Los Van Van, esa orquesta que marcó a una generación que cortaba la caña para luego enviarla como azúcar a la Unión Soviética, llega hoy a su medio siglo. Medio siglo haciendo gozar a los bailadores cubanos y cronista de una Habana que no aguanta más.
Juan Formell, con maestría y suspicacia, logró fusionar los sonidos de la isla y convertirlos en un ritmo contagioso: El Songo. El sello distintivo de la orquesta, aun cuando sus miembros ya no son los mismos, sigue estando marcada por un compás melódico, que sin importar en qué lugar te encuentres, saca de ti lo más cubano y lo convierte en diversión.
El público de la isla ha cambiado, el espectro musical se ha diversificado. Pero aun muchos cubanos se agitan con las Seis semanas vanvaneras, el Guararei de Pastorita y El negro está cocinando que, junto al dominó y el ron, forman parte del acervo cultural de una isla que una vez fue española, un poquito inglesa, sazonada con chinos y negros y norteamericana, como síntoma de modernidad, que fue el significado de Van Van con su irrupción en diciembre de 1969, a solo unos meses de Wodstock.
Los Van Van del siglo XXI, distan de aquellos que creara Juan Formell porque la muerte del músico quebró, de alguna manera, el rumbo y la rumba de la banda. ¿Será que su destino es el estancamiento artístico y solo les quedará vivir de las glorias pasadas? Esperemos que no porque Van Van sobrevivió incluso al cierre de cabarets y salones de baile y nació apenas un año después de la ofensiva revolucionaria que estigmatizó el rock como la música del enemigo y a los ritmos cubanos como sonido decadente.
Los retos que enfrenta no se lo hacen nada fácil a su actual director, Samuel Formell, quien debe pensar en como seducir a un público joven que prefiere otros ritmos más foráneos, que aquellos que su padre defendiera en escenarios de todo el mundo, de la voz de Lele, Israel y Pedrito; entre otros. Los jóvenes se parecen más a su tiempo, que a sus padres, pero Samuel está atrapado en esa generación de la Timba, a medio camino entre el Songo paterno y los ritmos urbanos de los muchachos que ahora mismo gozan eligiendo qué escuchar. Menudo dilema el de Van Van: Renovarse o estancarse, incluso morir con el Bajo y los Trombones puesto.
De las dos opciones, creo que lo mejor sería la primera, pero sin dejar de pensar en dónde poner los esfuerzos para que la música popular bailable no pierda el favor de los bailadores; esos que aún abarrotan el Carlos Marx cuando merece la pena, pero que echan de menos a Yuya Martínez y a Chango, el misterioso.
Llegados al medio siglo, los Van Van tendrán que demostrar que lo pasado también es bueno. Bailador que se para, muere. Músico que no suena, enmudece. Sobre todo, en una isla bailadora que, desde el Areíto, vio en la cumbancha su mejor manera de escapar al tedio y la bota.
Juan Formell convirtió la consigna caprichosa de diez millones de reveses en su canto de triunfo. Ahí namá...
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