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Los acontecimientos que dieron lugar a lo que es conocido como «El Gran Éxodo de El Mariel» (15 de abril al 3 de octubre de 1980) no fueron interpretados en su momento —ni aún lo han sido en su totalidad— como lo que realmente significaron: una declaración de guerra demográfica por parte del régimen cubano.
Porque si un país enemigo, con el que Estados Unidos no tenía relaciones diplomáticas, saca de las cárceles y de los manicomios a los presos comunes y los dementes, y a todos aquellos que ese régimen consideraba antisociales (lumpen, escoria y otros apelativos ofensivos que Fidel Castro quiso encajarles a sus adversarios políticos), para montarlos en barcos camaroneros y cuanta embarcación estuviera a su alcance, y enviarlos, con la ayuda de sus agentes en el exterior, rumbo a Cayo Hueso, Estado de la Florida, territorio continental de Estados Unidos, no hay lugar a dudas de que se trató, en toda regla, de una Declaración de Guerra.
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Si no hubo un conflicto bélico fue porque el presidente de Estados Unidos era el timorato Jimmy Carter, quien desde su juramento en enero de 1976 siempre demostró grandes simpatías por el régimen comunista de Cuba y, sin empacho alguno, abrió una Oficina de Intereses en La Habana, en 1977, dando a los Castro un apoyo arbitrario. Pero fue ese mismo presidente Carter quien sufrió la gran vergüenza que les llegaran a sus costas 125 mil cubanos, entre ellos más de 25 mil delincuentes y enfermos mentales.
Cuando el régimen cubano inicia el éxodo, la idea maquiavélica del dictador era salir de muchos presos y principalmente de desafectos, pero no calculó que el descontento era generalizado y sus opositores eran muchos más de los que él había figurado. Aprovechando el momento, también se sumaron al éxodo embarcaciones de exiliados que vivían en Estados Unidos y que fueron a buscar a familiares desesperados por salir de la Isla.
Durante ese trance —principalmente en Miami— vivimos momentos de mucha angustia y tristeza. También de frustración. Constatar descarnadamente, tras oír las historias que contaban los refugiados, el trato inhumano y vejatorio al que fueron sometidos por la policía cubana en el llamado —y con mucho acierto— «El Mosquito», un campo de concentración a orillas del mar, en las cercanías del puerto del Mariel, fue un duro golpe emocional para quienes los habíamos antecedido en el exilio.
En la obra cumbre de T. S. Eliot, The Waste Land, hay un verso que dice: “Abril es el mes más cruel” (April is thecruellest month). Ese abril fue y será el más cruel de todos los abriles cubanos. Fue enorme el sufrimiento y grande el precio que pagaron «los marielitos» por su libertad. Porque muchos llegaron a un país donde no conocían un alma, con otra cultura y otros códigos.
Para nosotros en el exilio, el éxodo fue algo inesperado para lo que nadie se preparó. Las ayudas se agotaban en horas y los refuerzos llegaban tarde y escasos. Eran miles a quienes había que dar de comer, ropa, medicinas, albergues, en fin, necesitaban de todo y la administración Carter no estaba apta para esta «guerra no anunciada».
En la premura, habilitaron refugios en el Orange Bowl Stadium y en la controversial Ciudad de las Carpas. Esta última fue un desacierto monumental. Solo con ver el documental de la cineasta Miñuca Villaverde, Tent City (La ciudad de las carpas-1980), se puede comprobar que la ubicación y construcción de ese adefesio hizo mucho daño a la ciudad y a los propios marielitos. Aquella gente desgarrada, enfrentada a un inesperado destierro, forzado en muchos casos, pero a la larga liberador, venía definitivamente rota. Habían dejado atrás la familia, enfrentado los terribles actos de repudio de hordas de la chusma convocada por el régimen, acompañados de golpes, insultos, lanzamientos de piedras y huevos, y se convertían en desterrados en un lugar ajeno.
