El primer acto vandálico es inundar un país entero de bustos de mierda. Partamos de ahí. Llenar un islote entero con monigotes de yeso y de plástico. Y pedir que los adoren después.
No son bustos de José Martí. Son escupitajos de cal contra José Martí. Acéptalo de una buena vez: que te dijeran en prescolar que ese era el Apóstol no significaba que lo era. Míralos. Dime si necesitas que te los describa. El timbre acabó el recreo, es tiempo de sacarse la pañoleta, chiquilín, y mirar las cosas como son.
El primer acto vandálico es poner cabezas amputadas que evocan a Martí a afear el ornato público. Destinar un contingente de brazos que no producen maíz ni automóviles, a producir bustos de mierda que estorbarán a la vista como piedrecitas en el ojo. Martí le pondría un petardo a la misma fábrica de bustos de Martí.
La primera falta de respeto es tomar a un hombre que iba por la vida sobrado de clase, encanto, pensamiento y universalidad, y convertirlo en cagadero de palomas provinciales, en excusado para las vejigas en carnaval.
Lezama fantaseaba con los poliamoríos que de seguro arrastró el cabroncete Martí. “Con las mieles derretidas de sus amantes debió enlodarse aquella Habana de mil ochocientos”, apuntó el de Trocadero sobre el héroe alguna vez.
Suerte la de ese Martí seductor y concupiscente no cruzarse con un busto suyo mientras iba de camino al fornicio, alguna doncella de su brazo. A cualquiera se le cae la virilidad: que si la nariz arrancada de un pelotazo, que si un pañuelo maculado colgándole de los hombros. Un depravado manoseándose lo suyo parapetado detrás del sitial oscuro: “Hágame la pala ahí, Apóstol”.
Los verdaderos vándalos llevan sesenta y un años fabricando bustos. Sesenta y un años citando frasecitas martianas como herejías contra un hombre irrepetible, poniéndole autorías de asaltos fracasados a cuarteles militares, pervirtiendo toda y cada una de sus palabras, convirtiéndolo en carne de mural sindical, en frasecita de choteo. Pero a ti te ofende que una pandilla de revoltosos modifique la fisonomía de esos bustos, y les ponga encima pinturita roja. Que tampoco es sangre.
Los que nunca han leído uno solo de los veintiocho tomos, son los más indignados. La plebe. El plebiscito de la hipersensibilidad. Los incapaces de albergar una sola idea inclusiva, pluralista, superior como todo lo que sí albergaba en su cabeza el Martí real, son los que a falta de vestiduras ya se han rasgado la piel de tanto disgusto.
Vandalismo es manchar el legado de un hombre bueno poniéndolo como responsable de un país malo. El pésimo país que hemos sido capaces de construir hasta hoy.
Un país donde no hay cemento ni vigas para guarecer a familias sin casa, porque los materiales son mejor empleados en refugios antimperialistas a los que el tiempo y la chapucería reconvirtieron en posadas para locos, asesinos y roedores.
Si a ti te ofende el performance de Clandestinos, pero no te da ni una encabronadita así que en la misma Habana que pierde edificios como una ciudad con lepra, estén reconstruyendo la Tribuna Antimperialista con recursos que apuntalarían todas las fachadas de tu barrio, tú tienes un problema. Y ya no es de pañoletas.
Si en tu código de escándalos pesa más un alborotador que pintorretea adefesios de yeso, que la Marcha de Antorchas con que los verdaderos vándalos le celebran el cumpleaños a Martí, aun cuando el vecindario de al lado huele a muerte y a podrido después de un tifón, no estaría mal vandalizarte un poco la cara a ti mismo. En tu busto no es un performance lo que haría yo. Naciste mereciendo el gaznatón.
Y yo no creo que los Clandestinos vayan a ser algo más que una anécdota curiosa, y no creo que yo mismo me sumara al empeño de sangrear los adefesios martianos como método de protesta. A mí se me da mejor esto de teclear mis protestas. Pero hay que matarme para que le haga yo al Apóstol la canallada de asociarlo a él con esas cabezas amputadas que fabrica algún contingente estatal.
Atiende lo que te digo: si mi barrio natal se llenara de bustos míos de plástico o de yeso, lo menos que podría yo pedir a quienes me quieren bien es que laven mi honra a mandarriazos. Que no quede uno en pie. Ve pensando qué deberemos hacer en la Cuba del futuro con esas cabezas macrocefálicas que dicen homenajear al cubano más universal.
A quien le perturbe mirar la pintura roja que parece sangre sin serlo, manchando algo que quiere ser José Martí sin tampoco serlo, no imagino lo que va a causarle descubrir, algún día, que en todo este tiempo los dueños de las fábricas de bustos contaminaron el legado de un hombre que tenía fe en el mejoramiento humano y la utilidad de la virtud.
Y la sangre de ese performance sí ha sido real.
¿Qué opinas?
COMENTARArchivado en:
Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.