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El Mariel, como se conoce en Cuba la estampida de 125 mil personas que huyeron por ese puerto del noroeste habanero hacia Estados Unidos, está sobrado de padres: Héctor Sanyústiz, Napoleón Vilaboa y José Boajasan Marrawi; pero una sola madre, Fidel Castro Ruz, que jamás imaginó la bofetada de la Embajada de Perú, hace ahora 40 años.
La revolución está madura se repetía en los procelosos pasillos de la subguara, como reflejo del mensaje del poder, que celebró el documental de Estela Bravo Los que se fueron, en el que un obrero cubano en Hialeah, mientras plancha un pantalón, dice a la cámara: Fidel no se cae ni de la cama, para alborozo de muchos cubanos creídos de que estaban a punto de tocar el cielo.
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Pero todo cambió el 1 de abril de 1980, cuando una guagua sin pasajeros y manejada por Héctor Sanyústiz, acompañado por un hijastro y cuatro amigos, se empotró contra una verja adyacente a la entrada principal de la Embajada de Perú, obligando al improvisado guaguero a dar marcha atrás, y arremeter contra la cerca correcta, bajo una lluvia de balas de los custodios, en la que murió el suboficial Pedro Ortiz Cabrera (27) y resultaron heridos el propio Sanyústiz y otro hombre de apellido Gómez.
Castro exigió a Perú la entrega de los que habían penetrado por la fuerza en la embajada, pero la firme y diplomática negativa del Encargado de Negocios, Ernesto Pinto-Bazurco Rittler, encabronaron a Fidel que reaccionó como el niño caprichoso que siempre habitó en él y el pistolero que había sido en la Unión Insurrección Revolucionaria (UIR): Yo se matar, tu no, advirtió el comandante al embajador en funciones, una noche paseando por el malecón en un Alfa Romeo rojo vino.
Pero el alarde no llegó al río Quibú porque la orden de Castro de retirar la custodia a la embajada peruana provocó una avalancha de diez mil 800 cubanos que colapsó aquella mansión del barrio de Miramar y mostró al mundo que el paraíso comunista caribeño era una cárcel pobre.
Si Héctor Sanyústiz es el padre, por excelencia, del Mariel; la madre es Fidel Castro Ruz porque compró un plan del coronel José Boajasan Marrawi que a mediados de los 70, siendo jefe del departamento Q-2 (Exilio) de la DGI, ideó una estrategia de inteligencia política que -basada en experiencias soviéticas- buscaba provocar un acercamiento al exilio cubano en Estados Unidos y otras naciones.
Los objetivos de aquel plan de la DGI eran reclutar agentes y colaboradores, y usarlos para promover un clima de opinión favorable a la revolución, en contra del embargo norteamericano y dividir al exilio que mostraba mayor firmeza frente a La Habana.
Boajasan Marrawi, que si vive debe andar por los 80-81 años, es el padre de los movimientos Maceítos y Areíto, jóvenes cubanos llevados de niño a Estados Unidos y que -sin tener una clara identificación ideológica con el castrismo- querían conocer el país de su infancia y tener su propia opinión.
La inteligencia cubana había logrado penetrar a la mayoría de las organizaciones del exilio cubano pero también había creado otras de exiliados o hijos de exiliados arrepentidos o melancólicos, y ese es el punto de partida de la posibilidad de utilizar el poder político de los exiliados cubanos de manera publicitaria a favor del régimen, manipulando a los grupos que ellos habían creado, recuerda el ex oficial de la DGI Enrique García Díaz (Walter).
El gran objetivo inicial no se cumplió porque la primera avalancha de exiliados que visitaron Cuba le demostró a la inmensa mayoría del pueblo, que pensaba que: el capitalismo explotador esclavizaba, que aquellos amigos y familiares con los que se les había prohibido comunicación durante años, vivían mucho mejor que ellos trabajando honradamente en el “imperio”. Desde mi punto de vista fue todo un bumerán que termino trayendo la estampida del Mariel en 1980, asegura García Díaz, exiliado en Estados Unidos, desde enero de 1989.
La mayoría de aquellos jóvenes fueron engañados por la Inteligencia cubana, que hizo bien esa parte de su trabajo, pero erró al calcular que las posiciones de indagación y acercamiento de esos muchachos era tendencia mayoritaria en el exilio cubano; en eso falló el Departamento Q-2 y luego Fidel Castro asumió el yerro hasta que se vio desbordado por el número de ciudadanos que se quería ir: 800 mil personas, dispuestas incluso a soportar los maoístas mítines de repudio, una ignomina castrista en el alma cubana.
Ya no se trataba de batistianos, burgueses, terratenientes y otras personas ricas, sino de trabajadores y estudiantes, negros y mestizos y combatientes de las FAR y el propio MININT.
Obviamente, la estrategia de la DGI pasaba por las visitas de cubanos emigrados a sus familiares en Cuba, a los que visitaron cargados de regalos, invitaron a comer, lloraron juntos los años de extravío y contaron sus vidas en el extranjero.
