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La preparación coreográfica incluía a un grupo de militantes del Partido Comunista, pero el quórum estaba bajo y tuvieron que sumarse varios de los encargados de la vigilancia, gente con sobrepeso y malas pulgas. Los dirigía, a la manera de un director de orquesta, un sujeto zafio, vestido con un pullóver rojo, que se permitió incluso arremeter contra varios periodistas extranjeros que habían conseguido llegar al Parque Central.
En un video se le ve vociferando, con un nasobuco que parece un pañal, sobre una paciente reportera.
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La parte de los lemas sonó un poco vintage y recordó los lamentables mítines de los años 80. "¡Que se vaya la escoria!", gritaron. O "¡Éste pueblo es de Fidel!". Y después saltaron a "¡Este parque es de Fidel!", lo cual es preocupante, porque el Parque Central lleva ahí bastante tiempo antes de que naciera el Difunto. Y la estatua de Martí que, avergonzada, contempló este domingo el espectáculo de los represores, llegó allí de manera más democrática que Castro y sus secuaces, cuando se hizo una encuesta popular para saber qué figura histórica sustituiría a Isabel II.
Un testigo de Reuters vio luego a la policía arrestar a un joven después de que varios esbirros lo persiguieran mientras corría por el parque agitando un letrero de apoyo al Movimiento San Isidro. En un video que llegó a las redes, se le ve siendo arrestado por militares y agredido, de paso, por un hombre vestido de civil.
Al parecer, luego lo apartaron hacia un portal cerca del Hotel Inglaterra, donde otras personas continuaron golpeándolo, incluso en el piso. Nada nuevo, ciertamente, pero cada vez estos espectáculos parecen un poco más burdos; cada vez la falta de dignidad parece un poco más ramplona, despojada de cualquier asomo de decencia.
A veces creo que el problema de Cuba ya no es la política, sino la decencia.
La versión oficial habla del supuesto pueblo enardecido, "otras personas que estaban allí con su familia". Es obvio que ninguna de esas personas estaba allí de paseo, y menos con su familia. La jauría, la turba que grita "¡Que se vayan!" son incapaces de tener una vida. La han vendido por tres o cuatro prebendas, y ahora se dedican a azuzar a unos cubanos contra otros.
Una vez más, hemos presenciado un acto de linchamiento, ejecutado entre consignas vacías, en nombre de una persona que cimentó su poder sobre el miedo y la exclusión. Lo que están mirando todos esos cubanos que hoy no hacen nada por quienes se juegan la vida en San Isidro es cómo Cuba se ha convertido, tristemente, en el parque de Fidel.
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