Tania Bruguera y la insoportable decadencia cubana

Cuando alguien sensato lee o escucha a un cubano navajeando a Tania a Luis Manuel o José Daniel no puede evitar un sobrecogimiento de espanto ante tanta brutalidad reiterada, porque aprecia el goce de la diferencia con la misma intensidad que rechaza la violencia y la indecencia. 

Tania Bruguera, artista cubana, en un perfomance © Facebook / Tania Bruguera
Tania Bruguera, artista cubana, en un perfomance Foto © Facebook / Tania Bruguera

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Este artículo es de hace 3 años

Tania chivatona; Iliana oportunista; José Daniel violento; Luis Manuel, Solís y Maykel marginales; Elena, Yaxys y Veiga dialogueros; Elías superficial; Coco simulador; los Militares Objetores de Conciencia esbirros, siempre según el calificador de dignidades de los guardianes de la pureza oportunista.

El reciente linchamiento de Tania Bruguera, primero a manos del tardocastrismo -que agrede y silencia- y ahora por fusiladores de sal gruesa que conciben al prójimo a su imagen y semejanza, como reafirmación de la insoportable decadencia cubana; cuya principal culpable es la casta verde oliva y enguayaberada, pero a la que contribuyen decisivamente los jinetes de la Apocalipsis que cabalgan por la estruendosa blogosfera.


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Tania es una mujer decente, que eligió un camino cívico, no a su papá, renunciando a una vida sin sobresaltos en Nueva York o Europa con un proyecto de transformación de Cuba, que puede ser criticable sin traspasar el límite del insulto y la descalificación personal.

El sueño orwelliano de todo perdonavidas es aniquilar la discrepancia, marchando unidos hacia la mentira oportuna, y borrar la historia -especialmente la que atañe a sus vidas anteriores- porque las culpas no los dejan vivir, mientras sueñan con un estado de amnesia selectiva que fusile, dialécticamente, a todo cubano que haya mostrado simpatías por la revolución.

Al viejo adagio revolucionario de Ser como el Che, sucede ahora la consigna de Ser como yo quiero que seas, sin el más mínimo resquicio a la duda o vacilación y la disposición permanente a disparar contra todo discrepante, que razone la inviabilidad de reconstruir la nación a martillazos.

La intolerancia cubana lleva años siendo el hazmerreír de buena parte del mundo y de América Latina, siempre presta a usarla como contrapeso en su balanza geopolítica con Estados Unidos y rezando porque nunca alcance la libertad y la prosperidad que Cuba merece por espíritu, tradición y capital humano.

Cuando alguien sensato lee o escucha a un cubano navajeando a Tania a Luis Manuel o José Daniel no puede evitar un sobrecogimiento de espanto ante tanta brutalidad reiterada, porque aprecia el goce de la diferencia con la misma intensidad que rechaza la violencia y la indecencia.

¿Cómo es posible que una isla de gente capaz, emprendedora y generosa siga estancada políticamente, reproduciendo esquemas de lapidación impuestos a la fuerza por Fidel Castro para romper el alma republicana?

¿Qué perversión establece que, cuando un cubano destaca en alguna disciplina, incluida la política, incluso arriesgando sus vidas, siempre hay sendos grupos de ambas orillas, machete en mano?

En el caso de los servidores del tardocastrismo, incluidos gusañeros y extranjeros aliados, puede entenderse -nunca justificarse- porque forma parte del catálogo defensivo oficial, pero resulta inexplicable que cubanos machacados por la dictadura más antigua de Occidente y que viven en sociedades democráticas, arremetan con saña contra el diferente.

¡Patria y Vida!, además de anhelo mayoritario no puede ser sinónimo de represalias, hambre, y perversión autofagocitadora, que son deméritos de la dictadura, y en ningún caso excluye la crítica contundente a los designios del Palacio de la Revolución, símbolo del totalitarismo anticubano.

Un orden injusto no debe suplantarse con desorden vengativo ni monólogos jaleados por masa suicida; ya ocurrió en 1959 y los daños son evidentes. La tragedia de Cuba no podrá arreglarse con absurdas divisiones entre puros e impuros, sino con el concurso unidos de todos los cubanos que tengan como premisa derrotar a la dictadura y anteponiendo la justicia y las leyes a pasiones.

Mientras llegue ese momento, habrá que construir un consenso que aparte a los violentos de cada orilla por razones de higiene democrática y salud de la nación; un exaltado siempre necesita a otro similar para retarse mutuamente, mientras desdeñan la grandeza de gente normal, como Tania Bruguera que -hace tiempo- descubrió la ventaja del arte como emoción de pueblo y antídoto del barullo mentiroso.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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