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Mientras el artista Luis Manuel Otero Alcántara impulsa desde La Habana una campaña crowfunding para reunir el millón y medio de dólares que habría pedido Al-Shabaab por el rescate de los dos médicos cubanos que conserva en su poder desde el mes de abril, el presidente cubano se hace retratar con los familiares de esos dos médicos, unos la semana pasada, otros ayer, y cuelga las dos fotitas rematadas por los hashtags que repite como un mantra: Somos Cuba, Somos Continuidad.
Yo estoy preparado para ver a esos familiares de Landy Rodríguez y Assel Herrera haciendo juramentos públicos de lealtad revolucionaria en los noticieros cubanos. Lo estoy, porque me alcanzan diez segundos de empatía para imaginar el calvario que deben vivir esos pobres martirizados, sabiendo que sus jóvenes duermen en mazmorras de una bárbara pandilla terrorista. Si hay que rezarle a Fidel Castro se le reza. Quien tiene un hijo con la cabeza en un hilo no entiende mucho de posturas, ideologías o desafíos.
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Pero no estaré nunca preparado para asimilar que el mismo feudo que ha desplegado su maquinaria propagandística por cuanta causa le sale de sus cálculos testiculares; el mismo país que Fidel Castro paralizaba para marchar en respuesta a un cartel electrónico colocado por James Cason en su sección consular, no encuentre hoy apenas espacio, oh mira qué pena, para hablar de los dos médicos a cuyas cabezas el terrorismo ha puesto precio.
El próximo día 12 de agosto Landy Rodríguez y Assel Herrera cumplirán cuatro meses secuestrados por el grupo yihadista Al-Shabaab en la frontera de Kenia con Somalia, y los dos tweets de Díaz-Canel son la única referencia oficial cubana al caso durante semanas enteras.
Y qué tweets, por todos los demonios. A Miguel Díaz-Canel le falta tanta sangre en las venas, tanta alma en lo que habla o impulsa o escribe, que a su lado Raúl Castro era el Cirque du Soleil. Pero lo peor no es el tono de compromiso burocrático, aburridísimo, con el que este gobernante descafeinado dijo que estaba junto a los familiares de fulano de tal. Lo peor es el hálito fúnebre que despide una construcción como esta: “Le expresamos aliento y afecto en tan díficil situación. Familia trabajadora y humilde que todos debemos apoyar.”
Solo le faltó deslizar la palabra pésame. La vi venir. Apestaba a obituario.
Después de todo, la indignante displicencia con que este burócrata convertido en presidente ha tratado ese secuestro, nos despeja las dudas, si alguna nos quedaba: al poder cubano le importa tan poco el destino de esos dos chicos, que no solo no ha movido los hilos de sus influencias, que vaya si las tiene; no solo no pone en pie de guerra a todo el aparato de propaganda, ni saca a los cubanos a marchas de consignas y cabezas hirvientes por el calor. Es que ni siquiera hace como si los doctores vivieran.
Elián González jugaba en el patio de Delfín allá en La Pequeña Habana, a salvo, con juguetes y amores y devoción de una comunidad entera, y para recuperarlo el castrismo invirtió los recursos que quizás hoy pudieran aliviar estómagos o tendidos eléctricos de todo el país.
Landy Rodríguez y Assel Herrera se mueren un poco todos los días, rehenes de una milicia de matones que, por citar solo una línea del currículo, hace solo dos años entraron en los libros de récords africanos. Ejecutaron el atentado más sangriento de la historia de Somalia: 587 muertos, 316 heridos. La detonación en pleno Mogadishu hiela la sangre.
Para esos, para rescatar a los médicos propios de las garras de esos carniceros, Cuba no tiene voz ni voto, ni dignidad, ni es faro y guía de nada, ni llave de más nada, ni encuentra foros o tribunas, o adulones en Euskadi, cómplices en Québec, voceros en La Paz, votaciones en la ONU.
Los cinco de la Red Avispa, hoy sanos y sanos, rollizos, cachetudos de salud y aire acondicionado, tienen más titulares ahora mismo, son más noticia para la prensa cubana (que si uno almorzó con Danny Glover la semana pasada, que si otro inauguró una escuela) que dos víctimas que podrían aparecer desollados en cualquier momento, en un video propagandístico de los muyahidines de Al-Shabaab. Mejor ni comparar cuando los espías eran todavía prisioneros del imperio asesino que les devolvió con más salud de la que trajeron a cuestas.
Ahora que Jair Bolsonaro ha cumplido su palabra y cerca de dos mil médicos cubanos podrán obtener residencias en Brasil y comenzar trámites para insertarse al sistema de salud nacional, y ahora que Landy y Assel están por cumplir los cuatro meses de secuestro en África y de entierro mediático en Cuba, pienso en el inútil pero hermoso gesto de un activista sin poder pero con alma, que intenta recoger un dinero que sabe que no conseguirá, pero que sirve para al menos ganarse a la fuerza un titular.
El crowfunding de humo de Otero Alcántara sirve para recordar que ahora mismo hay dos cubanos en peligro de muerte mientras Fernando Echevarría declama por los tostones y el café fuerte, y mientras el mismo grupo de rufianes que no para de hablar de unidad, de pueblo, de luchas y conquistas, ya los ha enterrado en olvido.
Qué mala suerte la de Assiel y Landy, no haber sido secuestrados por algún enemigo.
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