Segunda mañana despertando en San Isidro, rodeada de personas queridas y otras poco conocidas como Osmani Pardo, Humberto Mena, Adrián Rubio, entre otros.
Pasamos los días anteriores hablando de cómo habíamos llegado hasta allí, sin un plan de qué iba a pasar. Todo fue sucediendo en respuesta a la represión del régimen.
Con nosotros estaba Jorge Luis Arias, un joven con muchas inquietudes, de padre trabajador de una empresa estatal con un cargo que solo puede ocupar si es miembro del PCC. Pero él tiene sus ideas muy claras, quiere ser libre y desde que hicimos el llamado estuvo participando en todo lo posible. Ya le conocía de antes, él fue uno de los que creó la campaña contra el monopolio Etecsa con la etiqueta #BajenLosPreciosDeInternet.
Ya nos habían enviado el dinero para comprar comida. Estuvimos toda la mañana saliendo a la puerta de la casa para ver el ambiente.
Seguía todo igual: los represores de la Seguridad del Estado en las esquinas; había uno muy joven que llevaba la misma ropa desde el primer día, todo indicaba que no había ido a su casa. Los vecinos contaban algunas cosas que escuchaban, como que estaban preparando entrar a la fuerza y sacarnos a todos, que se subían al techo de otros edificios para hacernos fotos desde arriba.
La casa de Luisma, como dije antes, es muy abierta. Cuando entras, a la derecha, antes de llegar a la cocina, donde está la cisterna, tiene un espacio que está todo abierto, sin techo; los vecinos pueden ver hacia dentro y desde la azotea del otro edificio también se ve hacia la casa.
Yo había hablado en la mañana con mi madre para que me acercara ropa y cosas que necesitaba para poder estar más cómoda; también hablé con Ángel Santiesteban para que la fuera a buscar y la dejara cerca de la casa, porque no estaba permitido el tráfico en esa cuadra desde el mismo martes en la mañana.
Todavía yo no sabía que los represores jefes ya habían estado en mi casa hablando con ella para que me convenciera de salir de allí; ellos suelen siempre buscar a las familias para que intercedan cuando nosotros no queremos hablar nada con esos mafiosos. En mi caso, han ido hasta Guantánamo a hablar con mi padre y mi tío.
En lo que mi madre organizaba mis cosas y quedaba con Ángel, ocurrían hechos inesperadas en el puesto de mando que montó la Seguridad del Estado en el local cultural de la esquina de San Isidro: detuvieron a la vecina de Luisma, le quitaron la comida que nos llevaba, el dinero y hasta dinero de ella misma; nosotros esperando las cosas que nos traían para poder comer algo. Ya habíamos desayunado, pero eran las dos de la tarde y, esperando por lo que ella traía, no se había cocinado.
Pasadas las dos de la tarde llegó la vecina Daily y habló aparte con Luisma, se la veía asustada y a su vez muy indignada por lo que le había pasado. Por la cara de Luisma nos invadía la curiosidad porque no era de buenos amigos, se le veía bastante incómodo.
De repente, Luisma nos pide que nos acerquemos; dejamos todo lo que estábamos haciendo para escucharlo.
—Daily fue interceptada por la seguridad y le quitaron todo lo que nos traía, el dinero, la comida, todo; esto ya es demasiado, quieren rendirnos de hambre para que salgamos de la casa. Yo, a partir de ahora, me declaro en huelga de hambre, sed y de silencio hasta que devuelvan lo robado y liberen a Denis Solís.
Inmediatamente, otros nos sumamos a la huelga de hambre. En ese momento, éramos 15 personas en la casa y 9 nos declaramos en huelga:
Luis Manuel Otero Alcántara en huelga de hambre, sed y silencio; Maykel Castillo Pérez, Esteban Rodríguez y Humberto Mena en huelga de hambre y sed; Oscar Casanella, Yasser Castellanos, Adrián Rubio, Osmani Pardo y yo en huelga de hambre.
Empezamos a coordinar cómo haríamos a partir de ese momento para que quienes estábamos en huelga no hiciéramos mucho esfuerzo. Acordamos que cada uno de los que no hacían huelga debía atender las necesidades de quienes sí lo estaban.
De la cocina se encargaba Anyell Valdés; había siete personas que tenían que comer y lo que había no alcanzaba para todos. Esas siete personas tenían que repartirse el trabajo de la casa y la atención a cada uno de nosotros, como abastecer de agua a los que estábamos en huelga de hambre, cargar el agua para el baño, y así todas las necesidades. Para que fuera más organizado, se decidió que cada uno se ocupara de un huelguista.