Pero con lo que nunca contó la tiranía fidelista es que esa masa de desterrados, despedida con las palabras del tirano: «…No los queremos, no los necesitamos», resurgiría en poco tiempo como un grupo prominente en la sociedad estadounidense, reconocido por su espíritu para crecerse en la adversidad, admirado como un colectivo próspero y trabajador. Los delincuentes, que eran los menos, siguieron en la transgresión de las leyes, fueron a parar a las cárceles y muchos terminaron devueltos a Cuba tras los acuerdos migratorios de 1984; otros tomaron el buen camino. La gran mayoría del Mariel forma hoy una generación que por sus logros ha tenido reconocimiento en las finanzas, la literatura, el arte, el comercio, el periodismo, y en la clase trabajadora.
Con el éxodo llegaron hombres y mujeres que han enaltecido el mundo del arte y de la literatura. Fueron aquellos artistas que se negaron a perder su libertad de crear y no se integraron al arrollador avance represivo del régimen, que sufrieron el ultraje y en muchos casos hasta fueron encarcelados. Esos artistas desde que llegaron al destierro traían la consigna de que «El Arte nos salvará». Y así fue: Ahí está la obra del gran Reinaldo Arenas, posiblemente el escritor más sufrido y maltratado por esa tiranía, quien demostró que contra el talento y la valentía solo puede la muerte.
Reinaldo El Fraile
Yo nunca olvidaré mi encuentro con Reinaldo Arenas (1943-1990). Creo recordar que fue en el mes de mayo y alguien avisó que estaba en el estadio Orange Bowl. Fue muy breve el encuentro pues no permitían visitas. Me contó de su salida clandestina (porque el régimen no lo dejaba salir del país) y cómo había utilizado el ardid de un cambio de letra en su apellido para lograr su fuga. También contó de la travesía. Espantosa, recuerdo fue la palabra para definirla. Con el tiempo comprobé que «espantosa» era una de sus palabras más usadas.
Cuando lo vi allí, me parece, no estoy segura, que vestía pantalones cortos y chancletas, solo atiné a darle un abrazo, porque en su mirada vi tal cúmulo de emociones que me turbaron mucho. Yo había leído El mundo alucinante y en ese mismo instante la figura de Fray San Servando Teresa de Mier se personó y me estuvo acompañando por un tiempo. Algo también que me impresionó de Reinaldo fue su pelo tan ensortijado.
A partir de ahí, casi siempre le llamaba Fraile.
Reinaldo Arenas en Hialeah
A Reinaldo Arenas lo habían acogido en su hogar sus tíos Florentino Estrada y Osaida Fuentes. Ese matrimonio fue pare él la familia que muchos marielitos no tuvieron. Con el matrimonio Estrada, Osaida y Florentino me unió una estrecha amistad, casi de familia. Ellos nos visitaban a menudo y nosotros a ellos. Osaida tenía veneración por su sobrino y guardaba como tesoro las cartas, recuerdos y postales que mandaba «Reni» (como ella lo llamaba). Osaida me dejó depositaria de muchos de esos tesoros.
Los Estrada-Fuentes vivían en Hialeah y pocos días después de mudarse con sus tíos, Reinaldo me visitó muy alarmado porque en ese pueblo «no hay una librería» dijo. A instancias de él y como nos gustó la idea, comenzamos con los preparativos para abrir una librería en Hialeah. También finalizando ese año 80 se enteró que en una casa de Coral Gables hacían una reunión el día de Año Nuevo que era muy frecuentada. Como se le hizo sospechosa esta celebración porque coincidía con la del castrismo, me pidió que hiciéramos el 1 de enero el estreno mundial de una obra de teatro que ya había reescrito y que pertenece a El asalto. La puesta la hicimos en un improvisado escenario en el patio de mi casa, y fungió como director el reconocido Herberto Dumé (1929-2003). La obra fue leía, y en parta actuada por el mismo Arenas y al poeta, dramaturgo y narrador René Ariza (1940-1994). Además, del lleno total, la unión de esos dos monstruos fue inmemorial.
Cuatro meses después abríamos la Librería-Galería Fidelio Ponce, en Palm Avenue y la calle 9, en el corazón de Hialeah. Fue un 23 de abril y escogimos la fecha porque se celebra el Día del Libro y se conmemora la muerte de William Shakespeare y Miguel de Cervantes.
La inauguración fue todo un seceso. Para la ocasión se presentó una exhibición de los pintores Juan Abreu (era la primera vez que exhibía en Estados Unidos) y Arturo Rodríguez, quien acababa de llegar de su exilio en España.