La seguridad cubana acudió presta a fomentar -paradójicamente- un clima contrario a los intereses estratégicos del castrismo, complementando el plan político del coronel Boajasán Marrawi con una operación económica paralela ordenada por el entonces viceministro primero José Abrantes Fernández y que ejecutaron José Luis Padrón González (Padroncito), Antonio "Tony" de la Guardia Font y Max Guatón Marambio, entre otros, montaron el sistema empresarial made in Comunidad cubana en el exterior.
Asi nacieron CIMEX, S.A, Guamatur, S.A., Celimar, S.A., Cubatur y Havanatur y otras empresas que abrieron sucursales en Estados Unidos, México, Panamá, Canadá y otros países. Sus números eran fabulosos porque obligaban al emigrado a pagar una habitación de hotel, aunque se quedara en casa de su familia, por ejemplo. Ya no los insultaban llamándoles gusanos, sino mariposas cargadas de pacotilla y dólares norteamericanos.
Y aún hoy nadie se explica la torpeza de Fidel Castro Ruz en asumir el plan Boajasan Marrawi contra el exilio cubano, cuando el entonces jede del departamento de Análisis de la Inteligencia cubana y luego Jefe de la Sección de Intereses de Cuba en Washington, Ramón Sánchez-Parodi Montoto (Facundo) y Néstor García Iturbe llevaban meses conversando con funcionarios norteamericanos para la mejora de las relaciones bilaterales y el alivio del embargo con vistas a un levantamiento gradual.
Sánchez-Parodi y García Iturbe no iba a sentarse a charlar con el enemigo sin la aprobación del comandante en jefe y, si esa vía daba resultados, que algunos frutos dio, el plan Boajasan Marrawi carecía de sentido porque el arreglo del diferendo bilateral convertía en innecesarios a los jóvenes Maceitos y de Areíto; algunos de los cuales siguen siendo agentes de La Habana.
La DGI nunca estuvo cerca de crear una Quinta columna dentro del exilio en Estados Unidos porque sus simpatizantes eran minoritarios por mucho que entonaran a voz en cuello Cuba que linda es Cuba, quien la defiende la quiere más, en sus coros de las iglesias de Miami y New Jersey.
En paralelo, Alina Amaro Alayo (Adelfa), mano derecha de Facundo pastoreaba al senador George S. McGovern para usarlo como lobbista a favor de Cuba en Washington. Sería oportuno que, un día, Adelfa y Facundo cuenten cómo vivieron aquellos tiempos de negociación soterrada con los americanos y el pastoreo del senador demócrata por Dakota del Sur.
Una vez que el comandante en jefe se recuperó de los diez mil ochocientos gaznatones de cubanos refugiados en una embajada extranjera y de la serenidad diplomática peruana, ordenó a Ramiro Valdés Menéndez, su utilities más persistente, que montara las operaciones INCA I, para controlar la situación en la legación peruana, e INCA II, para gestionar la estampida de 125 mil cubanos por Mariel, tras haber negociado con Napoleón Vilaboa.
El artemiseño con chivo a lo Dzerzhinsky, correrías y pesas diarias, ya había infiltrado convenientemente la embajada de Perú en La Habana con decenas de agentes de la Contrainteligencia y miembros de Tropas Especiales, que se dedicaron a intentar controlar la explosiva situación, proteger a niños y mujeres, y a instigar broncas entre varios grupos, que no era labor difícil porque, el gobierno entregaba, diariamente, unas 700 cajitas con comida para diez mil 800 personas.
INCA-I previó además, la salida con salvoconductos hacia sus casas de los "ingresantes" en la embajada, mítines de repudio a la salida de la sede diplomática, cuando acudían a sus trabajos para solicitar la baja y en sus casas, donde les cortaron la luz, el agua y los teléfonos.
James Carter expresó con emoción: Acogeremos a los cubanos con el corazón y la réplica de Fidel Castro, en una reunión secreta del Buró Político con Abrantes, y los jefes de la Contrainteligencia e Inteligencia como invitados, no tardó en saltar: Le vamos a llenar de mierda el corazón al manisero.
Ramiro Valdés Menéndez puso en alarma de combate al MININT y ordenó que cada dirección aportara oficiales y jefes a la Operación INCA II, que gestionó el peculiar proceso migratorio y la salida de los cubanos por vía marítima hacia Estados Unidos.
Inca II tuvo dos componentes, el político que consistió en el vaciamiento de cárceles de presos comunes, incluidos asesinos y violadores, y el económico con una logística empresarial al servicio de barcos, tripulantes y familiares que viajaban en busca de los suyos, desde que fondeaban en las proximidades de la bocana de Mariel, hasta que se marchaban cargados de cubanos huyendo del comunismo.
