El adiós de Celia Cruz a Cuba: Una fecha para honrar a la familia cubana dividida

Solo quienes hemos tenido que enfrentar la muerte de nuestros seres queridos desde la distancia impuesta por el régimen cubano podemos comprender la magnitud de una desolación semejante.

Celia Cruz en fotos familiares © Collage CiberCuba / Omer Pardillo y Facebook / Nostalgia Cuba
Celia Cruz en fotos familiares Foto © Collage CiberCuba / Omer Pardillo y Facebook / Nostalgia Cuba

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Este artículo es de hace 4 años

Al mediodía del 15 de julio de 1960, la cantante estrella Celia Cruz y el músico Pedro Knight tomaron un avión junto a los demás integrantes de la Sonora Matancera rumbo a México. Pensaban que era un viaje de trabajo en momentos complicados para su desempeño en la isla, y que estarían de regreso para celebrar en familia la Noche Buena y la Navidad.

Celia había logrado un contrato con La Terraza Casino y la Sonora Matancera se había agenciado otro en el Teatro Lírico de la Ciudad de México, lo que les aseguraba a los músicos ingresos sustanciales por varios meses en un país históricamente acogedor para los artistas cubanos.


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Pero como muchos otros compatriotas de su tiempo, Celia no estaba preparada para dejar su patria en un momento que resultaba en extremo difícil para la familia, con su padre moribundo y su madre enferma de un cáncer terminal.

Y la noticia del adiós definitivo la recibió entrando al espacio aéreo mexicano, cuando Rogelio Martínez, el director de la Sonora, se acercó al grupo y les dijo: "Caballeros, este es el vuelo que no tiene regreso".

En su libro autobiográfico, Celia, mi vida (2005), escrito en colaboración con la periodista Ana Cristina Reymundo, Celia recuerda que en ese momento no pudo contener el llanto, aunque desde la partida la rondaba el presagio de la separación: "Dejé a mi mamá, dejé a mi familia, dejé mi tierra, dejé mi vida, a mi familia, a mis amigos... Mi vida, tal como la conocía, había desaparecido para siempre".

Las horas que precedieron a ese momento consiguen también ser conmovedoras, con la carga de sensibilidad y tensión que anuncian desenlaces para siempre. Celia aprovecha el café de la mañana para despedirse a solas de su madre, Catalina Alfonso, "Ollita", que la bendice. Luego la familia en pleno, exceptuando al padre, Simón Cruz, se traslada en auto al aeropuerto de La Habana para el último agasajo o el último recuerdo: "De pronto comenzaron a llamarnos para que guardáramos nuestro equipaje y abordáramos... Me viré y vi a mi Ollita sonriendo y le soplé un beso (...) Antes de entrar al avión miré a mi mamá una vez más. Me despedí con un beso y entré al avión".

Lo que sigue a esa escena recurrente en la memoria cubana de la época es la historia de un desarraigo doloroso. Simón Cruz falleció antes del mes de la partida de la hija; Ollita murió el 7 de abril de 1962 y Celia recibió la noticia cuando se preparaba para una actuación en Nueva York. Como miles de exiliados, la artista no recibió permiso para asistir al funeral de su madre y nunca más regresó a Cuba.

Su única presencia en el espacio geográfico de la isla fue en la Base Naval de Guantánamo, en 1990, y gracias al fotógrafo C. M. Guerrero quedó registrado el instante en que Celia pasa su mano por debajo de la cerca para tomar un puñado de tierra del otro lado, que es en verdad "su único lado". La muerte la sorprendió el 16 de julio de 2003 sin que por un minuto hubiera dejado de recordar y sentir en cubano.

Celia Cruz cogiendo tierra cubana en la Base Naval / C. M. Guerrero / Miami Herald

Cuando escucho a Celia en "Te busco", la bachata compuesta por Víctor Víctor para la joya discográfica Azucar Negra (1993), me asalta una raro convencimiento de que le está cantando a la Cuba que siempre buscó "perdida entre sueños, volando en el cielo", en lugares tan extraños que no pueden devolvérsela.

Al cumplirse este miércoles 60 años de su partida sin retorno de Cuba, quisiera evocar este acontecimiento triste de nuestro prolongado desvarío nacional como una fecha para honrar a la familia cubana dividida. Tal vez debiéramos instituirlo como un día de recordación y de culto, con el compromiso de que el futuro no nos depare más desmembramiento y dolor por caprichos políticos y desmanes totalitarios. Acaso debería ser una propuesta para reunir a todos los cubanos, estén donde estén, y reafirmarnos en la certeza de que los valores y los afectos familiares son las únicas verdades que deben perdurar en el mar de las pandemias políticas, las cegueras ideológicas y los patriotismos de exclusión.

Solo quienes hemos tenido que enfrentar la muerte de nuestros seres queridos desde la distancia impuesta por el régimen cubano podemos comprender la magnitud de un desolación semejante. Tener que permanecer alejado de una madre, un padre o un hijo por castigos políticos será siempre un acto criminal con secuelas irreparables en los afectados. Como también lo es, sin dudas, una política o una regulación que lo impida, sean quienes sean sus ejecutores.

Tuve el privilegio de reportar los funerales de Celia en Nueva York y estar entre el reducido grupo de personas que acompañó su cadáver hasta la bóveda en el Cementerio Woodlawn en el Bronx. En ese minuto en que se abrían las compuertas de la última morada, el drama personal de esta mujer gloriosa, exiliada sin regreso, me hizo pensar por primera vez en la muerte como un doble castigo de la diáspora.

Arriesgo estas reflexiones en tiempos convulsos, marcados también por reclamos de reunificación de la familia cubana que no dejan de ser legítimos, pero que no deben abstraerse de la noción histórica de nuestra odisea contemporánea.

Nadie cuestiona que haya injusticia en el hecho de aplicar una política de restricciones a la petición de un familiar desde Cuba para traerlo a Estados Unidos, o impedir un viaje humanitario para recibir tratamiento médico o asistir a un ser entrañable en sus horas finales. Lo que sucede es que a la hora de mirar a la actualidad es necesario tener una perspectiva realista de dónde han estado las culpas y los culpables mayores durante el calvario de división familiar que nos ha tocado padecer por las últimas seis décadas.

No resulta ocioso recordar que la reforma migratoria que flexibilizó la salida de los cubanos al exterior es una medida de apenas siete años, que el gobierno aún se arroga el derecho de designar "regulados" para bloquearles viajes, y que la entrada al país es aún una prerrogativa que otorgan los dueños de la finca, con castigos de hasta ocho años sin visitas para los "desertores" de misiones y encomiendas oficiales.

No podemos permitirnos la desmemoria, porque nos estaríamos privando de un futuro de reconciliación en un país para todos los cubanos, sin un gobierno que pueda estipular salidas definitivas y entradas denegadas para sus ciudadanos libres.

Uno de los ejercicios democráticos que también es asignatura pendiente en la nación que revitalicen nuestros hijos y nietos es conducir actos de desagravio y perdón por todos los desmanes cometidos contra la familia y los ciudadanos cubanos en nombre de fraudulentos estereotipos de dignidad, igualdad y socialismo.

En esa Cuba donde nuestra Úrsula Hilaria Celia de la Caridad Cruz Alfonso, la Guarachera del mundo, tendrá su pedestal definitivo.

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Wilfredo Cancio Isla

Periodista de CiberCuba. Doctor en Ciencias de la Información por la Universidad de La Laguna (España). Redactor y directivo editorial en El Nuevo Herald, Telemundo, AFP, Diario Las Américas, AmericaTeVe, Cafe Fuerte y Radio TV Martí.


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