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La reciente mención en un artículo de CiberCuba a la presunta colaboración del fallecido Cardenal Jaime Ortega y Alamino (1936-2019) con los órganos de inteligencia del Ministerio del Interior (MININT), merece un esclarecimiento aparte, atendiendo a ciertas consideraciones surgidas tras la controversial referencia a una figura emblemática de la Iglesia Católica cubana.
En realidad, la afirmación aparece como un dato al final del artículo dedicado a la salida del libro Nadie me lo contó, del profesor y exagente de la inteligencia cubana Edgerton Ivor Levy, recién publicado por la editorial Lunetra en Estados Unidos. Pero aunque el origen de esa información es un testimonio de pasada y ajeno al tema que motiva el libro, aparece atribuido a un oficial de la Dirección de Inteligencia (DI) del MININT y pieza clave dentro de la llamada Red Avispa de espionaje cubano, lo cual constituye un elemento atendible desde el punto de vista noticioso, imposible de obviar a la hora de reseñar el volumen.
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La referencia al Cardenal Ortega se encuentra en una sección dedicada a Hugo Soto, alias "Horacio" y "Ricardo Villarreal", quien fue designado por la DI como el oficial ilegal para atender a Levy y su esposa, Ivette Bermello, agentes Ariel y Laura para la inteligencia cubana. Soto estuvo vinculado al plan coordinado desde La Habana para el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate en 1996.
Según el autor del libro, en una de las charlas sostenidas en Miami, Soto le aseguró que el Cardenal Ortega había sido reclutado como informante del MININT cuando se encontraba en uno de los campamentos de trabajo forzado de las llamadas Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), entre 1966 y 1967.
La revelación forma parte de otros datos filtrados por Soto a Levy en virtud de la amistad que sostenían desde los años estudiantiles en Cuba, pero que constituyó una de las pifias de estrategia operativa que evidenció la Red Avispa hasta su desmantelamiento en septiembre de 1998.
Otras informaciones verificables respecto a esas presuntas "confesiones", como las que se relatan en el libro acerca de la etapa previa al derribo de las avionetas por Migs de la fuerza aérea cubana , pueden apuntar a que Soto no mentía sobre la implicación de Ortega en actos de colaboración en esa etapa, cuando era apenas un sacerdote recién ordenado tras realizar estudios de Teología en Canadá.
Según se narra en las páginas del libro, "el buen desempeño de Ortega en función de los intereses del aparato represivo durante los años que cumplió en la UMAP, le dieron el aval y los créditos suficientes para ser considerado como una persona confiable. Y le ha valido desde entonces —según afirmó Hugo Soto— para recibir el apoyo del gobierno cubano en su meteórico ascenso a las más altas posiciones de la nunciatura católica cubana".
No es la primera vez que surgen versiones sobre la colaboración de Ortega con las autoridades cubanas a través de fuentes diversas, pero se trata de información no confirmada o documentada, en algunos casos catapultada por motivaciones de sus enemigos políticos.
Sin embargo, no se trata solo de versiones lanzadas desde el exilio por personas y organizaciones que discreparon sobre su papel como Cardenal y Arzobispo de La Habana. Dentro de Cuba, hasta 1994, escuché a algunas personas con altos puestos gubernamentales, referirse de manera ambivalente a Ortega, e incluso atribuir cierta influencia y supervisión ejercidas sobre él desde la Oficina de Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista.
Pero cualquier cosa que se diga ahora cae en el terreno de las especulaciones si carecen de documentación o evidencias precisas, con el agravante de que Ortega ya no está para defenderse.
No escapa tampoco a mi perspectiva sobre el asunto que Ortega es una personalidad polémica, especialmente por su postura y manejo de situaciones conflictivas en la Cuba contemporánea. En un escenario de tradicional precariedad para la comunidad católica, acorralada por el ateísmo oficial y las imposiciones del dogma socialista, Ortega navegó con cautela para finalmente llevar a la Iglesia Católica cubana a un estadio de visibilidad pública, prestigio e influencia en la población.
Pero al Cardenal que fue capaz de promover la valiente Carta Pastoral “El amor todo lo espera”, en 1993, se le reprochan también silencios u omisiones sobre sucesos como la masacre del Remolcador 13 de Marzo, la represión contra el movimiento opositor y los juicios sumarios de la Primavera Negra de 2003, así como su rol en el desmantelamiento del Centro de Convivencia Cívica y Religiosa y cierre de la revista Vitral, adscritos a la diócesis de Pinar del Río. El el caso del Remolcador es cierto que Ortega emitió un mensaje pastoral sobre la tragedia "a todos los católicos y a todos los cubanos" con alusiones al odio y la violencia desatados en el incidente, pero los reproches apuntaron a que faltó la condena enérgica y directa contra las autoridades gubernamentales por el crimen cometido.
Su papel negociador con Raúl Castro fue determinante en 2010 para la excarcelación de más de 100 prisioneros políticos, entre ellos los condenados en la llamada Causa de los 75, y facilitador de los intercambios de mensajes entre La Habana y Washington que favorecieron el restablecimiento de relaciones diplomáticas en 2015.
Ortega intervino también en la solución de innumerables problemas familiares e individuales de personas que hoy le están agradecidas dentro y fuera de Cuba. En el plano personal nunca traté a Ortega, pero debo reconocer su compasión y diligencia para recibir las cenizas de un balsero fallecido en altamar, cuyo cadáver tuve que identificar y proceder a cremar por encomienda de su madre y demás familiares en la isla.
El Cardenal recibió la pequeña urna de manos de un diplomático que las llevó desde Miami, en octubre de 2004, y las entregó a los dolientes en un gesto de último consuelo ante la tragedia. En esta gestión debo siempre agradecer a dos reconocidas personalidades de la comunidad cubana que costearon anónimamente todos los trámites de incineración y traslado hacia Cuba.
Ese es el recuerdo que quiero conservar de Ortega. El hombre compasivo y hábil, no exento de cuestionamientos, pero determinado a reposicionar la Iglesia Católica como un factor prominente en el panorama social cubano.
Si Ortega fue captado para informar sobre sus compañeros en los campamentos de las UMAP o si esa presunta colaboración se prolongó en el tiempo es algo que tendrá que dilucidar la Historia, o esclarecerse por vía de otras fuentes verificables.
Por el momento es una afirmación de referencia atendible, atribuida a un oficial de larga trayectoria en la inteligencia cubana, proveedor de armas a las guerrillas en Centroamérica desde la pantalla de empresario turístico en México y participante en la planificación del asesinato de cuatro pilotos en aguas internacionales, el 24 de febrero de 1996.
Soto fue relevado en sus funciones en la Red Avispa y retornó a Cuba a comienzos de 1997. Según sus declaraciones, fue quien trasladó al agente Juan Pablo Roque para tomar un vuelo y escapar de Miami en vísperas del criminal suceso contra las avionetas de Hermanos al Rescate.
No hay noticias recientes de Soto, ni el autor ha tenido más noticias de él desde entonces. Pero tal vez haya alguien interesado en buscarlo en La Habana para preguntarle de la comprometedora revelación sobre el Cardenal cubano que ahora circula en un libro testimonial, escrito por el hombre que hizo posible desmantelar la mayor red de espionaje cubano en la historia de Estados Unidos.
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