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La insólita petición de una maestra de enseñanza primaria a sus alumnos en una escuela de La Habana dejaría a más de uno sin palabras. El “tráiganme una nevera de tarea” parecería sacado de una comedia del absurdo si no fuera porque pasó en Cuba, donde con total naturalidad una profesora puede “solicitarle” a sus estudiantes lo mismo un plato de almuerzo que un par de zapatos.
Según afirma la madre de una de las alumnas a Cibercuba, “me quedé ‘muda’ cuando llegué al aula con la nevera, que es de esas de poliespuma que me hizo un vecino, y la profe me dijo que ahora sí tenía dónde llevar agua y refresco para la playa en las vacaciones”.
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Lo que no sabe esta ama de casa residente en la periferia capitalina, es qué hará una maestra con tantas neveras si, de 28 niños que hay en la matrícula, por lo menos 15 la llevaron. “La escuela es para los padres una verdadera tortura. ¿Cómo se supone que nuestros hijos saquen algo positivo de tareas tan disparatadas y poco éticas?”, inquiere.
Antes, explica el electricista Diego -cuya hija de seis años estudia en Arroyo Naranjo-, que un maestro pidiera un regalo para sí mismo como trabajo de clases era algo aislado, pero ya se ha vuelto “una costumbre”.
“Hoy uno espera entrar a una escuela linda, con hombres y mujeres correctos al frente de un aula, que no se interesen en lo material que pueda darles el padre más ‘poderoso’, sino en el aprendizaje de los niños, pero la realidad es decepcionante.
“Mientras mayor es la necesidad, más piden los maestros para resolver sus carencias. El deterioro de los valores es acelerado y escasean las buenas enseñanzas, mientras el interés de los alumnos es casi nulo porque quienes están encargados de educar no dan siempre los mejores ejemplos”, confirma el ingeniero.
En el mismo sentido, Martha, pedagoga de profesión, resalta que “los maestros de hoy muchas veces son muchachos formados en un curso como si se tratara de formar plomeros o constructores. Hacer un maestro no es como levantar una pared de ladrillos. Sin embargo, muchas veces son traídos de otras provincias y no tienen con qué vestirse ni qué almorzar, porque lo que les dan no hay quien se lo coma.
“Nos llenamos la boca de decir que la educación es gratuita, pero solo en lo que pide a diario un maestro para una actividad de clase o para arreglar la situación constructiva de su casa, por increíble que parezca, a nosotros se nos va la vida”, añade la señora de 66 años.
Por otro lado, la residente en el municipio de Centro Habana, Giselle Ibáñez, indica que “en el período de clases no se nos quitan los dolores de cabeza porque ya no sabemos qué demandarán de nosotros. No basta con que le demos mantenimiento a las aulas y tengamos que comprarle de todo a los niños, sino que debemos convertirnos en proveedores de los maestros porque sus salarios son miserables.
“La educación, que era una de las cosas salvables de este país, se está yendo a pique; es un relajo. Los que están frente a las aulas dando la cara improvisan con lo poco que hay, pero pronto tendrá que admitirse, por pura vergüenza, que no somos capaces de salvar de la perdición a ese sector”, acota esta madre de tres hijos.
El viejo slogan de la “educación gratuita”, a estas alturas, sabe rancio.
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