El tardocastrismo planea sobrevivir al 11J con cero reforma política, limitados cambios económicos, la anticuada fórmula de exilio o cárcel para dirigentes de los movimientos San Isidro y 27N y la reiteración de sus letanías antinorteamericanas pero fracasará porque no representa a la mayoría de los cubanos y la economía está herida de muerte.
El truco totalitario consiste en pretender aplazar constantemente la democratización porque el país está en guerra inventada y toda disidencia, como manda el canon jesuita, es traición a la patria y demás embustes interesados para no afrontar la imprescindible reforma política de Cuba.
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El miedo, la incapacidad de sus principales dirigentes y la debilidad de un régimen que se asustó con una canción y un par de eslóganes, mantiene congelada la acción política, más reactiva que nunca, pero generadora de improvisaciones que devienen boomerang como las injustas palabras de Marrero sobre médicos y personal sanitario, en Holguín; y el postureo cínico de Díaz-Canel con una niña uruguaya clienta del Centro Internacional de Restauración Neurológica (Ciren).
¿Qué pinta Díaz-Canel fotografiado junto a una niña uruguaya y su mamá alojadas en el Ciren, tras pagar más de 30.000 dólares por un tratamiento, cuando el presidente no ha tenido la sensibilidad de retratarse junto a los miles de niños cubanos contagiados de coronavirus y ni siquiera tuvo valor para visitar a los padres de las tres niñas habaneras muertas por un derrumbe, y sigue sin pedir perdón por su delictivo llamado a la guerra civil.
Los cambios políticos en Cuba, más necesarios que nunca, tendrán que ser arrancados por los ciudadanos a los gobernantes, paralizados y cometiendo errores consecutivos, incluida la desproporcionada represión del 11J y maniobras en la sombra para intentar chantajear a dirigentes de los movimientos San Isidro y 27J con su eterna disyuntiva de cárcel o exilio negociado.
Tras el 11J, el gobierno convocó dos marchas, 17 de julio y 5 de agosto, que destacaron por la carencia de respaldo popular y la negativa de universitarios y jóvenes a secundar las algaradas, para ridículo del general Raúl Castro y de la flamante primera secretaria de la Ujotacé, que alborota con afán costurero de Canducha Figueredo y la pasión melódica de Panchito Riset, con su cuartico está igualito.
La política migratoria sigue vivaqueando entre el palo y la zanahoria, pero la última deposición del burócrata Ernesto Soberón tampoco admite vislumbrar el reconocimiento de derechos políticos a los emigrados, que son vistos como emisores de remesas y poco más, con las excepciones de conspicuos gusañeros, autoengañados con un pretendido protagonismo a la vuelta de la esquina, que nunca doblarán porque los cubanos desprecian a los traidores.
La ideología y la cultura andan cuesta abajo en la rodada, por el agotamiento del discurso oficial, con excentricidades como la de ponerle corazón a Cuba, que en boca de sus bombarderos deviene insulto; y que motivó una reacción del general Fabián Escalante en Cubadebate llamando explosión social al 11J, pidiendo reflexión y autocrítica, que sentó como una bomba en el Buró Político.
La felonía de Abel Prieto de llamar negro a un artista cubano exiliado, sin atreverse a decirlo a las claras, sino aludiendo a una supuesta alianza con ex esclavistas, confirma su condición de eficaz turoperador de jineteros culturales en los 90 y, creyéndose su propia invención de hippie irredento, cobrando del Estado desde chiquitico, se pega un tiro en la melena lacia porque esclavistas, si acaso, fueron negreros ibéricos emigrados a América, o hacendados como Carlos Manuel de Céspedes y Salvador Cisneros Betancourt.
Prieto no es más que un bateador emergente ante el descalabro del Ministerio de Cultura, cadáver político desde el 27N y el manoteo insensato del repentista Alonso; pero Abel debía evitar hacer de Caín porque el tema racial en Cuba sigue siendo obviado, pero latente por los alarmantes índices de desventaja de negros y mestizos ante un poder sexagenario blanco y excluyente.
