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La comentada idiosincrasia nacional, expresiva en gestos, subidas de tono al hablar y diversión en medio de la crisis, permite a los cubanos ocultar asuntos que de otra forma habrían de confesar. Vivimos una crisis de fe al responder esta pregunta clave de nuestra realidad: ¿es posible derrotar a la dictadura?
Al analizar el espectro político de nuestra nación, los argumentos de cada compatriota parten casi invariablemente de la respuesta a la pregunta anterior, excepto aquellos que, por un puñado de dólares, juegan al sí, pero no, anteponiendo la supervivencia de sus negocios, grandes o pequeños, dependientes de un régimen hasta hoy intransigente si de negociar sus poderes se trata.
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Salvando, digo, condenando a tales exonerados, nos queda una mayoría de nacionales rogando entre Dios y el diablo, al igual que el presidente Obama en La Habana, quien recalcó, en tono de disculpa, haber nacido después del aguacero, rectifico, del sunami Castro.
A pesar del marcado envejecimiento de la población, los cubanos con plena conciencia de sus actos en 1959, no sobrepasan hoy el 10% de unos 13 millones, estén donde estén. Sesenta y un años son muchos años.
Las evidencias, criterio supremo de la verdad, dicen que entre nosotros predomina la negativa al contestar la pregunta clave. Los argumentos son perfectamente racionales, diríamos, lastimosamente ciertos:
1.-La dictadura, maestra de la supervivencia, ha conseguido siempre una tabla de salvación en medio de la crisis.
2.-El aparato represivo es tremendamente eficaz, pleno de agentes, métodos y recursos.
3.-La oposición interna, golpeada sin misericordia, no posee una real capacidad de convocatoria.
4.-El exilio, disperso por el mundo, aunque mayormente concentrado en EE.UU., apenas comienza a organizarse en nuevos liderazgos. Todavía es incapaz de ofrecer un frente de acción común frente al castrismo.
5.-Los bloques políticos, las alternativas aliadas y/o rivales de Los Estados Unidos, hasta en las Naciones Unidas, están muy lejos de una posición a favor de la democracia y el estado de derecho en Cuba.
6.-Tratándose de La Casa Blanca, al paso de 12 presidentes, 7 republicanos y 5 demócratas, tampoco se ha implementado una posición bipartidista de presión consecuente contra La Habana.
Basta la anterior enumeración para justificar la crisis de fe del pueblo cubano. Sin embargo, el devenir social desconoce las leyes de la física y hace omisión desconcertante de las matemáticas.
Así sucedió con la desaparecida Unión Soviética, o la reformada China maoísta, aun cuando Lenin y Mao sigan exhibiéndose al público.
Fidel Castro fracasó estrepitosamente dos veces en sus planes frente a Batista, antes de ganar la Sierra Maestra y terminar creando su inmensa finca tropical en pleno siglo XX. Sin dudas, Lucifer no padece crisis de fe.
La esperanza anida igualmente donde el fracaso parece entronizarse. Una combinación de factores presentes en la vida nacional pudiera revertir el pronóstico nefasto.
Antes de su inevitable caída, el chavismo se muestra incapaz de asegurar la supervivencia de sus padrinos en la Plaza de la Revolución. Cuba agoniza en default, bajo el totalitarismo parasitario, corrupto e ineficaz, sin esperanzas de recuperación mediando la pandemia mundial.
La desesperación popular crece, exigiendo máxima tensión a los represores, y hasta una catástrofe natural pudiera taponar el envase de las desgracias, haciéndolo explotar.
Basta revisar el día a día de las redes sociales para comprender el hervidero de opiniones que embarga a nuestros compatriotas. Pensar que somos ingenuos es subestimarnos. La mayoría de nosotros sabe bien que la libertad no vendrá de Estados Unidos, mucho menos de la Unión Europea y tampoco nos fiamos de los santos para tamaña empresa.
Ante la imposibilidad del prever el futuro, la fe acompaña a las verdades de cada persona, formando convicciones. De ahí en adelante, resta la acción social.
A riesgo de disgregar, volvemos a la experiencia patriótica.
Muerto en combate José Martí, una encendida polémica envolvió a los líderes independentistas de 1895: de un lado Bartolomé Masó, junto a un grupo de patriarcas y, del otro, varios generales encabezados por Gómez y Maceo, planteaban resucitar la invasión a Occidente.
Siendo Cuba una Isla larga y estrecha, contando España con una proporción de soldados entre 25 a 50/ 1 frente a los mambises, amén de otros factores desfavorables, Masó proponía postergar la arriesgada empresa. Solo la insistencia de los grandes jefes militares hizo posible lo que fue una epopeya capaz de causar la admiración del mundo.
La principal victoria de Fidel Castro ha sido inculcar, hasta en la médula ósea de cada compatriota, la infalibilidad de su poder. El milagro sería convertir semejante auto de fe en herejía, creando en la contrición acompañante una nueva y opuesta convicción política.
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