Entre los que nos acompañaron ese día, además de los escritores y pintores que eran habitúes de la Peña Literaria de SIBI, debo nombrar en especial a la famosa escritora y etnóloga Lydia Cabrera, que desde el primer día demostró gran simpatía y dio todo su apoyo a los artistas marielitos.
En la Fidelio Ponce trabajaron por un tiempo el pintor Juan Abreu y los escritores Luis de la Paz y Nicolás Abreu. Fue para ellos el primer empleo en el exilio. Nicolás vivía con su esposa en un pequeño apartamento al doblar de la esquina, Luisito con un familiar y a Juan le habilitaron un espacio en la librería, en una suerte de cama-mágica que bajaba cuando se abría uno de los libreros. Juan vivía y dormía rodeado de libros. El salón lo presidía un norme retrato de Fidelio Ponce, acompañado por Enrique Labrador Ruiz y su esposa Cheché. También teníamos al fondo un patio-estacionamiento enorme que adaptamos para celebrar actividades culturales y que fueron muchas e importantes.
Los Marielitos y la librería SIBI
En los días del Mariel, mi esposo Juan Manuel y yo teníamos la Librería SIBI en Bird Rd y la Avenida 95, en el suroeste de Miami. Allí, desde 1977, celebrábamos cada viernes una Peña Literaria que había fundado un grupo de intelectuales cubanos, entre los que se encontraban escritores, poetas, periodistas y pintores de reconocido prestigio como Guillermo Martínez Márquez, Enrique Labrador Ruiz, Rafael Estenger, Lydia Cabrera, Otilio Mesa, Carlos Montenegro, Gonzalo de Palacio, José Ramón García Pedrosa y Enrique Riverón. Ellos, que pertenecían a la generación del 20, animaban esas reuniones con sus congéneres de la generación del 50 y con jóvenes exiliados.
Esa Peña se convirtió en el lugar obligado de intelectuales que visitaban la ciudad y allí llegaban para compartir la noche los colombianos Germán Arciniegas, Beatriz Pargas y el expresidente Alfonso López Michesen y cubanos residentes en otros países como el poeta José Ángel Buesa.
Allí se encontraron y compartieron exiliados de otras épocas con los recién llegados. En esas veladas muchos artistas y escritores del Mariel hallaron un lugar donde participar, expresar sus ideas y pensamientos y establecer relaciones.
La Fidelio Ponce y el éxodo
Este lugar tuvo estrecha relación con los refugiados de El Mariel (Entrantes como los etiquetaron al principio). Llegaban muchos de ellos a buscar libros porque pensaban que era una Biblioteca Pública. Cuando le decían que esa era una Librería, que tenían que ir la Biblioteca de la calle 49, contestaban que esa tenía muy pocos libros en español.
Como sabía que el Gobierno Federal daba dinero extra (y un por ciento alto) a la alcaldía para comprar libros en español de acuerdo a la población hispana, supe que Hialeah recibía mucho dinero extra por este concepto y que evidentemente no se estaba utilizando en libros en español. Mi primer paso fue ir a reclamar a la biblioteca de la calle 49 y Palm Avenue, allí mi querida amiga Estelita Rasco me dijo. que la alcaldía no les daba presupuesto para comprar libros en español. Hice lo pertinente: pedí una cita con el alcalde que era a la sazón, Raúl Martínez.
Acudí a la entrevista con el alcalde Martínez y ante mi reclamo me dijo textual: «Yo prefiero tener policías en las calles que libros en la Biblioteca». Cuando Reinaldo se enteró de esta irracional respuesta la furia se desató y hasta amenazó con una de sus famosas «Cartas Abiertas» de las que supuestamente hacía más de diez mil copias. A Raúl Martínez lo despreció siempre y con toda razón. Yo también. A partir de entonces, y hasta que cerramos la Librería-Galería Fidelio Ponce, todos los meses nos «visitaba» un inspector del City Hall.
Pero también en la Fidelio Ponce hubo muchas noches memorables, presentaciones de libros, charlas y reuniones. El gran poeta Eugenio Florit, muy admirado por los recién llegados, hizo maravillosas lecturas de poemas. También la inolvidable Pura del Prado, porque realmente hubo una especie de simbiosis entre muchos de los escritores, poetas y artistas que aquí vivíamos y ellos, los marielitos.
