto, de un total de 19 que habían registrado esta información en particular.
A partir de esta muestra, el estudio destaca que el umbral para una tasa de supervivencia libre de lesiones del 50 por ciento es de 25 minutos para la madre y 26 minutos para el bebé, aproximadamente, desde el momento del paro cardiaco de la gestante hasta el nacimiento.
“Un resultado secundario de interés fue el intervalo entre el paro y el nacimiento –amplía el artículo. De 34 bebés de los que se conoce la información, cuatro (11,8 por ciento) nacieron en cinco minutos o menos; 12 (35,3 por ciento) nacieron de cinco a 11 minutos; ocho (23,5 por ciento) nacieron de 11 a 21 minutos; y diez (29,4 por ciento), más de 21 minutos después del paro cardíaco materno”.
Un feto humano es más resistente que lo que cualquiera pudiera creer. En condiciones de hipoxia –cuando hay deficiencia de oxígeno en la sangre, células y tejidos del organismo- o hipoperfusión –cuando disminuye el flujo de sangre que pasa por un órgano-, es probable que utilice mecanismos de protección. Los científicos dicen que un feto puede reducir su propio consumo de oxígeno, desviar sangre a órganos vitales y aumentar su capacidad para extraer oxígeno para intentar sobrevivir.
Pero una cesárea perimortem de emergencia a una gestante con más de 24 semanas que entra en PCR no busca solo ofrecer esperanzas de vida a la criatura sino, al mismo tiempo, a la propia gestante; pues vuelve más eficaces las compresiones torácicas de reanimación. “Con el útero grávido asentado sobre los grandes vasos maternos, se ha estimado que las compresiones torácicas restauran solo el 10% del gasto cardíaco”, especifica el material de The Lancet.
“El problema de la compresión de los grandes vasos durante las compresiones torácicas –fundamenta- ha llevado a recomendaciones para el uso de una cuña para crear una inclinación lateral izquierda de 15 a 30 grados para mejorar la eficacia de las compresiones torácicas. Sin embargo, una revisión Cochrane que evaluó diferentes métodos de posicionamiento materno para mejorar el flujo sanguíneo uterino durante las cesáreas no encontró evidencia suficiente para recomendar una posición materna específica en la mesa de operaciones. Cualquiera que sea el método que se utilice, la preocupación sigue siendo que las compresiones torácicas en el tercer trimestre restablecerán un porcentaje más bajo de gasto cardíaco que en la adulta no embarazada”.
No es algo que en Cuba se desconozca del todo. La Revista Cubana de Anestesiología publicó en 2019 un artículo –titulado Retos durante la realización de cesáreas perimorten- que comparte este enfoque. En el mismo, sus autores, todos especialistas del Hospital Militar Central Dr. Luis Díaz Soto, en La Habana, reconocen que la cesárea perimorten “es parte de la resucitación cardiopulmonar en embarazadas” y que “mantener el feto intrauterino dificulta las maniobras y no garantiza su supervivencia”.
A su entender, el tiempo óptimo para la ejecución de este procedimiento “debe ser relativamente breve”, debido a que mientras menor sea, mayores y mejores serán las posibilidades de sobrevivir sin lesiones de la embarazada y el neonato. “Se debe comprender –apunta el equipo cubano- que la liberación del útero, aun cuando agrega pérdidas hemáticas, favorece el patrón hemodinámico (retorno venoso-tensión arterial) y con ello se podría lograr restauración de la actividad cardiaca de manera espontánea, especialmente en ausencia de enfermedad cardiovascular”.
Obstetra Glaucius Nascimento: "este procedimiento se lleva a cabo en una situación de guerra"
Son casos raros. Los casos de madres en PCR que son sometidas a cesáreas perimortem de emergencia no se ven con frecuencia. Precisamente por eso muchos se vuelven noticias, incluso a escala internacional, y quienes los atienden reciben tratamiento de héroes o heroínas. No porque el procedimiento sea complicado sino porque requiere una capacidad de reacción casi instintiva.
En febrero de 2017, el medio Globo difundió la historia de Michele Santiago: una gestante brasileña que padecía preeclampsia severa y sufrió un infarto cuando estaba a punto de dar a luz. "Michele estuvo casi diez minutos sin dar señales de vida", relató entonces el obstetra Glaucius Nascimento, quien fue parte del equipo que atendió el caso y tomó la decisión de llevar adelante una cesárea de emergencia.
