El gobierno castrista consiguió una tregua hasta el miércoles y aplazar la ineludible renuncia o destitución del ministro de Cultura, Alpidio Alonso Grau, que brilló por su ausencia durante la protesta masiva de intelectuales y artistas cubanos frente a la sede ministerial, donde la policía política y Cubadebate volvieron a actuar con su habitual torpeza y el viceministro Fernando Rojas mostró reflejos políticos y se encerró a dialogar con una representación de los descontentos por la respuesta represiva a la huelga de hambre del Movimiento San Isidro.
La dictadura anda corta de reflejos y teme un estallido social -como reconoció Granma hace unas semanas- y al notable coste políticos de la irrupción, desalojo y detenciones de Anamelys Ríos González y Luis Manuel Otero Alcántara, entre otros; suma ahora la de un ministro huidizo frente a una parte de lo mejor de Cuba, que también ha dejado sin argumentos a los bobos solemnes de la emigración, empeñados en llamar "carnero" al noble y empobrecido pueblo cubano; pese a que cuando vivieron en Cuba no discreparon ni en la pelota.
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Alonso Grau, un decimista cercano a Iroel Sánchez, debe renunciar de manera irrevocable o ser destituido por Díaz-Canel y Marrero Cruz, que también siguen escondidos, y solo aparecen en la cómoda televisión anticubana, pagada por el partido comunista; y ser reemplazado por alguien con prestigio y capacidad de diálogo porque en tiempos de tormenta, la práctica política aconseja desinflamar y tender puentes.
Represores rociando con gas pimienta a una parte de los congregados y un texto infame de Cubadebate: La revolución no se presiona son errores estratégicos que se pagan caro, especialmente, cuando un gobierno impopular se pone a jugar a Tiannamén, suplantando la serenidad y el pragmatismo con bravuconerías absurdas de Cheo Malanga y apagones digitales, que revelan parte de la estrategia represiva ante la verdadera Hora cero.
Los cubanos congregados frente al Ministerio de Cultura, de manera espontánea y como reacción emocional al atropello de San Isidro, no son mercenarios al servicio de Estados Unidos, mucho menos delincuentes y toda esa retahíla de epítetos con que la casta verde oliva y enguayaberada suele intentar desacreditar a sus opositores, siguiendo el manual KGB y las enseñanzas del Comandante en Jefe.
Menudo debut del General de Brigada Lázaro Álvarez Casas como ministro del Interior; obligado -como toda su generación- a debatirse entre la guarda y custodia de su cargo y el cálculo de riesgo permanente que implica destinar dinero estatal para comprar tonfas, balas y carros antimotines, entre otros juguetes represivos, en vez de producir o importar medicamentos para enfermos crónicos y empobrecidos.
La crisis del tardocastrismo exige una política nueva que promueva un diálogo inclusivo entre cubanos porque resulta inexplicable que el gobierno dialogue con Estados Unidos y otros 187 países miembros de Naciones Unidas, con ejecutivos de diferentes tendencias políticas, y haga oídos sordos a las razonables demandas de Iliana Hernández, Tania Bruguera, Yunior García, Fernando Fraguela, Amhel Echevarría Peré, Anamelys Ríos y Luis Manuel Otero Alcántara, entre otros muchos cubanos.
Sería oportuno que la oposición anticastrista, de dentro y de fuera, y la blogosfera de Miami y aledaños tome nota de la importancia del gesto cívico de lo mejor de la cultura cubana frente al totalitarismo, incluido el ofrecimiento del Movimiento San Isidro de negociar con el gobierno la libertad de Denis Solís, y que deje ya de suplantar la gestión política efectiva sobre el territorio con peroratas internáuticas para solaz y esparcimiento de adoradores melancólicos.
La política consiste en ideas y ámbitos humano y geográfico específicos, para nutrir el ideario de partidos y activistas que, en el caso de Cuba, exige más atención a la pobreza y desigualdad crecientes, sin menoscabo de la denuncia de acciones represivas. Los cubanos necesitan saber qué alternativas tiene la oposición para revertir la crisis económica y promover un país rico y libre; al menos ya conocen las demandas de la valerosa vanguardia artística.
Los gusañeros, mansos y guatacas del tardocastrismo; incluidos los reformistas autorizados a agitar perennemente la baba sin quimbombó deberían pegar el oído a la tierra para constatar que el clamor de sus hermanos difiere de las operaciones de maquillaje inútil al monólogo totalitario.
La mayoría de los cubanos desprecian a los cipayos que, disfrazados de académicos y cazadores de canapé, megas y viajes para forrajear pacotilla, instrumentalizan el discurso oficial alabando el absurdo y contribuyendo a la tragedia liberticida y empobrecedora.
Aquellos cubanos emigrados, que viviendo en el confort material, legal y espiritual de democracias, actúan como sirvientes ideológicos y paganinis de algunos embajadores, cónsules y Centros de la Dirección de Inteligencia y hasta se enmascaran como profesores para actuar como lobbystas al servicio de La Habana, solo consiguen provocar el vómito de sus paisanos.
El Palacio de la Revolución intentará fragmentar y dividir el movimiento espontáneo y ordenará a oficiales de la Contrainteligencia Interna que usen a sus agentes para revelar, parcialmente, a los líderes de la revuelta espontánea, quienes de sus compañeros de algarada informan sobre ellos; pero desde aquel Informe contra mí mismo, de Eliseo "Lichi" Diego, la ciudad letrada cubana conoce las mañas soviéticas de sus represores.
Y, en el fondo, ya da igual. La represión puede encarcelar descontentos como el rapero Denis Solís -nacido en 1988, cuando la revolución cumplió 29 años y faltaba uno para la estrepitosa caída del Muro de Berlín- pero no acabará con el hambre, la carencia de medicinas y otros artículos de primera necesidad ni con las naturales ansias de libertad, riqueza y progreso de la mayoría de los cubanos que, poco o nada, tienen que ver con ese decrépito gobierno de difuntos, flores y Gas pimienta.
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