Una hermosa noche fue el bautizo de Otra vez el mar, la primera novela que le publicó España a Reinaldo. A esas actividades asistían los contertulios de la Peña Literaria, pero también los vecinos del área. Esa noche cuando Reinaldo leía (como solo él sabía leer sus textos) vi que unas señoras abandonaban el patio muy apresuradas —que era donde se hacían las reuniones— y al preguntarles, contestaron: Es que el señor usa palabras y temas muy fuertes.
Otra noche singular en el lugar fue la presentación del tabloide de Nueva York (NY) Noticias del Arte, que dirigían Florencio García Cisneros y Giulio V. Blanc. Ambos habían dedicado el número de noviembre de 1981 a los artistas del Mariel con textos de Lydia Cabrera. Esa noche el salón lo presidía un enorme y hermoso óleo de María Teresa de Rojas (Titina) pintado por Wifredo Lam.
También hasta la Fidelio Ponce, en Hialeah, llegó una noche el célebre dramaturgo y poeta español Fernando Arrabal para encontrarse con nuestro René Ariza, en una pasada surrealista.
Arrabal quiso siempre conocer a René Ariza desde que, a pesar de ser muy crítico del régimen cubano, lo habían premiado por su obra teatral La vuelta a la manzana (1967), pero poco después fue encarcelado por diversionismo ideológico. Arrabal, que nunca había estado en Hialeah, me pidió que antes de empezar la charla lo acompañara con René por los alrededores para repartir unos volantes traídos por René. De inmediato entendí que todo el ambiente del lugar era un disfrute era para él porque todo fue totalmente de un surrealismo innegable. Varias vueltas por el barrio, parada en el garaje de la esquina donde poco antes habían asesinado a un hombre, también llegamos al bar de putas de la acera de enfrente y terminamos con una animada conversación en la bodega cercana con tres cubiches de palillos entre los dientes, camiseta de ojales y broche, y gorda cadena de oro y medalla de Cachita al cuello; un gran contraste con la facha de los marielitos de la zona.
Esa noche fue el colofón de gozo de este excéntrico personaje cultor del surrealismo, mientas extasiado repartía los volantes traídos por René, escritos a mano y con corazones y pinturas estilo Lorca donde anunciaba su nueva aventura: René era un consejero espiritual y vidente. El volante tenía esto como titular: Si tienes problemas ven a ver al hermano René.
Algo también muy interesante: los contertulios llegaban todos los viernes en la noche y nunca hubo un problema, ni un asalto, ni una discusión en los alrededores, ni un robo, todo muy civilizado. Algo que no era común en la época convulsa que vivíamos. Un día supe el por qué. Los delincuentes de la zona respetaban el lugar y se ocupaban de cuidarlo porque decían: «Esa es la Casa de la Cultura».
Festival de las Artes
Cómo no recordar en esta breve reseña (porque de esta etapa podríamos escribir muchas páginas) el «Festival de las Artes», celebrando el tercer aniversario del éxodo. Me cabe el orgullo de que organicé, junto a Reinaldo Arenas y Enrique Labrador Ruiz, la parte literaria del Festival. Aquel domingo, 21 de agosto de 1983, el exilio cubano y Miami constataron que entre los Marielitos había llegado un colectivo lleno de talento e imaginación que pronto destacaría a través del arte y la literatura. Escritores, pintores, bailarines, actores y músicos con ansias de crear sin las trabas de la censura y el totalitarismo. Escritores como Reinaldo Arenas y Carlos Victoria, pintores como Carlos Alfonzo, Juan Abreu y Víctor Gómez (el coordinador de la muestra de la plástica), fueron un gran aporte al Festival, pero un pilar indiscutible fue la participación del gran Pedro Pablo Peña y su recién formado Creation Ballet, con su estreno de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, que conmovió al numeroso público que en masa asistió a esa celebración. Puedo asegurar que hubo un antes y un después a partir de ese festival.
Ya para esas fechas Reinaldo estaban viviendo en Nueva York, pero antes de irse, aquí en Miami le organizamos una gran despedida a la que asistieron junto a los marielitos, las más importantes figuras del Exilio de la época, y por qué no, las consabidas proclamas del Condado Dade y de la Ciudad de Miami. En las proclamas declaraban la fecha como el Día de Reinaldo Arenas.
