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Desde las primeras horas de la mañana del viernes y aún entrada la madrugada del sábado ya en marcha, un hecho sin precedentes aconteció frente a la sede del Ministerio de Cultura (MINCULT), en el barrio habanero del Vedado: una protesta cívica de artistas e intelectuales cubanos desafiando la desfachatez y la intolerancia del régimen cubano.
Decenas de personas se unieron a una multitud creciente que rodeó la entrada del MINCULT y a la que se fueron sumando simpatizantes, a pesar de los anillos de control y el despliegue policial en la zona.
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Una protesta con la participación de figuras que, mayoritariamente, no están asociadas a la oposición política ni militan en grupos disidentes, pero que se vieron tocados por un hecho de profunda injusticia, como el asalto violento de la sede del Movimiento San Isidro en La Habana Vieja, la noche del pasado jueves.
Una protesta de dignidad que constituye un aliento de esperanza por Cuba. Una protesta para proteger derechos que en la Constitución vigente son letra muerta o asignaturas pendientes. Por los cubanos todos, en la isla y en la diáspora.
Hoy he sentido, realmente, que algo cambió en Cuba. Al menos, algo que conmovió desde los cimientos el espíritu de rescatar a un país de la estulticia totalitaria, el agotamiento nacional y la escapatoria de sus ciudadanos.
Tal vez la mejor prueba de la trascendencia de este acto espontáneo de libertad ciudadana es que los medios controlados del gobierno cubano, esos artífices del escamoteo y la difamación, no lo reportan ni están ahí. Porque no tienen la orientación de arriba, que a estas horas forma parte de las lucubraciones del poder.
Un grupo de liderazgo en representación de los manifestantes discutió por horas con autoridades del MINCULT un pliego de demandas que incluyen la liberación y revisión del proceso seguido al rapero Denis Solís, detonador de la huelga de San Isidro, así como otras demandas capitales como el derecho a la libertad de expresión, el derecho a la libre creación, el derecho al disenso, y el cese del hostigamiento, la represión, la censura, el descrédito y la difamación por parte de las autoridades y los medios oficiales a la comunidad artística e intelectual cubana y a todo ciudadano que disienta de las políticas del Estado.
También exigen que se le permita retornar a su domicilio en Damas 955, a Luis Manuel Otero Alcántara, principal activista del Movimiento San Isidro, quien se mantiene en huelga de hambre y fue ingresado en el Hospital Manuel Fajardo de La Habana.
Soy escéptico sobre lo que pueden conceder los burócratas del MINCULT, porque no son ellos los que van a decidir sobre estos reclamos fundamentales de cualquier sociedad democrática y plural, sino que las decisiones vendrán de la cúpula real de ordeno y mando, y de lo que instrumente el nuevo ministro del Interior, el general de brigada Lázaro Alberto Álvarez Casas, designado esta misma semana tras la muerte de su antecesor en el cargo.
Pero tengo la percepción de que Cuba no podrá seguir igual después de esta jornada de reafirmación cívica, que tiene en el centro de la batalla a una generación sin compromisos con los estereotipos ideológicos, los cuentos mesiánicos y la continuidad esperpéntica de sus padres conversos en la aventura castrista.
Es otra época. Y otra épica, en la que no caben ya más sacrificios baldíos.
Si los actuales dirigentes y mamertos de la instrumentación autoritaria no acaban de metabolizar que el país es de TODOS y que los derechos del ciudadano cubano constituyen un pilar que prevalece sobre los discursos políticos, las ideologías, los patriotas de cualquier época y cualquier rumbo, y que nadie puede privarlo de circular, accionar, circular y decidir con voz y voto en la tierra que le vio nacer, piense como piense, diga lo que diga, pues no habrá jamás país en normalidad, ni desarrollo productivo, ni reconciliación posible, ni nación próspera. Y el futuro seguirá anclado sin remedio en el pasado.
Pensemos en que el terrible 2020 va a ser un punto de partida para el cambio que Cuba no nos perdonaría aplazar.
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