“En general, este procedimiento se lleva a cabo en una situación de guerra, con lo que tengas, coges un bisturí y operas como quieras. El hospital se detuvo. De repente me encontré en una sala de preparto con todo lo que necesitaba para operar", narró Nascimento.
Maisa, la bebé, nació en una situación de muerte aparente, pero en el primer minuto respondió a la ventilación con oxígeno y en el quinto minuto ya se había recuperado. Por su parte, Michele, empezó a dar signos débiles de frecuencia cardíaca luego de que el obstetra cerrara su útero. “Fue entonces cuando fue posible realizar un procedimiento llamado cardioversión, comúnmente llamado shock. Cuando los médicos le dieron la descarga, volvió a un ritmo cardíaco regular”, añadió el doctor.
También en 2017, en España, el Servicio de Urgencia Médica de Madrid (Summa) enfrentó un escenario similar, cuando atendió a una llamada de un hombre que solicitó asistencia para su pareja embarazada de seis meses por presentar problemas para respirar. Cuando los efectivos llegaron a la vivienda, encontraron a la mujer, de 36 años, en parada cardiorrespiratoria, por lo cual determinaron practicarle ahí mismo una cesárea perimortem, al tiempo que la reanimaban.
"Tratar de reanimar a la madre con el bebé dentro es muy difícil por la presión del niño, así que el mejor modo de recuperarla es hacerle la cesárea mientras se le practica la maniobra de reanimación y así se puede intentar salvar las dos vidas", declaró entonces al periódico español El País el portavoz de Summa, quien catalogó la técnica como "de manual".
Tras 35 minutos de reanimación, la madre finalmente murió. Su bebé tampoco lo lograría. Al nacer tuvo que ser también reanimado y, aunque recuperó el pulso en unos 15 minutos y lo trasladaron a una unidad de cuidados para neonatos de un hospital materno infantil, falleció antes de que pasaran 24 horas.
Pero quizás uno de los relatos más impactantes fue el protagonizado en 2011 por Ceferina Cuesta: la jefa de guardia del Servicio de Asistencia Municipal de Urgencia y Rescate de Madrid. Ceferina Cuesta realizó una cesárea perimortem a una gestante de 36 años entre los bancos de la iglesia de Santa María del Pinar, donde había sido baleada mortalmente por un desconocido. Cuesta dijo a la prensa que "fue una decisión de un segundo" y que, tras comprobar con una ecografía que el bebé estaba a término y sin pulso, decidió "luchar" por su vida. "Fue algo muy rápido, una cesárea de urgencia: coger el bisturí, abrir y sacar al niño cuanto antes", declaró.
Esa no era la primera cesárea que practicaba, según reveló, pero sí la primera a una mujer fallecida. “La técnica no es complicada y más en una persona fallecida”, aseguró Cuesta, aunque advirtió que para ser médico de urgencias es necesaria la formación, como en cualquier otra especialidad. “Llevo 20 años en la calle, y por eso tenía experiencia en hacer cesáreas. Pero si no hubiese tenido esa experiencia no habría sabido hacer la técnica", dijo.
El niño, al que llamaron Álvaro, murió a los pocos días. También había sido reanimado al nacer durante varios minutos, en la misma iglesia donde ocurrió el crimen, y había recibido atención hospitalaria, pero no se salvó.
Teóricamente, un médico podría realizar un parto por cesárea perimortem "con un trozo de vidrio afilado"
El obstetra cubano Manuel Guerra considera que, aunque el desabastecimiento logístico es un fallo constante en el sistema de salud nacional, “es difícil que en el policlínico no tuviesen un bisturí”. Guerra dice estar “casi convencido” de que el problema estuvo en la “escasez de personal calificado”. En su experiencia como estudiante en la Universidad de Ciencias Médicas Mariana Grajales (2012-2018), en Holguín, nunca participó activamente en una cesárea, debido a que no es contenido de la carrera. “El útero tiene particularidades anatómicas y realizar una incisión fuera de lugar podría afectar al feto intraútero”, precisa.
No fue hasta que comenzó la especialidad en Gineco-Obstetricia que aprendió a atender partos. “Por lo general los estudiantes no asisten partos cuando rotan en cuarto año por obstetricia. Y ese es un problema que tiene nuestro sistema de salud. Un médico general integral tiene que saber asistir un parto, que es algo que no se puede retrasar”, apunta Guerra.
