El reciente escándalo provocado por las declaraciones homofóbicas de una alta funcionaria del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), por demás señas diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular, revuelve las aguas en un tema de prolongada nocividad en el panorama político y social del país.
En una aguda reflexión sobre los comentarios "platinados" de Yusimí González Herrera, filtrados tras una reunión interna en el organismo, el teatrista y crítico Norge Espinosa se refería a la persistencia de los prejuicios homofóbicos y el hecho lamentable de que sigan anclados en las altas esferas de conducción política, con un claro respaldo desde las jerarquías del poder.
"Que ese pensamiento y esos prejuicios homofóbicos persistan, no es noticia. Que sigan operando en las mentes de quienes están al mando de instituciones en nuestro país, tampoco. Pero que se expresen desde ese espacio de poder, en semejante tono, sí que es preocupante. Una radio limpia de homosexuales, una cultura exenta de voces 'dudosas', un proyecto de país vacío donde los dueños de esas voces no puedan transmitir mensaje alguno. Si eso es lo que se propone mientras otras personas abogan por una diversidad verdaderamente representativa, debemos estar hablando de un país equivocado. O al menos en una Nación que se llama Cuba pero existe en un mundo paralelo, incapaz de progresar y sacar partido de errores y exclusiones precedentes", escribe Espinosa.
Las palabras de Espinosa me permiten retomar un hilo de referencia hasta las raíces de un problema que tiene una base sociocultural, pero que permanece entronizado en la vida política cubana desde hace 60 años. Edulcorados, maquillados, moderados mediante eufemismos y "correcciones platinadas" desde la jerarquía totalitaria y machista, el desprecio y la incomprensión sobre la comunidad LGBTI y sus justas reivindicaciones no se han movido un ápice en sus esencias más perversas.
Si bien el inefable Congreso de Educación y cultura, de 1971, fue una plataforma de rampante homofobia para desencadenar procesos como la "parametración" en el sector teatral y otros desmanes que la historia oficial suele pasar por alto, la política de supuesta rectificación de errores que sobrevino al llamado quinquenio gris (¿quinquenio? ¿gris?) fue un ejercicio cosmético para enmascarar males profundos que están anclados en nuestra idiosincrasia y en las determinaciones de la dirección política del régimen.
Si un sector ha padecido de desmesuras homofóbicas ha sido la prensa. De manera que Yusimí y su obsesión por las voces fuertes y tonitronantes en la propaganda oficial no salieron de la nada, sino que están sustentadas en una práctica asumida y orientada -abierta o tácitamente- desde las estructuras del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC).
Aprovecho la ocasión para sacar a la luz un testimonio personal de mis años como integrante de la Comisión de Ingreso a la Facultad de Comunicación, entre 1986 y 1992.
La comisión estuvo inicialmente formada por profesores del claustro que coincidíamos en que debíamos seleccionar estudiantes con potencial talento para el ejercicio del periodismo, con independencia de la proyección ideológica e incluso el índice académico, que en muchos casos no reflejaba la real formación cultural del aspirante.
Ese proceso no estuvo exento de críticas y quejas desde las esferas del Departamento Ideológico, que se disputó agriamente con el Ministerio de Educación Superior (MES) el control de la selección estudiantil hasta agenciárselo, luego de un incidente que marcó los rumbos de muchos de nosotros y que acostumbro a mencionarlo como nuestra Batalla de Hernani: una reunión-fiasco de los estudiantes de Periodismo con Fidel Castro, que desató un revuelo en las altas esferas de la nomenclatura y puso en marcha una cacería contra profesores y alumnos de la institución universitaria.
Las irreverencias estudiantiles hacia el indignado Comandante en Jefe en esa interminable jornada del 26 de octubre de 1987 desencadenaron la respuesta de la jefatura ideológica, bajo la batuta del luego defenestrado Carlos Aldana. Y, por supuesto, de los factores de análisis derivados de aquel encuentro "irrespetuoso" hacia el líder fue justamente el proceso de selección del estudiantado.