También en esa despedida presentamos su noveleta La vieja Rosa, que había publicado en Caracas la intelectual venezolana Cristina Guzmán, propietaria de la Librería Cruz del Sur. Esa noche Cristina estuvo presente.
Ya establecido en NY y ayudado por sus más cercanos amigos, no se cruzaron de brazos y publicaban un tabloide al que pusieron de nombre Mariel (1983-1985). Una exiliada que había llegado niña en los primeros años del exilio, Marcia Morgado, fue con mucho el motor de esa valiente aventura.
En el edificio de la Ocho
Cuando en 1983 nos trasladamos para el edificio de la Calle Ocho, donde teníamos además de la librería, la editorial, imprenta, galería de arte y teatro, las actividades culturales se multiplicaron y fueron los marielitos los más entusiastas colaboradores del proyecto. Para una puesta en escena de su obra Katy y el Hipopótamo llegó a ese teatro el hoy Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa. Esa noche y terminada la obra, Mario compartió con muchos de los marielitos que estaban presentes.
Imposible mencionar a todos los artistas, pintores, poetas y escritores llegados por Mariel que participaron en nuestro sueño y locura que fue la Librería SIBI con sus Peñas Literarias, la Librería-Galería Fidelio Ponce en Hialeah, el Centro Cultural y la Editorial de la 57 Avenida y Calle Ocho, pero justicia obliga y sí debo recordar a los que me fueron más cercanos, a los que admiré por su talento y por el cariño de amigos y hermanos. Aquí van pues sus nombres: Víctor Gómez, Reinaldo Arenas, Luis de la Paz, Roberto Valero, Carlos Victoria, Miguel Ordoqui, Carlos Alfonzo, Juan Boza, Juanita Baró, Manuel Ballagas, Nicolás Abreu, Gilberto Ruiz, Juan Martín, Denis Ferrera, Laura Luna y Guillermo Hernández.
No puedo dejar tampoco de recordar, por su aporte fundamental, a otros artistas, poetas y escritores que participaron en el proyecto de SIBI, pertenecientes a la generación del Mariel, pero llegados antes o después del éxodo de 1980. Ellos son: los pintores Nelson Franco, Raimundo García y Jesse Ríos, los escritores René Ariza, Guillermo Rosales, Daniel Fernández, Amando Fernández, Esteban Luis Cárdenas, Néstor Díaz de Villegas y el músico y guitarrista Carlos Molina.
Renglón aparte le dedico a dos exiliadas del 60 que fueron esenciales en todos los instantes de todo este itinerario que nos costó muchos sacrificios y esfuerzos, pero también grandes satisfacciones. Ellas son la abogada y escritora, Rogelia Castellón (1926-2015) y su hija, la periodista Ninoska Pérez-Castellón. También menciono a dos principales: Juan Manuel Pérez-Crespo y nuestro hijo Fabián, porque sin su auxilio y sacrificio nada hubiera sido posible.
El tirano dijo: «…que se vayan, no los queremos, no los necesitamos»
Para vergüenza de la tiranía castrista, esos hombres y mujeres a los que Fidel Castro les dedicó esa insolencia, comprueban hoy a 40 años del Mariel que la nación cubana perdió con este éxodo a mucha gente valiosa y necesaria. Partieron de su país, maltratados y humillados por solo querer escapar de la Isla. Este grupo humano es un ejemplo más de que la libertad es la madre creadora y hacedora de las mejores causas. Y no solo esos que llegaron rotos y desgarrados, también los que llegaron niños horrorizados, aferrados de las manos de sus padres.
Ellos son hoy hombres y mujeres de bien, buenos profesionales graduados en las mejores universidades de Estados Unidos y el mundo. La mayoría de los cubanos llegados por el éxodo del Mariel son ciudadanos que han contribuido a hacer un mejor país en esta tierra que los acogió con la misma humanidad que antes lo había hecho con los que les precedimos.
Muchos de los que nos acompañaron ya no están, pero dejaron su obra creadora, que sigue censurada en Cuba y que el pueblo cubano podrá disfrutar en un futuro, cuando la tiranía sea solo un mal recuerdo en la memoria de todos los cubanos.
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