En La Habana hay algunos barrios verdaderamente marginales, olvidados por el Estado y condenados a su suerte. Se suele hablar de “El Fanguito” en las márgenes del Almendares, pero casi nadie recuerda a “El Platanito”, un escenario laberíntico en el corazón del Cerro.
Este barrio crece junto a una conocida laguna de aguas negras, que parece haber estado siempre allí. Su hedor e insalubridad están incorporados a la vida de la gente, quizás por resignada tradición o desdichada costumbre.
El Platanito tiene un área de 300 metros cuadrados. La zona está delimitada por las calles 20 de Mayo, Pedro Pérez, Patria y General E. Núñez. Fue ocupada hace décadas con casitas de "llega y pon" que están separadas por callejuelas húmedas.
Pero la humedad de estos suelos no corresponde a cristalinos manantiales sino a aguas insalubres. En la zona que otrora fuera cruzada por el primer acueducto de La Habana, la Zanja Real, hoy circulan aguas negras.
La Zanja Real estaba excavada en la tierra siguiendo una ruta por las áreas más altas posibles para conducir el agua del Río Almendares hasta el núcleo fundacional de la ciudad. El primer tramo atravesaba por el territorio del actual municipio del Cerro.
Algunos tramos fueron canalizados en el siglo XX y XXI, como labores de saneamiento e higienización. Sin embargo, quedan fragmentos del histórico ramal que están contaminados de aguas albañales y se mantienen al descubierto por todo el municipio Cerro.
Particularmente en la zona de El Platanito está la conductora que vierte aguas negras al norte de los llamados “terrenos yermos” de la Calle Pedro Pérez. El improvisado barrio crece en las márgenes de una laguna de aguas residuales.
Esto no es nuevo, lleva en tal situación muchas décadas. Se cree que fue en tiempos de Batista cuando se comenzó a proyectar un cambio para esta comunidad que estaba involucrada en los trabajos de la Plaza Cívica (actual Plaza de la Revolución) y el desarrollo urbano de toda la zona.
Pero los cambios no llegaron al extremo más recóndito de El Platanito, a pesar de que está rodeada de inmuebles emblemáticos como el Estadio Latinoamericano, la fábrica de tabacos H. Upmann y los edificios Granma I y II que fueron construidos como residencias de periodistas y trabajadores del afamado medio de prensa cubano de igual nombre.
Evidentemente tener estas instituciones y/o vecinos en los edificios colindantes no favoreció en las últimas décadas a la humilde población, quizás por aquello de que la gente muy ocupada no mira por la ventana, ni siquiera siendo periodistas.
El resto de los habaneros en muchos casos no lo conoce, o no pueden visualizar su posición exacta, porque se encuentra oculto tras una franja boscosa como se puede ver en las imágenes.
Sin embargo, aunque no salga en el mapa El Platanito, sigue estando allí. El olor que provoca solo despierta miradas cuando llueve y las aguas crecen y penetran en las casas de la gente que resignada al día siguiente saca sus cosas al sol y una vez secas las vuelve a meter.
Que esto ocurra desde hace décadas, a un costado del Consejo de Estado, no debería sorprender a nadie. Es una zona estratégicamente diseñada para la poca circulación de personas. A menos que se viva en uno de estos barrios el área es prácticamente desconocida.
Los habitantes de El Platanito se han cansado de las falsas promesas y se han lanzado a construir con sus propios esfuerzos viviendas de mampostería más resistentes. Saben que los problemas persistirán porque el área lleva acciones de saneamiento que no las puede hacer la ciudadanía.
Una mañana soleada despertarán los funcionarios de Planificación Física y decidirán que no puede haber un barrio allí entre tanta inmundicia. Llegarán con su solución demoledora 60 años tarde, para descubrir que al margen de toda regulación urbana ha crecido un fragmento de ciudad sobre una laguna de aguas negras, en el corazón de La Habana.
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