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La televisión cubana mantiene tres programas humorísticos habituales. “Vivir del cuento”, cada lunes. “A otro con ese cuento”, los domingos. Y los noticieros, todos los días, que no son cómicos adrede.
El espacio de Pánfilo es el único que logra sacar lo mejor de un elenco año tras año. Por el contrario, “A otro con ese cuento” es un refrito de aquel “Pateando la lata” que entretuvo a los cubanos hacia la década de los noventa. El telechiste además es, perdonen la redundancia, una interpretación de chistes por un grupo de actores, convertidos ya en personajes desde la época del Período Especial.
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Cualquiera baja chistes de internet, las redes sociales o el buzón del correo electrónico, luego es solo cuestión de darles cuerpo físico a golpe de histrionismo. Pero escribir, generar ideas constantemente para retratar la cotidianidad del cubano a riesgo de volverse monótono y, encima, ver siempre cómo traspasar el colador de la censura hasta llegar a la pantalla, no debe ser nada sencillo.
No se sabe qué cabezas rodaron, si rodaron, o qué pasó exactamente después de aquel episodio de Pánfilo en que los personajes visitan un hotel con “todo incluido”, se enfrentan a la opulencia de una mesa bufé o “mesa sueca” y más tarde el protagonista se entera de que todo había sido un sueño al volver en sí rodeado de sus habituales muebles deslavados.
El capítulo fue de los más populares, aunque es posible que se pasara tanto de la raya que, cuando retrasmitieron los programas de Vivir del Cuento más vistos, según la dirección del Instituto Cubano de Radio y Televisión, nunca lo repusieron: El gobierno de la Isla apuesta bastante a la fugaz memoria del pueblo que domina, bien que la conoce y manipula a placer.
Con cada programa más o menos subido de tono, la gente anunciaba por las calles el fin de “Vivir del cuento”. Sin embargo, el espacio resistió pese al escepticismo. Algunos dijeron que Fidel Castro se entretenía con él en sus postrimerías, y que esa había sido la carta de salvación de Pánfilo y compañía. Como fuera, el dictador murió y aun el programa sigue ocupando el horario semanal antes de la telenovela, no sin enfrentar ataques dirigidos especialmente desde los cuarteles militantes de la prensa oficialista.
Una vez fue criticado por la forma en que presentaba a los ancianos en Cuba, y más adelante por la caricatura que hacía de los cuadros políticos, gente de ridículas maneras que decía profesar una rectitud intachable, pero que a la menor oportunidad actuaba para su fortuna personal mientras pregonaba, entre sus semejantes, el bien de la comunidad que defendía. Por ejemplo, Facundo recibía con agrado los regalos que su madre traía de Estados Unidos.¿Quién no ha sido hipócrita en la llamada revolución?
De hito en hito, Vivir del cuento hacía todo a su alcance para no aburrir en un país que tiene mil motivos para echarse a llorar y se aferra, como a un junco en medio de un río impetuoso, a sus ganas de reír. El programa se vendría abajo si sus personajes no provocaran de manera constante. Al comienzo, Pánfilo, Chequera y Facundo. Después se les unió Ruperto, interpretado por el humorista y actor Omar Franco, y les fue igual, viento en popa.
Era el único programa que no quería perderme. Al menos lo fue durante una etapa larga, cuando pensaba que reír iba a edulcorar mi entorno: Ah, la ingenuidad. Con el tiempo, supe que había más personas que lo consumían casi exclusivamente. Hoy, sin duda alguna, es una adversidad tremenda que Andy Vázquez (Facundo) ya no esté en el reparto, uno de sus personajes más queridos. Se hacen campañas para pedir su devolución al programa, después de que el actor cometiera el pecado de incomodar a las huestes del poder con su vídeo en el mercado de Cuatro Caminos.
Más de diez años al aire y ya no faltaba quien diera por sentado que el elenco estaba a salvo del castigo más ejemplarizante. Quizás la prueba constante diera a sus actores cierto exceso de confianza, porque en Cuba nadie tiene la certeza de cuándo te vuelves un legítimo transgresor, lo suficientemente incómodo para que quieran sacarte de la cancha.
Facundo fue expulsado del programa, en un pestañazo. Puede ser que lo respalden muchas temporadas en la pantalla, el medio de comunicación predominante en el archipiélago, y el público haya creado lazos de empatía. La gente no se conformó y opinó que Luis Silva (Pánfilo), quien admite tener una relación de amistad con Vázquez, no hizo todo lo que estaba a su alcance en favor de su colega. Al cabo de los días, Vázquez salió en defensa del equipo, esgrimiendo las complejas situaciones que debieron sortear con tal de que el espacio se mantuviera a flote.
Hoy realmente las preguntas anidan, con mayor o menor fuerza, en nuestros pensamientos: ¿De veras Silva hizo lo que debía, todo lo que podía? ¿Fueron injustos sus seguidores con el, ligeros de juicio? ¿Silva tiene una vocación de servicio a su pueblo de tal magnitud que prefiere perder a uno de sus compinches a lo largo de estas jornadas que arrojar por la borda los logros del programa completo? ¿Y el resto, qué pinta?
El propio Vázquez ha reconocido que antes de Vivir del cuento, sus apariciones se limitaban a efímeros personajes en espacios nocturnos o a los orígenes de La neurona intranquila, un completo segundón. En estos días, sin embargo, no siente que su equipo le ha dado la espalda, y es normal, el cubano vive tan acostumbrado a no esperar mucho de lo suyos que cree firmemente que cualquier gestión mínima de apoyo, es una proeza homérica.
Dadas las circunstancias, también podemos preguntarnos por qué Silva y el resto no se plantó ante los mandamases que decidieron sacar a Facundo del elenco, con una protesta más enérgica, como rehusar continuar grabando episodios si Vázquez se marchaba. Al final es muy cuestionable aquello de “hicieron cuanto pudieron” en un país donde no se hace nada y nadie tiene muy claro, en realidad, hasta dónde llegaría con un propósito. ¿Por qué solo los dirigentes se arrogan el derecho de amenazar?
De cualquier modo, el equipo acaso se contuvo por no perder una serie de privilegios alcanzados después de tantas temporadas perfeccionando el sentido de subsistencia, negociando sus límites. Tanto han dicho y hecho los cubanos, bajo este ejercicio de preservación, que hoy los directivos del ICRT deben sentir que deshacerse de uno de los personajes más populares de la televisión en los últimos años no los perjudica en absoluto. Se sienten impunes, como se sienten quienes ahí gobiernan. Cada institución de la Isla se dirige, a fin de cuentas, del mismo modo autoritario en que se dirige el país.
Qué importa si la audiencia decae, en eso no va en juego nada del statu quo, lo que no puede permitirse el totalitarismo es una oveja descarriada. ¿Qué gracia tendría entonces el sistema, para qué Castro humilló tanto a sus súbditos?. Y miren las ironías del destino, pues no fue el personaje de Facundo, que con regularidad acababa en malas con los cuadros superiores durante los episodios, quien terminó sancionado por sus labores. Aunque, al igual que en el programa, él solo cargara con su cruz.
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