StatPearls, una de las más importantes librerías sobre contenido médico del mundo, dispone en su sitio Web de disímiles materiales sobre este tema. En uno de este año sobre la cesárea, la autora expone que el equipo necesario para un parto de este tipo varía según el escenario clínico. “En el nivel más básico –dice-, lo único necesario es algún instrumento de corte. En una emergencia, un médico teóricamente podría realizar un parto por cesárea perimortem en una mujer después de un accidente automovilístico con un trozo de vidrio afilado”.
Otro texto de StatPearls, igual de 2021, enfocado directamente en las cesárea perimortem, dicta que lo ideal en estos escenarios es contar con un enfoque multidisciplinario, que incluya médicos de emergencias, cirujanos de trauma, obstetras, ginecólogos, anestesiólogos, neonatólogos y enfermeros con entrenamiento en cuidados intensivos. Además, identifica 13 elementos necesarios para la intervención: kit de vía aérea definitiva, oxígeno, dos vías intravenosas de gran calibre, monitor de CO2 espiratorio final, kit de parto por cesárea, kit de laparotomía traumatológica, bisturí número 10, hemóstato, tijeras grandes, gasas, retractores de vejiga, calentador infantil, bulbo de succión y kit de vías respiratorias pediátrico.
El proyecto Core Emergency Medicina (Medicina Básica de Emergencia) describe sucintamente el procedimiento en ocho pasos: hacer una incisión vertical desde el xifoides hasta el pubis con un bisturí (idealmente número 10); cortar el tejido subcutáneo para llegar a la pared peritoneal; usar los dedos para diseccionar sin rodeos el peritoneo; cortar el peritoneo verticalmente (idealmente con tijeras o con un bisturí para iniciar una apertura hacia abajo); sacar el útero, cortar en la mitad inferior del útero verticalmente para evitar la placenta y luego usar tijeras para extender la incisión hacia arriba hasta llegar al bebé; recibir al bebé (que es probable que necesite reanimación); sujetar y cortar el cordón umbilical; y colocar el embalaje (toallas en el útero y el abdomen abiertos).
Aparte de la teoría referida, hay múltiples reportes de casos que podrían consultarse. Uno apareció publicado en 2018, en la Revista de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México, y trata sobre una mujer de 19 años, con 36 semanas de gestación, que fue transportada por sus familiares en un automóvil hacia un hospital, debido a un disparo con un arma de fuego que recibió en el tórax posterior.
“La paciente ingresó en estado de paro con tiempo de inicio de reanimación cardiopulmonar a las 15:40 horas. Se realizaron cuatro ciclos sin retorno a circulación espontánea, por lo que se decidió realizar cesárea de emergencia perimortem por cirujano general en el área de choque. Se realizó asepsia con yodo, y posteriormente laparotomía e histerotomía, en un tiempo total de dos minutos. Se obtuvo un recién nacido vivo, del sexo masculino, a las 15:50 horas, y se le entregó al pediatra. Se realizó el alumbramiento y se continuó con la reanimación cardiopulmonar durante cinco minutos más sin evidencia de retorno a circulación espontánea, por lo que se declaró la defunción materna, posterior a la toma de electrocardiograma con trazo isoeléctrico, a las 15:55 horas”, indica el reporte.
El bebé, de 2,56 kilogramos y 46 centímetros, fue llevado de inmediato a la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales del centro y, cinco días después, se confirmó sin secuelas neurológicas aparentes. Del hospital egresó, “en buenas condiciones”, a los 20 días de nacido.
Las preguntas que deja la historia de Jessica y Elizabeth
Raúl cuenta que, luego de cuestionar el hecho de que en el policlínico nadie intentara salvar a su hija, apareció una funcionaria -no recuerda que se presentara con su nombre- y le dijo que ahí no contaban con la preparación para ese tipo de casos y había que esperar una ambulancia. “Mi mujer estaba muriendo, ¿y yo tenía que esperar a que llegara una ambulancia? Tú que llamas una ambulancia hoy y llega mañana. No chica, no. Yo la cargué y me la llevé en el carro por ahí para allá, buscando la manera de llegar al González Coro. Luces prendidas, pitando, con la madrastra, una enfermera que se me montó en el carro, y un amigo de la familia que estaba conmigo”, agrega.
Pero ese último esfuerzo sería en vano. Cuando llegaron al González Coro, los especialistas que les atendieron, sin perder un minuto, no pudieron hacer nada. “Y me dijeron que había fallecido, que había pasado mucho tiempo", dice Raúl.
