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Mi Yolo Bonilla personal

Era un cometa a tope de velocidad, un muchacho sideral, y, a la vez, paradójicamente muy calmado, un toque de cordura cantante en medio de la devastación desquiciada de aquella Cuba remota del último año del siglo XX

Yolo Bonilla © Juventud Rebelde / Alain Gutiérrez
Yolo Bonilla Foto © Juventud Rebelde / Alain Gutiérrez

Este artículo es de hace 3 años

Lo conocí cuando todavía no era Yolo Bonilla para el gran público, aunque, tan pronto uno interactuaba un par de canciones con él, ya podíamos sentir en el cuerpo toda la energía bullente de su combustión interna. Era un cometa a tope de velocidad, un muchacho sideral, y, a la vez, paradójicamente muy calmado, un toque de cordura cantante en medio de la devastación desquiciada de aquella Cuba remota del último año del siglo XX. Que fue 1999, no el 2000.

Yo acababa de ser expulsado del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) en el Polo Científico del oeste de La Habana, una institución científica que respondía directamente a Fidel Castro a través de José Miyar “Chomy” Barruecos y el Consejo de Estado, y que todavía aparece como una nave intergaláctica fantasmagórica en los billetes de 50 pesos firmados a título de una Revolución más que fantasmagórica, gótica.

Yo andaba por La Habana de 1999 sediento de no existir. En el CIGB, los espías del ADN recombinante me habían acusado de tener planes secretos para escapar de mi país. Y era la pura verdad, la Seguridad del Estado nunca miente. Todavía hoy, tras siete soberanos años de exilio errante, yo sigo con aquellos mismos planes imposibles, a ver si por fin consigo escapar de nuestro país. Cuba como cadalso, como cansancio.

Fui por entonces a un taller literario tristísimo, en el municipio Cotorro, acaso invitado por Karel Leyva, el poeta hijo del poeta Waldo Leyva. Las malas costumbres se heredan. Decidí dejar de ser uno de los poquísimos biólogos moleculares en Cuba, tal como el Estado totalitario me lo pedía a la fuerza, con una resolución ministerial que prácticamente invalidaba mi título universitario de Bioquímico.

Yolo Bonilla también fue a ese taller literárido, con su novia de siempre que no hablaba mucho, creo que estudiante de medicina, como él: una muchacha frágil a la que le brillaban los ojitos de risa cada vez que Yolo abría la boca para decir o cantar algo. Enseguida me enamoré del amor que ardía como una llamita de ilusión entre ambos, en una epoquita sin épica en la que, como en todas, yo sobrevivía en la Isla sin una pizca de amor en mi alma.

En realidad, no tengo mucho más que decir. Sus canciones de entonces me gustaban bastante, medio románticas y medio problemáticas. Me recordaban a las canciones medio problemáticas y medio románticas de otro trovador igual de joven, pero a finales de los años ochenta, cuyo nombre ya ni recuerdo, pero cuya imagen y poética eran casi indistinguibles en mi imaginación de la imagen y la poética del Yolo Bonilla una década después. Tal vez fueran la misma persona, dos mulaticos isómeros, ambos reencarnados con una guitarra en ristre y, en la otra mano, una novia de piel transparente, más que blanca.

Ahora ya da igual quién inspiró a quién en el tiempo dorado que Nadie teje con los hilos en la Isla, porque ahora es muy probable que los dos ya sean contemporáneos en la eternidad.

Dicen que Yolo Bonilla cerró sus redes sociales antes de su vuelo definitivo hacia la libertad. La enfermedad de los cubanos sin Cuba es de tal magnitud que, incluso curarnos de las redes sociales, ya no es sinónimo de salud, sino síntoma de otra enfermedad más extenuante, más estéril, más endémica.

Nos quedan sólo algunas fotos impresas, cuyos colores de pacotilla ya están adulterados, al punto de que es difícil distinguir quién le da una patada al cigarrillo aquel o a quién pertenecían aquellos dreadlocks. Nos quedan sólo algunos links de internet, que uno a uno irán puntualmente expirando, como nuestra memoria de la molicie cubana y el dolor de la opresión en nuestros cuerpos cascados por el castrismo.

La década de los años veinte es la más peligrosa del siglo XXI para nuestra generación. Sépanlo o no, quiéranlo o no, resístanse o no, de aquí sólo saldremos libres o mártires.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Orlando Luis Pardo Lazo

Escritor y bloguero de La Habana. Actualmente realiza un doctorado en Literatura en Saint Louis, Missouri, EUA.


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