De manera que, a partir de 1988, el funcionamiento de la comisión pasó a estar bajo escrutinio del Departamento Ideológico y la relativa independencia del equipo -conformado por profesores y periodistas de probado profesionalismo- pasó a diluirse en las oscuras manos de la dirección partidista. Dos funcionarios del Departamento Ideológico, llamados Miriam Rodríguez y Raimundo Batista, pasaron a ser supervisores del trabajo de la comisión, que a partir de ese momento se "amplió" con periodistas de las provincias, seleccionados debidamente por la UPEC.
En una de esas reuniones, cuyos apuntes guardo en una agenda de la época, el señor Batista nos planteó al grupo rector de la comisión que por favor, en la selección tuviéramos mucho cuidado de no escoger "flojitos" que "luego al graduarse no teníamos donde ubicarlos".
La inaceptable recomendación de Batista, con probados antecedentes de servicio partidista en Matanzas, provocó el rechazo de miembros de la comisión entre los que me contaba. El funcionario llegó a argumentar su criterio en estudios hechos en la República Democrática Alemana (RDA), que ya sabemos a dónde fue a parar un año después. Le pedimos que si esas eran orientaciones del PCC respecto a los estudiantes a seleccionar, pues que las diera por escrito, algo que nunca recibimos.
Pero la directiva era un hecho. La homofobia no tenía que registrarse como normativa, pero era programática. No había más que visitar las provincias para comprenderlo. Me desconcertó en una ocasión escuchar a periodistas del diario provincial Guerrillero, de Pinar del Río, que se referían a intelectuales de la UNEAC como "enemigos de la revolución" por ser "flojitos" en evidente alusión de contenido sexual.
Los compatriotas partidistas nos llegaron a alertar en una ocasión sobre "un caso" que no debía afectar el proceso de uno de los candidatos. Tenía que ver con cierto incidente de contenido homosexual del padre de un estudiante de preuniversitario de la Escuela Vocacional "Federico Engels", con la advertencia innecesaria de que "el muchacho no tiene ese problema, según nos han informado". El candidato fue escogido por sus capacidades demostradas en el examen y está hoy en una posición de privilegio en la prensa oficial.
En otra ocasión, los seleccionadores impuestos por la provincia de Sancti Spíritus trataron de bloquear el acceso a la carrera de Periodismo de un candidato inicialmente denegado por su "flojera" manifiesta durante la entrevista. Solo la actitud firme de colegas como el profesor Emilio Sánchez Cartas, que respaldó mi protesta, pudieron revertir lo que constituía una flagrante injusticia contra uno de los mejores candidatos, que había hecho un examen brillante.
Finalmente, el estudiante fue aprobado y llegó a las aulas de la Facultad de Comunicación. Es hoy un reconocido escritor y profesor, residente en su natal Fomento, y si divulgo su nombre es porque años después le revelé el incidente y pedí autorización para hacerlo público en un libro de memorias que está en proceso. Se llama Pedro de Jesús López.
Doy testimonio de lo que estuvo a mi alcance, pero no tengo verificación posible de las irregularidades que pudieron cometerse en el proceso selectivo en otros territorios, mayormente en la parte oriental del país, adonde llegó a limitarse la intervención del grupo central de La Habana.
A todos los que fueron víctimas de una discriminación abominablemente encubierta, el Partido Comunista de Cuba y sus gestores de política le deben una disculpa y un acto de desagravio.
Tenemos noticias del más reciente incidente por vía de una grabación filtrada, pero habría que preocuparse igualmente por la cantidad de declaraciones de semejante contenido discriminatorio que no se grabaron -o se filtraron- en cientos y cientos de actos, reuniones sindicales, congresos y congresitos, presididos por altos y medianos dirigentes en estos nefastos años de totalitarismo sin género.
Por eso, la diputada Yusimí González Herrera, quien desde su silla en el Parlamento ha hecho manifiesta su defensa de la "igualdad de sexos", es apenas la continuidad de una perversión de fondo que corroe no solo la política de ubicación en los medios oficiales, sino el entramado completo de la dirección política de un país que sigue arrastrando los atavismos homofóbicos en pleno siglo XXI, por mucho que el CENESEX y el gobernante Miguel Díaz-Canel quieran demostrarnos lo contrario.
Pedir la destitución de Yusimí de su puesto en el ICRT es un reclamo legítimo, pero no elimina la deformación instaurada en la conducta y el pensamiento de una élite retrógrada que sigue decidiendo por sus fueros el destino de la nación cubana.
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