También había que hacer un comunicado anunciando la respuesta a la represión de la dictadura comunista; entre Esteban y yo podíamos difundir al mundo la situación que se vivía en la casa y los actos vandálicos que hacían los represores contra nosotros. Se decidió también crear varios grupos de WhatsApp para la prensa internacional y que salieran todas las informaciones al unísono y con eficacia.
Mientras estábamos en ello, mi madre, por otro lado, estaba de camino a vernos. Al enterarse de que no nos dejaron pasar la comida y que nueve personas estábamos en huelga de hambre, me respondió que los otros tampoco tenían qué comer y que había que llevarles algo. Fabio, un amigo que vive en el Vedado y estaba muy al tanto de todo, me escribió que tenía arroz y chícharos y se los iba a entregar a mi mamá para que nos lo hiciera llegar.
Ángel Santiesteban fue a Cojímar, recogió a mi madre y fueron al Vedado a buscar lo que Fabio nos enviaba. Al llegar cerca de la casa de San Isidro, en el parque Cristo, el primo de Denis Solís recogió a mi madre en un bicitaxi para llevarla hasta Damas 955, porque no dejaban entrar carros por esa calle, además Ángel es muy conocido por los represores.
Dentro de casa continuábamos nuestras reuniones. Ya Etecsa nos había quitado la señal de Internet a algunos de nosotros, por lo que tuvimos que contar al mundo lo que estaba pasando y nuestras respuestas al robo de alimentos y dinero con ayuda de Jorgito, que se convirtió en nuestro técnico informático.
Los amigos de Esteban en el exterior, los de Luisma, Maykel y de todos los que estábamos en el interior de la casa se movilizaron para ayudar en lo que necesitábamos, y que tuviéramos las mayores comodidades posibles mientras duraba el acuartelamiento que habíamos iniciado.
También los vecinos de Luisma ayudaron mucho, nos contaban lo que estaba pasando afuera y una de las cosas que nos dijeron fue que se habían llevado preso a alguien que venía para la casa.
Enseguida averiguamos que a quien se habían llevado era a mi mamá. Inmediatamente prendí mi cámara y empecé a transmitir para el mundo, para denunciar su detención, lo mismo hizo Esteban; teníamos otra línea con que burlábamos la censura de Etecsa.
Salí al medio de la calle con toda la ira y le grité a los represores todo lo que me salió del alma y exigí que devolvieran a mi madre. Enseguida el barrio se volvió a llenar de simpatizantes nuestros, todos escuchando, y los represores muy nerviosos.
Era el primer día en huelga de hambre, que habíamos empezado a las 15:00 aproximadamente, pero desde la mañana que desayunamos no habíamos comido nada más.
Unas horas después, mi madre me llamó por teléfono para decirme que estaba bien, pero su voz se notaba muy nerviosa.
Me dijo que ya estaba en casa, pero era mentira, estaba en "manos libres" y los represores escuchaban nuestra conversación; así se los hice saber a ellos y colgué el teléfono después de decirle que cuando estuviera en casa me llamara.
Efectivamente, no me había equivocado: cuando mi madre llegó a casa, me confesó que era cierto que estaba todavía con ellos cuando me llamó.
Me contó que se la habían llevado a la estación de Cuba y Chacón y luego para la de Cojímar; pusieron todas las cosas que llevaba en una mesa y le hicieron fotos para luego usar en la televisión y tergiversar la realidad de los hechos, para decir que no estábamos en huelga de hambre.
Nosotros continuamos con nuestras actividades. A pesar de la huelga de hambre, como era el primer día, teníamos fuerzas. Yo sentía hambre, pero los nervios por lo que había pasado en la tarde con mi mamá, me tenían más ocupada la mente.
Esa noche, mientras intentábamos coger el sueño, Anamely estaba cerca de la puerta de la calle y sintió algo que le salpicó y un olor muy fuerte. Ya estaban todas las luces apagadas y empezamos a sentir un fuerte olor químico. Nos levantamos, encendimos las luces y vimos una especie de líquido en la entrada y en la parte de las cisternas.
Ya estábamos sin internet; desde el martes en la tarde nos conectábamos anclados a otros teléfonos y en ese momento prendí la directa para que todos vieran lo que estábamos pasando.
Si estábamos totalmente rodeados, cómo es posible que una persona hubiera llegado hasta allí a esa hora de la noche y hubiera lanzado un líquido químico desde la azotea y luego por la puerta de la calle: eso solo lo podía hacer alguien con la complicidad de los represores de la Seguridad del Estado.
Ya teníamos miedo a dormir, era otro método de tortura de la dictadura; nos enviaban mensajes de que iban a entrar por la madrugada, y cada vez que íbamos a dormir bloqueábamos las entradas de atrás de la casa porque por ahí podían meterse.
Finalmente, el cansancio nos ganó y nos dormimos encomendándonos a Dios.
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