El trumpismo fanático -y su espejo en ese antitrumpismo hiperbólico que criticó hace poco Ricardo Dudda en Letras Libres- han dañado demasiado a los cubanos. Sin excepción. Ese trumpismo y antitrumpismo radicales heredan la lógica binaria y empobrecedora de la polarización. A la que nos condenó, como legado político cultural, el castrismo. Y esos polos quieren subsumir, a priori, la vida y proyección de la oposición cubana en sus códigos estrechos de amor y odio.
Pero el disenso en la isla remite a otras realidades. Cuba ha vivido, en los últimos años, una efervescencia de reclamos e identidades diversos. Todos, independientemente de sus ideologías, tácticas y metas, han sido reprimidos por el Gobierno. Ante el silencio mayoritario de otros gobiernos y sociedades. Incluidos, en buena medida, los de Europa y Latinoamérica. Lo que deja a la voz de EUA -ese imperio república con sus grupos de lobby y organizaciones cívicas- más solitaria ante lo que sucede en la isla. Soledad que suele compensar subiendo los decibeles.
Si a ello le sumamos la existencia de una pujante comunidad cubana emigrada, se explica que la situación interna en Cuba sea un asunto doméstico de EUA. Y viceversa. La polarización entre el populismo trumpista y los demócratas norteamericanos también cruza todas las fronteras. Ha arrastrado a los cubanos. En el exilio, buena parte de los activistas apoyó al Caudillo republicano. Algunos emigrados, más moderados, hicieron causa común con la candidatura de Biden.
En la isla, el panorama es más variopinto. Los activistas cubanos no han estado enfocados en las imperfectas pero realizables elecciones de EUA. Su meta -pagada con soledad, cárcel y sangre- no es otra que la de la democratización ausente de Cuba. Varios de los principales dirigentes y activistas de la oposición y sociedad civil emergente han manifestado apoyo a las diferentes causas y manifestaciones sociales fuera de la isla. Incluidas las de EUA en el año que concluye. Otros han celebrado la promesa de Trump de apoyarlos para su causa. Pero, en consenso, el foco común es el de su experiencia: la represión permanente, la democratización secuestrada. Esa es su coyuntura y su urgencia.
Algunos miembros de esa oposición y activismo han celebrado el populismo autoritario de Trump como supuesto ariete contra la tiranía de los Castro. Una postura personal que he criticado, aquí mismo, por razones políticas y cívicas. Mis razones se las he expuesto a varios de esos activistas, reiterada y personalmente. Pero esa adhesión es algo que, al menos para mí, resulta comprensible desde dos puntos de vista.
Uno, remite a la experiencia. Se trata de gente que padece una represión brutal. Una que no deja demasiado margen al discernimiento sosegado. Y que la sufren ante el silencio cómplice de quienes debieran ser sus aliados. Incluidas voces destacadas de la academia norteamericana, el arte europeo y los movimientos sociales latinoamericanos. Desde esa soledad e invisibilización los activistas cubanos invocan y agradecen cualquier ayuda, real o simbólica, que reciban. Díganme si ustedes, en una situación similar, no harían lo mismo. Hasta del sátrapa saudita o el belicista norcoreano agradecerían un gesto, una promesa! No se trata de algo normativo. Es el fruto de la insolidaridad, el asedio y la desesperanza.
Otro factor es puramente histórico, político, comparativo. La historia está llena de luchadores pro democracia que hoy todos celebramos -en Sudáfrica y en Chile, en Polonia y en Birmania- que se apoyaron en aliados autoritarios para derrocar la dictadura en casa. Luchadores que incluso apoyaron sanciones contra las instituciones y empresas de sus gobiernos, para forzar al régimen a sentarse a negociar.
Hagan memoria: Mandela recibió y agradeció el apoyo de Fidel sin aceptar su régimen. Los aliados occidentales se apoyaron en el salvaje de Stalin para derrocar al en ese momento más salvaje Hitler. Son los ritmos y modos de la política bajo escenarios de autoritarismo. Que no admiten siempre la tersa madera de la ponderación reflexiva. Esa de las sociedades abiertas.
Como alguien que ha criticado las derivas autoritarias del trumpismo, intento también entender las circunstancias reales de los activistas cubanos. Que no son las mías. Procuro, además, ver lo que la historia enseña. Para todo lo demás, con aquellos que luchan al límite de la vida y la esperanza por tener lo que yo tengo, podríamos intentar algo distinto. Sin apología ni abandono.
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