Por principio, yo no juzgo las decisiones políticas de quienes residen en Cuba y se encuentran en condiciones de vulnerabilidad. En estos momentos me encuentro en Madrid, España, pero yo viví en Cuba hasta enero de 2021.
En Cuba hice periodismo independiente desde 2015 hasta que decidí exiliarme. En Cuba supe lo que era estar bajo el acoso de la Seguridad del Estado. Y si algo me molestó siempre fue que, quienes se encontraban en el extranjero, sin correr los mismos riesgos que yo corría, ni enfrentar la violencia que yo enfrentaba, me juzgaran y me exigieran más de lo que ya estaba entregando.
Entonces, yo no voy a juzgar la decisión del artista Yunior García Aguilera, líder de Archipiélago, de salir a manifestarse solo y en silencio un día antes del 15 de noviembre. Sólo Yunior y su familia saben con certeza lo que han debido vivir en los últimos meses. Sólo Yunior sabe con qué puede vivir en su conciencia e irse a dormir por las noches y con qué no. Sólo Yunior conoce sus propios límites y los límites de cada persona hay que respetarlos.
Yo no creo en las causas que proponen que las personas se violenten a sí mismas y pasen por encima de sus límites. No podemos pasar por alto que todo esto va sobre una sola cosa: la libertad. Y en el empeño de buscar la libertad no podemos ir contra ella. Porque la libertad de Cuba también está en la libertad de cada cubano.
Pero como mismo considero importante respetar a Yunior, a quienes quieran manifestarse de manera individual y a quienes opten por permanecer en su casa el 15 de noviembre, también considero importante respetar a quienes decidan salir a las calles a manifestarse de manera pacífica para exigir la liberación de los presos políticos, el cese de la violencia, respeto a los derechos civiles y políticos y una solución democrática a los conflictos sociales que se viven entre quienes piensan distinto en Cuba.
Es cierto que ejercer el derecho a la protesta, en un régimen dictatorial como el cubano, implica enfrentar represión. Es cierto que la lista de presos políticos puede aumentar. Es cierto que los manifestantes pueden salir heridos o incluso perder la vida, porque el pasado 11 de julio el Gobierno de Miguel Díaz-Canel demostró, una vez más, que no duda para dar órdenes de combate y aprobar el uso de armas de fuego contra civiles desarmados. Además, desde que salió la convocatoria a la Marcha Cívica por el Cambio, las respuestas oficiales han sido en extremo violentas.
No obstante, yo estoy segura de que cada persona que decida salir a las calles el próximo 15 de noviembre lo hará, precisamente, porque está muy consciente de esa violencia y de los peligros a los que se expone al desafiar al régimen. Y eso hay que respetarlo. Hay que respetar el derecho de cada cubano a luchar por el país que quiere por vías cívicas y pacíficas. No podemos caer en la soberbia de creer que sabemos qué es lo mejor para todos y distribuir juicios desde una supuesta posición de superioridad intelectual o moral.
Este jueves, el científico Yassel Padron Kunakbaeva expresaba en su página en Facebook que Yunior García Aguilera estaba evitando con su decisión “ser recordado como alguien que llevó al pueblo a la violencia”. Una idea que se ha difundido en sectores conservadores, tolerantes a la represión o sutilmente oficialistas y que a mí me resulta indignante y descabellada.
El único culpable de la violencia que presenciemos el 15 de noviembre será el Estado cubano; como mismo fue el único culpable de la que presenciamos el 11 de julio pasado, el 27 de noviembre de 2020, el 11 de mayo de 2019 o en cualquier otra protesta ciudadana independiente que reclamara cambios en Cuba. La culpa nunca es ni será de las víctimas sino del victimario; menos cuando entre unos y otros hay una desigualdad de fuerzas y poderes gigantesca, cuando las víctimas son civiles pacíficos y, el victimario, un Estado militar totalitario.
A ninguna persona, en su sano juicio, le gustaría que ocurriera un conflicto civil, ni que aumentaran los sufrimientos del pueblo. Pero, desafortunadamente, en Cuba resulta casi imposible defender ideas contrarias o distintas a las promovidas por el sistema sin enfrentar castigos. El sistema reprime, criminaliza y acosa casi cualquier iniciativa de la sociedad civil que actúe de forma independiente, le cuestione y proponga un proyecto de nación democrático e inclusivo.
A pesar de ello, quienes defienden y promueven la marcha del 15 de noviembre han abogado siempre por la paz, el civismo y la no confrontación. No son personas imprudentes, ni locas, ni insensatas, ni provocadoras. Son simplemente personas que quieren ejercer sus derechos en Cuba. Nada más. Si por esta razón resultan reprimidas por el Estado, el problema no radicará en ellas sino en ese Estado que, en lugar de garantizar y proteger el ejercicio de sus derechos, les reprime.
La historia de los derechos civiles y políticos es la historia también de muchas “imprudencias” o “locuras”. Ahí están las vidas de José Martí, Mariana Grajales, Martin Luther King, Rosa Parks, Harvey Milk o las hermanas Mirabal para demostrarlo. Y las vidas de muchísimos hombres y mujeres más en todo el mundo que tuvieron una dignidad más grande que todos sus miedos juntos.
En Cuba también Carolina Barrero, Katherine Bisquet, Anamely Ramos, Luis Manuel Otero o Maykel Castillo han mostrado esa dignidad y han sufrido represalias. Luis Manuel y Maykel llevan varios meses privados de libertad, en prisiones de máxima seguridad, mientras que Carolina se encuentra en arresto domiciliario y bajo vigilancia policial. Son tres casos entre cientos de casos. Y claro que ellos sabían que su activismo podía tener un costo altísimo, porque este régimen es muy viejo y siempre ha sido cruel, pero decidieron ser consecuentes con lo que sentían y pensaban. Todos fueron responsables de sus decisiones, pero ninguno fue culpable de la violencia.
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