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Sentada en el césped de Central Park, con enormes árboles y rascacielos levantándose sobre su cabeza, Catherine Núñez cuenta que desde que llegó a Estados Unidos en 2016 su vida ha sido una constante exposición de culturas de todo el mundo. Viendo caminar a un anciano de la mano de su esposa, ardillas correteando y caballos paseando por el corazón de la Gran Manzana, la actriz cubana enumera a los amigos "de todas partes" que ha ido haciendo a su paso por Texas, Washington, Virginia, Maryland o Nueva York.
Ha ido entendiendo el entorno norteamericano, pero las rutinas allí distan de las cubanas. "El ritmo es muy acelerado, las personas trabajan mucho y crear lazos afectivos es complicado porque se le da menos importancia a lo social, al tomarse un café, al pasar una tarde con los amigos". No obstante, ella se resiste a dejar de hacer esas cosas. Lo más difícil ha sido estar sola, agarrar las maletas y empezar de cero cada vez que se muda de un sitio a otro.
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Tiene que agradecerle a su madre que con ocho años casi la obligara a hacer la prueba para ingresar a un grupo de teatro en Alamar, porque Catherine era muy tímida. "Desde entonces me recuerdo metida en cuanta actividad artística o taller se perdía. No sé si escogí conscientemente la actuación o ella me escogió a mí, pero siempre ha estado en mi vida e hice de ella una carrera".
Con contadas apariciones en cine y televisión en Cuba, para Catherine el teatro es el lugar en el que más viva se ha sentido y por el que ha apostado para desenvolverse en Norteamérica. "Es el instante. No hay una función igual a la otra y eso lo hace maravilloso. Es mi espacio seguro de creación y, al mismo tiempo, en el que más insegura estoy. Es increíble como, a pesar de la experiencia, siempre me tiembla todo el cuerpo antes de entrar al escenario, pero es donde puedo desnudarme el alma y ser feliz. Es desde donde puedo estar, ser, decir".
Sus primeros pasos profesionales en las tablas estadounidenses los dio en 2018 en un casting que se estaba haciendo en Washington para En el tiempo de las mariposas, una obra sobre el dictador dominicano Rafael Trujillo y en la que después coincidiría con las también cubanas Broselianda Hernández y Alina Robert.
"Buscaban actrices latinas en el Teatro Gala Hispano que lleva muchísimos años produciendo teatro latino y es de los pocos que hacen puestas en español y tienen cierto renombre. Fui para esa audición y desde entonces me he convertido en miembro de la compañía. Incluso, ahora que vivo en Nueva York, voy a Washington a trabajar con ellos", dice con orgullo.
Aunque su mercado es mucho más pequeño que el de Broadway o el teatro en inglés, el Gala es uno de los mayores referentes del teatro hispano en Estados Unidos. Catherine reconoce la dicha que es haber conectado y sentirse parte de la familia que es esa compañía, con la que ha estado presentando en las últimas semanas Doña Rosita la soltera, del dramaturgo Federico García Lorca. "Los espacios debe crearlos uno mismo", afirma esta joven de formación completamente autodidacta que ha ganado un lugar dentro de una competitivísima industria.
Al hablar de su más reciente puesta en escena, Catherine asegura que Rosita han sido todas las mujeres y todos los hombres en algún momento de su vida. Para ella, en su tiempo, Lorca expuso magistralmente a través de Rosita el ansia de aferrarse a un ideal, con las uñas y con los dientes. "Por eso yo siempre escojo amar y no dejarme amar. Para mí el amor tiene que ver con acción, con libertad, con el instante, con la belleza".
"Un ser humano no debería querer menos que lo imposible" es de las frases de Rosita que prefiere. Catherine cree que cada cual debe hacer lo que esté en consecuencia con sus ideales y sus valores. Y los suyos la llevan a no querer menos que lo imposible. “Yo voy por lo que quiero. Si parece imposible, me gusta creer que es posible. Y si no se puede concretar, yo la pasé bien intentándolo. Yo lucho contra el conformismo: no porque no esté feliz con lo que tengo, sino porque defender lo que quiero me hace sentir viva".
En el tiempo de Broselianda
En el tiempo de las mariposas fue la última obra que interpretó Broselianda Hernández antes de morir. "Ella hacía de Dede, que sobrevive para contar la historia de sus hermanas asesinadas por el régimen de Trujillo, y yo, de Dede cuando era joven. Recuerdo que Alina, Brose y yo fuimos inseparables esos dos meses. Fuimos una. Me cuesta decir que Brose era porque para mí sigue estando. Brose es una artista de las de verdad, de las de alma, de las de corazón, de las grandes, de las imprescindibles. Es todo lo que aspiro a ser: vida, inspiración, amor, libertad, con sus tangos, con su música, con su poesía, con su manera de ver la vida. Yo la amo, la admiro y la respeto", explica emocionada.