La estructura organizativa de Inca II incluyó puntos de acopio de datos y clasificación en barrios, pueblos, cárceles y tres lugares de concentración de emigrantes: Las cuatro curvas, el Abreu Fontán y el Mosquito; en los dos últimos había oficiales de la Contrainteligencia y Contrainteligencia Militar armados de tarjeteros con los datos de todos los posibles viajeros y debían comprobar a mano sus datos para decidir si podía partir o debía quedarse en Cuba.
En el área del Mosquito, en las inmediaciones del puerto de Mariel, se establecieron cinco zonas bien delimitadas:
F-1, los reclamados por sus familiares en Estados Unidos.
F-2, que agrupaba a los cubanos que habían estado en la Embajada de Perú.
F-3, habilitada para Presos políticos y sus familiares.
F-4.- Ciudadanos enviados desde Puntos operativos de barrios y pueblos de toda Cuba.
F-5.- Presos comunes. Más separados del resto, casi sobre el diente de perro y bajo un control policial estricto. Custodiados por Guardafronteras armados con fusiles, palos y perros entrenados. Y estaban vestidos con tres tipos de muda de ropa idéntica.
La zona F-5 fue la más conflictiva del Mosquito, donde cada noche habían broncas entre ellos y un grupo violó a un preso emigrante, que debió ser llevado al hospital porque le destrozaron las hemorroides.
En cada zona acotada, funcionaba un Centro Migratorio improvisado, donde trabajaban 24 por 24 horas oficiales de la CI, de la DGI, de la CIM y de Inmigración y Extranjería, que debían procesar a los cubanos recluidos en El Mosquito según fueran llegando sus expedientes desde el Mariel, tras ser recibida las solicitudes de parte de los lancheros y/o familiares, previa negociación en el fondeadero.
El Ministerio del Interior creó un grupo de Negociadores que se acercaban a las embarcaciones llegadas desde Estados Unidos, en lanchas guardafronteras y civiles para entrevistarse con patrones, que entregaban una lista de personas a recoger; pero los oficiales cubanos le avisaban que de su relación de emigrantes solo podría llevarse, un tercio, y que el resto de los cubanos que viajarían en su barco, se los suministrarían ellos
En caso de negativa del lanchero a aceptar la propuesta del gobierno cubano, debía volverse vacío a su puerto de origen, pues el interés del castrismo era meter en cada barco un porcentaje de las cinco zonas Efe en que había dividido el campamento de El Mosquito que -durante su corta historia- estuvo dirigido por el Coronel Luis Martínez Menocal (Lucio, el pelirrojo) que era entonces jefe de Información de la CI y antes había desempeñado la jefatura del departamento de Ilegales,de la DGI.
Curiosamente, pese a que cubanos de las cinco zonas Efe se mezclarían en los barcos, eran trasladados desde El Mosquito hasta el puerto de Mariel en guaguas interprovinciales por separado, es decir, una guagua para cada clasificación de emigrantes, que recibían su tarjeta de Embarque a su salida del campamento que debían entregar antes de subir al barco que los llevaría a Estados Unidos.
Mientras los negociadores persuadían a los lancheros que la fórmula más ventajosa para ambas partes era la del tercio; por otro lado, un segundo grupo de oficiales del MININT se ocupaban en vender todos los servicios posibles, incluidos agua potable, combustible, comidas y bebidas y crearon un sistema de escala en tierra con alojamientos de tripulaciones y familiares en el hotel Tritón, cercano a la destrozada embajada de Perú.
Como apoyo al Tritón, se habilitó un motel en la playa El salado donde el compañero Junior, (no es su pseudónimo), oficial del departamento Estados Unidos de la DGI, cayó en una amorosa emboscada haciendo de Chacumbeles.
Junior subió a un barco fondeado en Mariel, vestido como oficial de Inmigración y Extranjería, para negociar el tercio correspondiente, pero encontró a bordo a una cubana-americana que quitaba el hipo y la exiliada sintió que aquel hombre le movía el piso, aun con el bamboleo del barco.
Acordaron encontrarse en el motel de El Salado, y Junior, que siempre fue un postalita, le dijo mientras se desnudaban, yo estoy vestido así, pero en realidad soy oficial de la Inteligencia; la cubano-americana debe haberle nublado el instinto de protección a aquel oficial, que debía saber que aquellas habitaciones estaban alambradas por los eficaces compañeros del departamento K-M.
Quizá Junior sea el primer oficial DGI expulsado deshonrosamente por un palito pasional emboscado, pero la vida está llena de sorpresas y rabos de nube, como aquel que anunciaron que atacaría Mariel, obligando a evacuar a las mujeres del campamento El Mosquito.
Todas menos una señora, que dijo al oficial que la invitó a evacuarse con el resto hacia una zona más segura: Yo a él, no lo dejo... Ella no se va, terció aquel preso político que estaba a punto de ser libre para siempre, hace 40 años. Y, por suerte, aquel día no cayó una gota de agua ni apareció rabo de nube alguno.
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