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La actual situación cubana pone a la Unión Europea (UE) ante el desafío de actualizar su política hacia La Habana, superando la etapa del llamado “diálogo crítico” con el gobierno y moverse hacia una visión que responda al escenario vigente, rebasando en algunas cuestiones los límites del posibilismo.
Ello requiere de una mayor prospectiva estratégica, partiendo de la base, ya no de la hipótesis, de que cuatro años después de firmado el Acuerdo de Diálogo Político y de Cooperación, el escenario sociológico cubano ha cambiado de manera clara. Incluso, sujetos del escenario del "deshielo", hoy parecieran no estar dispuestos a validar una estrategia similar.
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Cada vez se hace más evidente el fracaso del sistema socialista cubano: en el plano político, es evidente que una parte importante de la población no se ve representada por el andamiaje creado en torno al partido comunista y que la única respuesta que tiene el Estado para ellos son la exclusión y la represión; en lo económico, queda claro que el sistema no es capaz de generar un clima de libertades y empoderamiento económico de los ciudadanos y continúa atado a viejas recetas estalinistas. Y en el plano social, tenemos un país de familias empobrecidas, con grandes desigualdades sociales, donde el principal proyecto de vida de muchos jóvenes es emigrar.
Es cierto, como suelen decir los funcionarios y diplomáticos extranjeros, que problemas económicos y sociales hay en muchos países de nuestra región, pero en ninguno se ha usado supuestas conquistas sociales para arrebatar los derechos civiles y políticos a los ciudadanos. Además, por lo menos en los otros existe prensa libre que fiscaliza a las instituciones públicas y cada cuatro años se realizan elecciones bajo estándares democráticos aceptables, que permiten “castigar” políticamente a los malos gobernantes.
Las relaciones entre la Unión Europea y Cuba se rigen por el Acuerdo de Diálogo Político y de Cooperación de 2016, un marco bilateral que nació con importantes debilidades en materia de libertades y democracia. Parecía una urgencia tener el acuerdo a toda costa, para pasar la página de la llamada Posición Común y poder estar en buena posición en un escenario de acercamiento entre Estados Unidos y Cuba, cosa que solamente se podía lograr si los negociadores europeos no se salían del guión posibilista.
Durante su negociación, el Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH) hizo llegar a la Unión Europea un grupo de propuestas que encontrábamos razonables, entre ellas: La proscripción de cualquier sanción penal, administrativa o de cualquier índole que castigara a cualquier ciudadano por su participación cívica o por el ejercicio de sus derechos humanos; un cronograma concreto para la ratificación, por parte del Estado cubano, de los Pactos Internacionales de Derechos Civiles y Políticos y de Derechos Económicos, Sociales y Culturales; una disposición transitoria que estableciera una entrada en vigor escalonada de los distintos ámbitos de cooperación, que difiriese la colaboración económica y financiera hasta que se demostraran avances del Gobierno cubano en materia de derechos humanos y libertades económicas; y un mecanismo alternativo de denuncias ciudadanas.
Lamentablemente, adolecer de estos mecanismos dificulta responder a la falta de avances concretos.
No obstante, en los últimos meses, con la llegada de Josep Borrell al cargo de Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad Común, se ha avanzado de manera positiva, principalmente en la crítica a la situación de derechos humanos en la isla. Y también en algo que proponíamos desde el OCDH: establecer un mecanismo de diálogo político que incluyera a la sociedad civil cubana, democrática e independiente.
El Gobierno cubano sigue siendo el actor más importante de la vida política cubana, pero cada vez hay otros sectores que explicitan sus reclamos de cambios, en claro desafío pacífico a éste. No hay que ser ingenuo y pensar que Cuba está en un escenario de cambio radical, pero sí ante un agotamiento irreversible de un modelo que no quiere dar paso a otro, con nuevas dinámicas y actores.
A pesar de sus deficiencias, la permanencia del acuerdo bilateral es importante, pero su implementación requiere de mayor creatividad política. La tozudez del gobierno no debe conducirnos a un callejón sin salida. Es importante que la Unión Europea, con sus valores y experiencia, ayude a los cubanos a emprender el tránsito ineludible hacia una democracia y a una economía social de mercado.
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