Pero ya había coincidido con Broselianda cuando hicieron en La Habana Rascacielos, una de las puestas más exitosas del actor Jazz Vilá. Un día Catherine salía del camerino temblando del miedo porque era su primera obra profesional. Estaba muy nerviosa porque se sometería a la mirada de un público conocedor, sin haber pasado ella por la escuela, y Broselianda "tranquilamente" la vio y le dijo: "A mí me gustan mucho las artistas que tiemblan. Las actrices que tiemblan son buenas actrices". Catherine no tiene cómo explicar lo que significó que "Brose me dijera eso en aquel momento".
Ambas tuvieron la compañía Jazz Vilá Projetcs como casa en la isla. Jazz fue un maestro para Catherine: le abrió las puertas a los teatros de la calle Línea, la supo cobijar y le dio las alas. "Jazz Vilá Projetcs fue el sitio en el que me estrené profesionalmente en Cuba, mi primera familia teatral grande, de las experiencias que más agradezco en la vida. Había hecho otras cosas en Mephisto Teatro, pero bajo una mirada más amateur. Cuando no quieres perderte nada y te empujan al vacío solo puedes volar para salvarte y no caer. Y eso hice”.
Dueña de una voz suave, pero decidida, Catherine lleva a Cuba consigo dondequiera que vaya porque es donde está su corazón. "Soy muy afortunada de tener mis raíces en esa isla del Caribe. Mis padres, mis amigos, mi formación, mis creencias, mis valores, la niñez, que es la etapa más importante en la vida de un ser humano porque pasamos todo el tiempo intentando cumplir lo que soñamos en ella. Me encanta que los cubanos tendemos la mano a la persona de al lado y compartimos lo que tenemos aunque no nos sobre".
No obstante, en el ámbito teatral norteamericano Catherine no es vista como la típica actriz latina. De pelo rojizo y ojos verdes, pasa más por americana, rusa o europea. "Lamentablemente por clichés que existen, aunque sea cubana, parezco otra cosa y eso me obliga a modificar el acento cubano porque no necesariamente el público de América Latina entiende la cadencia, el ritmo y la rapidez con la que hablamos nosotros, y a perfeccionar mi acento inglés con la ayuda de un coach si no se trata de un trabajo en español”.
Advierte con soltura que la diferencia entre el teatro que ha hecho en Cuba y en Estados Unidos es meramente logística. Cuando actuaba en la isla podía estar varios meses en el proceso de montaje de una obra y toda la compañía participaba desde el principio en el proceso. "Aquí se trabaja con tiempos mucho más específicos de montaje (que se hace en un mes), tenemos horarios puntuales para cada ensayo y sabemos de antemano si el teatro está vendido porque hay que pagar el local, al personal. Eso es lo que funciona de otra manera. Pero, en esencia, el teatro es el mismo donde sea. El diálogo que hay con el público que viene a vernos es universal. Somos todos humanos y vamos al teatro para compartir historias".
Su viaje al centro de la belleza
Con todos los teatros cerrados, sin saber a dónde iba el mundo y con una profunda necesidad de expresarse, en plena pandemia Catherine empezó a hacer sus propias historias. Imposibilitada de crear en su plataforma acostumbrada, apareció la oportunidad de colaborar con un grupo de teatro en Virginia haciendo un cortometraje. Eso la salvó de volverse loca. Era eso o ponerse una peluca y "decir monólogos frente al espejo (que también está muy bien)".
Así surgió Filippa en cuarentena, un corto que ha sido expuesto y reconocido en festivales de todo el orbe. Desde entonces no ha dejado de escribir historias porque eso la motiva. "Llevan un trabajo arduo porque tienes que ponerte en muchos zapatos (los del director, del actor, del editor), pero posees una libertad total de creación, de escoger lo que quieras contar. Eso es muy satisfactorio", explica quien lo que tiene por hacer como artista es lo mismo que tiene por hacer en la vida. "No sé desligar una cosa de la otra. Me queda todo para descubrir. No me limito a pensar en lo que quiero y en lo que no. Me gusta pensar que lo quiero todo y que lo que sea que venga me pille trabajando".
A Catherine no le gusta la perfección. Considera que lo imperfecto es lo que nos hace humanos y nos distingue de las máquinas. En la imperfección es donde está la belleza. "Esperar de la vida te pone una presión encima, estrés. Es preferible que te sorprenda, aunque uno tenga objetivos, metas. Lo más bonito es disfrutar el viaje", destaca a pesar de que no tiene ni la menor idea de cómo definir la belleza porque hay muchas cosas que son bellas: desde despertarse y ver la luz del sol, que es pura magia, hasta la tristeza. "Es lo que creas desde tu alma, desde tu esencia. Yo siempre intentaré estar del lado de la belleza".
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