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Cualquier analista de la economía cubana se habrá sorprendido de que, desde hace unos meses, la prensa oficial del régimen y casi ningún dirigente del área económica, han vuelto a hablar de la Tarea Ordenamiento. Parece mentira que una apuesta personal del tándem Castro-Díaz-Canel, elevada a los altares por argumentos como su necesidad, urgencia, oportunidad y un sinfín de epítetos ideológicos, ha acabado siendo olvidada, enterrada y lo que es peor, desatendida ante los ojos sorprendidos de los cubanos.
Habría que preguntarse por qué ha ocurrido esto y si existen razones objetivas que lo justifiquen. Y como casi siempre sucede en estos casos, el abandono de la Tarea Ordenamiento podría venir motivado por numerosas causas, algunas comprensibles y otras menos.
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Por ejemplo, el hastío que siente el niño malcriado cuando consigue de sus padres lo que quiere, después de mucha pataleta, y luego se aburre y lo desprecia. El régimen comunista cubano ha dado muestras más que suficientes a lo largo de 62 años de comportarse como ese niño maleducado que cuando se cansa de lo que tiene, lo olvida y entierra.
Otra razón es que no tendría sentido continuar dando apoyo a algo que ya cumplió sus objetivos. Realmente, basta comprobar que de la Tarea Ordenamiento se dejó de hablar a partir del congreso comunista, donde fue presentada como un éxito y un ejemplo de cómo el régimen obedece y cumple los mandatos del partido. Después de ese hito, qué sentido tiene seguir hablando de algo que ya se acabó.
En tercer lugar, el estallido social del 11J ha puesto patas arriba la dirección económica del país, acentuado el miedo. De hecho, antes de esta fecha los observatorios sociales del régimen ya venían apuntando a un aumento de los niveles de malestar social provocados por una inflación de tres dígitos (consecuencia de la Tarea Ordenamiento) que erosiona el poder adquisitivo de cualquier renta salarial o no salarial. Nadie ha salido a dar explicaciones de una de las inflaciones más descontroladas del mundo, sobre todo porque su origen no está en la demanda, sino en la insuficiente oferta.
Cuarto, surge el problema de los indicadores. Sin datos, para qué hablar de algo que se ignora. Cabe recordar que al comienzo de año los dirigentes empezaron a utilizar el aumento de población activa como indicador del éxito de la Tarea Ordenamiento, y destacaban como un éxito que aumentase el número de personas que querían trabajar y se apuntaban en las direcciones de empleo. Llevamos seis meses sin un solo dato. Algo ha debido ocurrir para que se secuestre esta información. De los tipos de cambio del peso en los mercados informales nunca se han hecho eco, pero las tensiones siguen ahí mientras se espera alguna corrección de las autoridades en el tipo oficial. Las exportaciones continúan sin despegar, y lo mismo ocurre con la inversión extranjera. Se ignora incluso el proceso de retirada de CUC de la economía. La estrategia del calamar que cuando hay problemas arroja la tinta parece funcionar para la Tarea Ordenamiento.
Quinto, la falta de alternativas. Con toda la leña en el fuego, y sin instrumentos alternativos de política económica para hacer frente a problemas que no solo continúan sin estar resueltos sin que cada vez se agravan más, el régimen ha preferido mantener el motor al ralentí a la espera de tiempos mejores, conforme empiecen a regresar turistas a partir del 15 de noviembre y se estimule la entrada de ingresos por este concepto. Al mismo tiempo, se mantiene la presión sobre las remesas para intentar centrifugar su entrada hacia unas arcas del estado que están vacías y con uno de los déficits más elevados del mundo (se estima que puede rondar el 20% del PIB). Ni una sola idea de cambios estructurales o reformas en el marco jurídico que regula los derechos de propiedad. Se crea las mipymes y las cooperativas no agropecuarias, pero se obliga a que funcionen dentro de un marco intervencionista en el que la autonomía empresarial y los derechos de propiedad privada siguen sin estar garantizados.
De acuerdo con los hechos descritos, se entiende que la Tarea Ordenamiento haya pasado a mejor vida y que nadie quiera hablar de ella. El propio Murillo, artífice del programa, ha sido marginado de los procesos de toma de decisión mucho antes de que se cumpliese el primer año. Alejandro Gil nunca ha estado a gusto con la Tarea Ordenamiento, y a Díaz-Canel siempre se le ha visto dubitativo.
La cuestión es que la Tarea Ordenamiento ni siquiera sirvió a Cabrisas para convencer en marzo pasado a los acreedores del Club de París sobre una posible condonación de las deudas, debiendo conformarse con un aplazamiento de las mismas. Los tiempos han cambiado y los apoyos externos que facilitaron el “milagro” de 2014 han desaparecido definitivamente en un lustro. Volver atrás es imposible, y en concreto, con la Tarea Ordenamiento, más aún.
El lector no debe pensar, en ningún momento, que se está echando de menos la Tarea Ordenamiento, que se defienda su mantenimiento o que se cuestione al régimen por haber olvidado el juguetito. Nada de eso. Siempre fui contrario a implementar un programa de esas características en un momento tan complicado para la economía cubana como el actual en el que no consigue salir de la crisis provocada por el COVID-19.
Incluso, en su momento, se veía como algo positivo que se hubiera dado marcha atrás en los primeros meses, tan pronto como surgieron las protestas de los sectores afectados por los aumentos de tarifas y precios. Persistió el régimen porque había que llegar al congreso de mayo con los deberes hechos, y aquí tenemos el resultado. Una economía desfallecida, sin capacidad para crecer con sus propias fuerzas internas, desequilibrada y carente de una dirección estratégica eficiente. El fracaso de la Tarea Ordenamiento se queda corto a la vista de este resultado. Escribir su corta historia, cansa.
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