George Floyd, espejo cóncavo para una Cuba racista y excluyente

Una Cuba libre necesita de un concepto de nación que sobrepase las barreras raciales como garantía de estabilidad y futuro.

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Este artículo es de hace 4 años

La tragedia de la muerte de George Floyd o mejor dicho, del asesinato en vivo, en directo y a todo color de un ser humano en plena calle a manos de un policía que debería protegerlo nos ha sacudido a todos. Y nos ha sacudido a todos sin distinción de persuasión filosófica ni de sesgo de ninguna clase. Por primera vez en casi dos décadas el gran pueblo americano estuvo unido e indignado. Esa unión, esa condena emanada de todas las gargantas con todos los acentos provocó que nuestros enemigos se activaran inmediatamente para crear el caos, la destrucción y dividirnos. La Cuarta Internacional llevará esto lo más lejos posible para tratar de destruir los Estados Unidos y si no lo logra esta vez ya volverá a intentarlo un poco más adelante.

Lo cierto es que con manipulaciones o no existe un problema de desnivel en nuestra gran nación que viene dado por no pocos factores entre los que pudiéramos citar el desinterés de la derecha y la manipulación de la izquierda; pero hay mucho más.


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De un plumazo en los lejanos sesenta Lyndon B Johnson nos informó que el racismo había terminado; y de veras terminó. Se acabó como estructura con base jurídica y cuerpo de resortes represivos para defenderlo, pero permaneció agazapado dentro de la mente de muchos. Las ideas no se pueden erradicar de un plumazo y si a esto unimos la abdicación de gran parte del liderazgo negro, el desentenderse y lavarse las manos de los republicanos y la manipulación e insidia de los demócratas nos encontramos ante una receta letal.

Por suerte comienzan a escucharse voces, entre ellas la de un modesto servidor, abogando por la desideologización del problema racial; en palabras más claras: que los negros en Estados Unidos podamos ser republicanos, demócratas, libertarios o del partido que se nos antoje pero que ante el tema racial adoptemos una posición de cínico mercante y arrojemos la pregunta sin el menor escrúpulo: ¿qué hay para mi comunidad?

Un ejemplo bien concreto; los disque líderes negros no debieron jamás prestarse a ser mastines de la elite blanca demócrata y convertirse en punta de lanza en el “impeachment” contra Trump que, dicho sea de paso, se sabía que no llegaría a ningún sitio. Todo ese tiempo debieron haberlo invertido en tomarle la palabra al inquilino de La Casa Blanca y conminarlo a resolver problemas como la violencia que cobra cientos de vidas negras (que parecen no importar) en los inner cities y otros temas de vital importancia. No se trataba de abandonar al partido al que pertenecen; se trataba de dar la prioridad al tema más importante y dejar el teatro y los juegos de poder para las elites de las que ellos siempre quedan convenientemente excluidos en su enorme mayoría.

¿Cómo pueden esta cruel realidad y este enorme reto servir de espejo en el cual se refleje una Cuba libre?

A mi juicio se hace necesario recurrir a las lecciones de la historia, no para hurgar inútilmente y vivir como fósiles en el pasado sino para evitar caer innumerables veces en el mismo abismo.

En la manigua redentora el negro y el blanco cubanos por lo general convivieron y se protegieron mutuamente; se crearon amistades fraternales que nada ni nadie pudieron destruir; los negros cubanos regaron generosamente la tierra con su sangre y llegaron a los sitiales más altos de las filas mambisas; pero en cuanto llegamos a la República la gloria negra se disolvió como borra de café; pocos fueron los puestos a ellos asignados y menos las oportunidades de progresar. Nadie puede negar que hubiera negros destacados y acaudalados, pero ni por asomo ese bienestar respetó la proporción de sangre derramada y muchos negros llegaron a sentirse timados, utilizados, sintieron que habían librados la guerra de otros. Este malestar junto con otras causas llevaron a la revuelta del 1912 y la consecuente matanza de 3000 cubanos negros; algunos protestan sobre lo exagerado de la cifra mientras otros sostienen que fueron muchos más. Lo innegable es que se había producido una fractura que aún hoy no ha sido soldada.

Los negros cubanos, en su fenotipo más obvio o en la variante mestiza, participaron en todas las siguientes iniciativas sociales, pero jamás con el entusiasmo y la pasión de aquella lejana gesta; así las cosas se fueron agrupando en torno a dos polos de la realidad insular; de un lado los simpatizantes de Fulgencio Batista, mestizo y de origen muy humilde y del otro el Partido Comunista o el PSP, que si bien en su proyección internacional era rehén voluntario y confeso de Moscú, en su imagen doméstica aparecía como patrocinador de las artes y clave elemento del pensamiento político y filosófico nacional.

Salvo alguna que otra excepción la población negra no se sumó al movimiento del advenedizo apocalíptico y narcisista que jamás le perdonó a su islita ser tan pequeña y el Calígula Tropical nunca olvido’ tal desplante. Se erigió en el redentor de la “negrada” y la utilizó a su antojo en cuanta aventura peligrosa y experimento social se le ocurrió. La participación mercenaria de la Junta en las luchas internas de Angola y Etiopía son dos ejemplos de ello. Y cuando algún negro osaba ir contra corriente y cuestionar el absurdo estado de cosas reinante; allá iba la andanada llamándolo mal agradecido.

Nos dieron la mala a inicios del siglo XX; continuaron dándonos la mala por sumarnos a algo que no era siquiera nuestro en 1959 y nos siguen dando la mala hoy en un país en el que los negros viven prestados. Una Cuba libre necesita de un concepto de nación que sobrepase las barreras raciales como garantía de estabilidad y futuro, pero para tal ocasión no podemos correr despavoridos a firmar el acta nupcial sin leerla detenidamente; será necesario un detallado y pormenorizado acuerdo prematrimonial que nos asegure que esta vez no volveremos a terminar en la sucia y fría acera rodeados de nuestros frugales matules.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Andrés Alburquerque

Andrés Albuquerque (La Habana, 1956). Se crío en una familia miembro del Partido Socialista Popular. Profesor universitario de Lingüística y Lengua Inglesa. Analista político de America TV y las emisoras Radio Caracol y Radio Actualidad, todas en Miami. Miembro del Partido Republicano de EE.UU.


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