Rostros de Cuba: Samantha, la diseñadora

Vive a caballo entre España y Cuba y a sus 29 años ha trabajado con Penélope Cruz, Sara Carbonero, Ana de Armas, Sylvie Testud, Jorge Perugorría, Edgar Ramírez, Wagner Moura, X Alfonso, Cimafunk, Harold López-Nussa y Randy Malcom. 

Samantha Chijona. © Daniel Arévalo.
Samantha Chijona. Foto © Daniel Arévalo.

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Este artículo es de hace 3 años

De niña, Samantha Chijona hizo un pacto con el arte. Hija de una productora y de un sonidista de cine en La Habana de 1991, a la pequeña la rodeó un ambiente siempre fértil para la creación.

Uno de los métodos que más usó su madre para entretenerla, consistió en darle una caja de crayolas y un papel. “Me encantaba pasar horas pintando, dibujando, embarrando”, recuerda esta cubana de raíces libanesas que creció escuchando a Joaquín Sabina, Gal Costa, Irakere y The Manhattan Transfer.


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Cuando el piano se volvió una obligación para Samantha, llevaba once años tocando música por placer. Entonces decidió retomar las clases de pintura y dibujo. “Así redescubrí cuánta paz y abstracción era capaz de brindarme el crear o imitar formas con un lápiz”.

El interés que había alimentado por la plástica hizo que sus estudios universitarios acabaran lejos de un pentagrama y bastante cerca del diseño, “especialmente el relacionado con el séptimo arte”.

Después de graduarse en la Universidad Complutense de Madrid, pasó por el Central Saint Martins londinense y el Instituto Europeo Di Design en Barcelona.

Samantha Chijona. Foto: Daniel Arévalo.
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Samantha aprendió rápido que el discurso creativo de un director de arte y de un diseñador de vestuario deben estar en la misma cuerda: de la coherencia que logren depende la estética de cualquier proyecto. Le gusta pensar que el primero “crea la atmósfera, el universo circundante”, en tanto el segundo “recrea a los seres que habitarían ese espacio”.

En la última década ha incursionado en ambas ramas, pero prefiere el diseño de vestuario, en el que participa desde los 18 años. “Mientras más trabajo, más desarrollo mi capacidad de solventar problemas y de crear y más cómoda me siento. Se trata de un oficio que requiere horas en un set y mucha capacidad de observación y análisis”, asegura la talentosa joven que alterna residencia entre las capitales de Cuba y España desde 2012.

Con X Alfonso. Foto: Larisa López.

La larga lista de figuras con las que ha trabajado a sus 29 años la engrosan Penélope Cruz, Sara Carbonero, Ana de Armas, Sylvie Testud, Jorge Perugorría, Edgar Ramírez, Wagner Moura, X Alfonso, Cimafunk, Harold López-Nussa y Randy Malcom.

De todo menos conservadora, Samantha se ha propuesto rescatar labores “imprescindibles” en el proceso de la creación artística. “Cada vez hay menos costureras, sastres, vestuaristas, ambientadoras o teñidoras”. Son los eslabones “más débiles” dentro de la producción de arte porque son oficios dejados en el olvido.

Con Ana de Armas. Foto: Cortesía de la entrevistada.

Inmersa actualmente en el equipo de vestuario de una serie en producción para Radio y Televisión Española (RTVE), Samantha no cree que el suyo haya sido un sector subestimado en Cuba, “donde hay excelentes escuelas y una tradición en la gráfica, el cine y la moda, pero sí que queda mucho para tener una cultura social del diseño y para que se respeten nuestros salarios y condiciones de trabajo”.

Si bien no ha pretendido nunca crear un estilo nuevo, ha hecho siempre “lo mejor y más ingenioso”. Lo atrayente, opina, es poder camuflar sus personajes para que formen parte de la trama, la luz, la arquitectura, el contexto, dándoles una personalidad que los haga brillar o desaparecer, en dependencia de lo que el guion y el director deseen. En cualquier caso, “no se trata de mí, sino de concebir universos creíbles”.