La causa de muerte de Jessica López, según se supo después de la necropsia, fue un aneurisma aórtico torácico, asociado a una malformación congénita en el corazón (válvula aórtica bicúspide) que nunca le habían diagnosticado. En general, un aneurisma, padecimiento descrito por el portal MedlinePlus como el ensanchamiento anormal de las paredes de una arteria, es difícil de diagnosticar y resulta más común en la población que se ubica entre los 55 y 75 años de edad.
El doctor Xavier Ruyra, jefe del Servicio de Cirugía Cardiaca del Instituto del Corazón Quirónsalud Teknon, en Barcelona, explicó este año en una entrevista con el medio español Vozpópuli, que los aneurismas pueden afectar a entre seis y 10 pacientes por cada 100,000 habitantes al año y que, en la mayoría de los casos, no dan ningún signo de alarma y se detectan por accidente durante exámenes realizados por otros motivos. No obstante, señaló que algunas personas pueden mostrar dolor en el pecho o en la espalda pectoral, sensación de falta de aire, pérdida de conocimiento, complicación neurológica, tos irritativa o ronquera.
Manuel Guerra, al respecto, advierte que los aneurismas de aorta se pueden diagnosticar mediante una ecografía abdominal, una radiografía torácica o un ecocardiograma, dependiendo de dónde se localicen, e intervenir quirúrgicamente, pero que una vez que estallan el choque hipovolémico es inminente. “La aorta es una de las arterias más anchas que tenemos en todo nuestro organismo, cuando esta decide estallar, la cantidad de sangre que se pierde es muy grande y es muy difícil ahí buscar la solución”, plantea.
Un artículo sobre el tema difundido por Manual MSD, en su versión para profesionales, puntualiza que, en casos de rotura de un aneurisma de aorta torácica, la tasa de mortalidad es del 97 por ciento. Y, como es de suponer, mientras mayor es un aneurisma, mayor es el riesgo de rotura. También, en las mujeres, el embarazo y el parto pueden contribuir a este evento.
De acuerdo con los análisis del Departamento de Anatomía Patológica del González Coro, el corazón de Jessica sufrió una dilatación aneurismática a nivel de cayado aórtico de 15 centímetros y una ruptura de la media (disección aórtica) de dos centímetros. Como consecuencia, la cavidad pericárdica quedó ocupada por unos 600 mililitros de sangre.
Las probabilidades de que Jessica se salvara ese 19 de julio eran mínimas. Casi nulas. Quizás si su afección hubiera sido diagnosticada antes, y hubiera podido someterse a una cirugía y a tratamiento, su historia hubiera sido distinta. Eso nunca se sabrá.
Ciertamente su dolor en el pecho, más las várices que tenía en sus piernas y el antecedente de la muerte súbita de su madre, cuando todavía era una mujer joven, pudieron haber sido indicios que despertaran alertas médicas y condujeran a estudios más profundos que los reglamentados en un embarazo. Sin embargo, en general, las fuentes consultadas para esta historia coinciden en que la detección de aneurismas es poco usual.
Por otra parte, la válvula aórtica bicúspide es una enfermedad cardiaca hereditaria con sus propios síntomas, como palpitaciones, falta de aire, piel pálida, fatiga excesiva, desmayos y dolor torácico, pero de todo ello solo la falta de aire era recurrente en Jessica y siempre la asociaba con el asma que también padecía.
En cuanto a Elizabeth, sus probabilidades dependían de que a su madre le practicaran, sin pérdida alguna de tiempo, una cesárea perimorten de emergencia. Necesitaba nacer para entonces tener probabilidades. Pero eso no sucedió.
¿Fallaron quienes decidieron llevar a Jessica al policlínico, en vez de a un hospital? ¿Fallaron los médicos del policlínico por no saber realizar el procedimiento o por no ser capaces de reaccionar con rapidez? ¿Fallaron los responsables de crear condiciones en ese policlínico para casos como el de Jessica? ¿Falló la educación en ciencias médicas? ¿Falló el sistema de salud cubano? ¿Y las ambulancias? ¿Podrá la gente algún día recuperar la confianza en ese servicio para situaciones de emergencia?
¿Qué pasará cuando otra Jessica y otra Elizabeth lleguen a ese o a otro policlínico cubano? ¿Tendrá la otra Elizabeth una oportunidad? ¿Y la madre? ¿O acaso fue todo esto una excepción? Y si fue una excepción, ¿por qué?
Las respuestas a estas preguntas, y a tantas otras que deja la historia de Jessica y Elizabeth, podrían salvar vidas.
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