El pensamiento de vanguardia habita en el inxilio y exilio, frutos de limpiezas ideológicas recurrentes, generando una subcultura que antepone la defensa de la tiranía a la suerte de Cuba, a cambio de pequeñas ventajas materiales, lastrando las ciencias sociales, el pensamiento y el periodismo con vaguedades y la amplificación simulada de la orden de combate totalitario, envuelta en arabescos indianos posmodernos, cuando hace años que Olga dejó de vender tamales.
En el ámbito económico, el tardocastrismo sigue dando palos de ciego porque los cubanos derrotaron su atropellado ordenamiento, que fue un catalizador de las protestas previas y la rebelión del 11J, pretendiendo vender como beneficioso un plan que ahondó la pobreza y desigualdad de los cubanos; una pirueta costosísima, solo concebible en mentes que viven en la irrealidad y a la espera de un milagro.
Morder la mano tendida de Obama desdentó a Raúl Castro, pero apostar el escaso capital político del tardocastrismo a una fantasiosa rectificación incondicional de Biden, ha dejado sin resuello a los grumetes de La Habana, zarandeados por una galerna implacable, afincada en la frustración y la rabia de millones de cubanos, que no van a renunciar a la democracia a cambio de migajas temporales.
Raúl Castro, López-Calleja, Díaz-Canel, Marrero Cruz y demás miembros de la comparsa fúnebre están a las puertas del infierno y ya solo les queda un atajo que es ensanchar la Constitución de 2019 para sentar las bases de una reforma política democratizadora y abrir la economía al capital humano creado por la revolución.
Los cubanos no se fían de la casta verde oliva y enguayaberada, la comunidad internacional seguirá el compás de Washington, la izquierda democrática está harta de callar en público lo que admite en privado; Venezuela va camino de un arreglo Biden-Guaidó, Ortega caerá por su propio peso somocista, la venta de servicios médicos está cuestionada por sus prácticas esclavistas y las remesas en veremos.
Angola, China, Viet Nam y Rusia no quieren seguir manteniendo a un hijo bobo estudiando en el norte y López-Obrador dará algún salve para que La Habana no sature el rancho de emigrantes, que pongan en peligro su rentable compromiso con Estados Unidos, que consiste en cobrar por hacer de policía migratorio.
Los impagos de la deuda y pleitos amparados en la ley Helms-Burton ahuyentan posibles inversiones y ralentizan o paralizan a los actuales socios franceses y españoles, resistiendo para ver si consiguen vender sus carteras de negocio a futuro a compradores norteamericanos y cubanos emigrados porque el turismo lo mataron Marrero Cruz y el coronavirus.
La solución de Cuba no debe seguir en manos del problema; aunque el decrépito poder aun tiene la opción de promover una reconciliación nacional, renunciando a la primacía y escuchando a todos, sin caer en la tentación de ganar tiempo porque carece de prestigio y autoridad para atajar el vendaval desatado por el partido comunista decretando el sálvense quien pueda y abandonando a los ciudadanos desde la caída de Moscú.
Otra opción sería morir matando, creyéndose a salvo para disfrutar de fortunas, pero ese camino de sangre implica que en el holocausto morirán muchos pobres, pero también ricos de las tres familias reinantes Castro-Soto del Valle-Espín-López-Calleja y los masacradores de cubanos no tendrían donde esconderse, por muchos pasaportes extranjeros que hayan conseguido desde el Período especial en tiempos de paz.
Algunos cubanos y observadores extranjeros caen en la tentación de considerar que la dictadura más antigua de Occidente ha conseguido domeñar, otra vez, la rebelión popular; craso error, la turbulencia pro democracia en Cuba es como el viento, que no se ve, pero se siente y, a veces, hasta da miedo; solo hay que mirar al Palacio de la Revolución y sintonizar la Mesa Redonda, abarrotados de anexionistas anticubanos cagándose en los pantalones y haciendo brujería inútil para que Washington los salve.
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