Silueta Samantha. Foto: Daniel Arévalo.

Un diseñador a quien admira le dijo una vez que si su trabajo estaba magistralmente hecho, nadie lo notaría en pantalla. Algo que ha interiorizado en su corta, pero intensa carrera, es que la belleza de su profesión radica en “ser sutil construyendo identidades ajenas” y en que para triunfar no es suficiente el talento. “Es mucho más importante escuchar, observar y aprender de cada experiencia. Intentarlo una y otra vez”.

Aunque ha intervenido en algunos reconocidos filmes sobre Cuba como Un traductor, Conducta, Inocencia y Wasp Network (Red Avispa), desempeñarse como diseñadora asistente en la película Insumisas, de Fernando Pérez, ha sido uno de sus mayores retos. La falta de recursos y el poco tiempo que hubo para confeccionar piezas de época desde cero, se convirtieron en una carrera de obstáculos que demandó horas y horas de dedicación.

La estética dentro del cine es su elemento predilecto. El diseño “hace la magia, envuelve al personaje y lo coloca en un sitio, un período, un lugar”. Sin este, afirma, no podría contarse una historia. “Es inherente al ser humano la capacidad de crear imágenes gráficas, contextos y entornos y el diseño en el cine se encarga de recrearlos; por tanto, es parte determinante del mensaje final que se quiera expresar”.

Su madre, Lourdes Margarita García, y el equipo de producción cinematográfica con el que trabaja, tienen una enorme influencia en la forma en la que Samantha ve el séptimo arte. “Junto a Olga María Fernández, Lía Rodríguez, Magaly González, Nadiezhda Rodríguez, y María Elena Robau, mi mamá es la fuente de inspiración y aprendizaje en cada paso. Mujeres impresionantes, capaces e independientes, a cargo de algunos de los proyectos más grandes y complicados que se han hecho en Cuba”.

Otro antes y otro después en su carrera lo marcó la pasarela de Chanel en La Habana. Era su primer proyecto dentro de un equipo de arte y tuvo la dicha de trabajar con el director Carlos Urdanivia y el decorador Raúl Ochotorena en la construcción y la supervisión de todos los decorados e instalaciones utilizadas durante el evento.

“No recuerdo haber trabajado tanto y tener tantos frentes abiertos en mi vida a la vez”. Construyeron unos espacios mientras restauraban otros, fabricaron mobiliario, podaron árboles, pintaron murales públicos. “Fue una locura magnífica, gigante, que nos mantuvo en vela tres meses y de la que salí sabiendo que los grandes propósitos solo funcionan con un buen equipo”.

Edith Head, Milena Canonero, Eiko Ishioka, Jaqueline Durran, Bina Daigeler y Sandy Powell son algunos de sus referentes internacionales, a la vez que en Cuba le debe a Vladimir Cuenca, Violeta Cooper, Carlos Urdanivia, Aramís Valebona, Miriam Dueñas, Eduardo Arrocha, Diana Fernández y María Elena Molinet las piezas de vestuario de las que se enamoró y los libros que todavía revisa.

Permanece extensas temporadas fuera de Cuba, pero su isla le ha enseñado a tener la ilusión de crear aún cuando no haya nada, “el encontrar siempre soluciones, la búsqueda constante del buen hacer aunque tengas los recursos mínimos, la creatividad, la reinvención, el retarse”.

Samantha entendió que la forma en que vestimos refleja nuestra identidad y es “uno de nuestros discursos más efectivos ante el mundo. El ambiente y la cultura que nos rodean, así como nuestra experiencia personal y nuestros gustos, definen quiénes somos, pero cómo lo transmitimos es una decisión totalmente nuestra y en eso radica la belleza del vestuario, en la traducción de la singularidad humana”.

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Katheryn Felipe

(La Habana, 1991) Licenciada en Periodismo por la Universidad de La Habana en 2014. Ha trabajado en diversos medios impresos, digitales y televisivos.


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