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Campañas en su contra aparte, por fin vi con calma contrarrevolucionaria en Netflix la película sobre la Red Avispa, Wasp Network, dirigida asumo que por un socialista francés, valga la redundancia.
Ante todo, el filme me pareció un documento maravilloso. Acaso sea la peor película del mundo, pero es también una obra fílmica imprescindible para que los cubanos podamos comprender de corazón de qué se trata el castrismo cultural, ese fenomenito tan universal como las clases sociales, cuya esencia podríamos resumirla así: un cubano sin Castro es un cubano castrado. O, aún mejor: la cubanía sin Castro es equivalente a la caca.
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Fuera del castrismo, nada.
En efecto, la Wasp Network se queda en los archiconocidos estereotipos de qué debe ser el exilio cubano, antes y después de Scarface o Caracortada, que fue la primera de las múltiples genuflexiones fílmicas del fidelista Oliver Stone, asalariado de gratis por el régimen de La Habana.
Y ahora vuelven los blancos ricos de la izquierda internacional a mal representar con saña todo lo que la derecha cubana ha contribuido al desarrollo de los Estados Unidos. Según este filme, somos una comunidad poderosa y políticamente corrupta, de corte mafioso y matón, incluidas ametralladoras, bombitas, y lanchas de desembarco al por mayor, gracias a los millones con que Willy Chirino y Gloria Estefan, por ejemplo, sufragan a los patrocinadores de la violencia.
Todo esto presidido por un Don sacado de El Padrino, Mr. Jorge Mas Canosa, pintado en este filme como un demonio de la democracia, afilándose los colmillos para reconquistar Cuba, comerse a los comunistas y a su prole empobrecida, y de paso devolver la Isla a las familias de los tiranuelos Machado y Batista. Por favor.
Se ha hablado mucha basura sobre las actuaciones estelares salvables de La Red Avispa. Pero esta película es un Titanic del siglo XXI: de aquí no se salva nada ni nadie.
Para empezar, Penélope Cruz está, más que fatal, falaz. Hablando una vulgata sin zetas para parecer cubana, pero pronunciándola como si tuviera una papa trabada en plena garganta, al más puro estilo de los cubano-americanos de segunda generación: una actuación cubana descubaínada.
Para colmo, la españolita de Allen y Almodóvar pretende ser aquí la Penélope que espera en un via crucis sin penes a su Quinto Héroe, cuando en la alcoba biográfica fue vox populi en Cuba que la mujer de ese espía en específico le pegó prodigiosamente los tarros, con un colega de Recursos Hidráulicos o una mojazón laboral parecida, y, después, cuando la infiel se sumó a la gira mundial de la campaña obamacéntrica Free The Five, toda La Habana comentó que a ese amante emergente la Seguridad del Estado un día delicadamente lo desapareció.
Gael García Bernal, cada vez más patitieso y flaco, con esa cabeza brechtiana como la de un feto tolteca (casi a punto de personificar de manera espontánea a José Martí), aceptó ser filmado supuestamente dentro de Villa Marista, centro de secuestros y torturas de la Revolución Cubana, y cayó entonces sin complejos en la misma escenita estéril de la serie de los años setenta En silencio ha tenido que ser, cuando un oficial en ropas de civil del Ministerio del Interior le comunica a la familia del espía que su marido no es un traidor. Patético, tétrico.
Por último, la revelación criollita Ana de Armas, encarna sin siquiera consultarla a la madonna exiliada Ana Margarita Martínez, presentada por ella poco menos que como una puta, precisamente por haber sido víctima del horror socialista, al ser violada durante años por el agente secreto Juan Pablo Roque, incluso dentro de los sagrados votos matrimoniales.
En este sentido, Wasp Network se asegura de que el espectador políticamente correcto simpatice siempre con la causa de la justicia social del misógino fornicador, y que el público desprecie hasta en los créditos a la agraviada miamense, porque la muy cabrona capitalista se compró un súper carro el mismo día en que por fin ganó 200 000 dólares en una corte, como compensación por su tragedia y su trauma.
En puridad, este guión acartonado, como toda palabra dictada por la moralina manipuladora del G-2, no es mejor que cualquiera de los teleplays Tras la huella del ICRT. La fotografía es kitsch como ella sola, escenas de postalita turística o reality-show del tipo Love Island. Con musiquita de intención idiota y voz en off casi de a finales del cine silente. Un fiasco, un bodrio, una plasta. O, como dije al inicio, una joyita de excepción que todo cubano libre debiera ver cada primero de enero o cada 26 de Julio. Primero, Clandestinos, el clásico de la guerra civil cubana. Después, Wasp Network, su coda comemierdón.
En fin, son dos atroces horas de mitología anti-exilio cubano y anti-nación norteamericana. Bien. La película se me demoró una eternidad, como quien dice, mientras yo sorbía una Coca-Cola tras otra, sentadito, como Dios y el Estado mandan, frente a mi cuenta de Netflix compartida de manera más o menos ilegal. Muy bien. Durante la proyección, fui incapaz de tomar ni media nota para después intentar alguna opinión de peso. Aquí todo es ingrávido, como la represión en Cuba, que se siente en el cuerpo aunque no te haya tocado todavía. Lo que no quita que cada plano, por lo demás, sea un recordatorio de que el castrismo, como un Rey Midas marxista, todo lo que toca lo convierte en horror. Nuestra Historia misma es un error.
Esta es, insisto, una obra maestra de la infamia ideologizada, y, como tal, hay verla y volverla a ver, por los socialismos de los socialismos hasta el fin del totalitarismo, pero jamás a nadie se le debe ocurrir censurarla. Al contrario, mi propuesta es que sus clientes reclamemos masivamente a Netflix para que ya nunca más quite de su cartelera a este monumento audiovisual.
Así, cada familia de cubanos libres, generación tras generación, podrá enseñársela a sus hijos en libertad, mientras nos damos un abrazo a cambio del país perdido y les decimos bajito, bien bajito, al oído, donde ni Dios ni el Estado nos vuelvan a espiar:
“Mira, mi amor, mira: esto fue lo que el mundo occidental le hizo a las vidas de tu mamá y tu papá”.
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