Cuba, penitencia de repatriados

Querer bailar en casa de un trompo mañoso implica altísimo riesgo.

Cubanos llegando al aeropuerto en La Habana (Imagen referencial) © CiberCuba
Cubanos llegando al aeropuerto en La Habana (Imagen referencial) Foto © CiberCuba

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Este artículo es de hace 4 años

Cuando el Gobierno cubano decidió autorizar la repatriación de emigrados lo hizo con un triple propósito, político, económico y represivo; y con su estilo habitual de generar ambientes ficticios de tolerancia calculada, aprovechándose del aldeano vanidoso que vuelve a su antiguo CDR cargado de dólares norteamericanos y euros, creyéndose a salvo del feroz lobo verde oliva.

Políticamente, respondía al embullo Obama y profundizaba la división de la emigración cubana en dos grandes bloques: Exiliados y mansos relativistas morales, como ya había hecho en 1977, cuando mutó el insulto de gusanos por el de Comunidad cubana en el exterior, que ahora tiene hasta una dirección general en el Ministerio de Relaciones Exteriores; antes era solo cosa del MININT.


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En el ámbito económico, captó billetes frescos y propició el nacimiento de pequeños nichos de prosperidad local, que no consiguen transformaciones estructurales de la economía, que tanto atemorizaban a Fidel Castro Ruz, hasta el punto de descuajeringar por completo al economía con su fallida Ofensiva revolucionaria (1968).

Represivamente, el neoinversor acata mansamente las reglas de juego del poder, a cambio de sentirse reconocido y hasta con opciones de parejas más jóvenes, que suelen operar en moneda dura y eficaces colaboradores de la Contrainteligencia que -a su vez- advierte al informante que estará protegido mientras cante afinada y regularmente.

La maniobra gubernamental tenía el inconveniente de que fuera incomprendida por los veteranos y jóvenes defensores a ultranza de cuanta ocurrencia sale del Palacio de la Revolución, pero se trataba de un traspiés que -bien explicado- podía convertir el aparente retroceso en victoria porque revolución es cambiar todo lo que deba ser cambiado; excepto al uno y el dos.

Sería oportuno encargar un estudio sociológico, con herramientas psiquiátricas y psicológicas, para determinar el alcance de la huella totalitaria del castrismo que provoca en sus víctimas -todo emigrado es un caracol damnificado del poder- ese afán suicida por volver a meterse en candela, pese a que el dinero que emplea en sus inversiones en Cuba lo ha cosechado en democracias y economías con reglas de juego claras y sujetas al imperio de la ley.

El dinero invertido por los repatriados en Cuba podría generar plusvalías y felicidad mayores en espacios de libertad y no en su país natal, donde la propia Constitución (2019) establece la prohibición de enriquecimiento y garantiza la hegemonía del Partido Comunista.

La vanidad es un sentimiento tan humano como el amor, aunque hay amores que matan y resulta difícil de entender que una persona exitosa en playa ajena arriesgue su dinero en una tierra vigilada desde hace más de 60 años y donde sus vigilantes -que no han cambiado de mañas- primero expropiaron a los financiadores de la insurrección armada, luego acabaron con granizaderos, zapateros remendones y bodegueros, y que siguen actuando con igual voracidad frente a empresarios extranjeros y repatriados inversionistas.

El tumbe al manso, desde la sacarocracia hasta nuestros días, y el formato de timbiriche son señas de identidad económicas del castrismo que -además- posee herramientas represivas y argumentarios para doblegar a inversores extranjeros y exiliados creyente en los Reyes Magos.

El castrismo solo se concibe con todo el poder, todo el tiempo, aunque -pragmáticamente- finja espacios flexibles donde la apariencia es más poderosa que la triste realidad. Un emigrado está en todo su derecho de invertir donde considere más conveniente, incluso regalar su dinero a quien lo expatrió y lo sigue castigando con tarifas consulares de atraco a mano armada y reglas draconianas; solo que, en coherencia, deben admitir que en su pecado, llevan la penitencia.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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