En el verano de 1989, el periodista Pablo Socorro vivió una experiencia profesional que ha marcado para siempre su vida. Siendo reportero de la Agencia de Información Nacional (AIN), fue designado por el gobierno cubano para escribir las versiones oficiales del juicio de la Causa No. 1, que concluyó con la condena a muerte por fusilamiento del General de División Arnaldo Ochoa Sánchez, el coronel Antonio de la Guardia Font, el mayor Amado Padrón Trujillo y el capitán Jorge Martínez Valdés.
Las tribulaciones de la cobertura periodística del caso, personalmente controlada y editada por Fidel Castro hasta altas horas de la madrugada, convirtieron a Socorro en testigo excepcional de un acontecimiento que conmocionó al país y erosionó sin remedio la legitimidad del régimen cubano ante la comunidad internacional.
Las libretas de notas de Socorro nunca pudieron salir de la oficina del entonces jerarca del régimen, Carlos Aldana, lugar donde se escribieron los reportes que aparecían al día siguiente en la prensa oficial. Las libretas eran revisadas al terminar cada sesión judicial y en ocasiones le arrancaron hojas con apuntes comprometedores escuchados ante el tribunal, como la revelación del acusado Eduardo Izquierdo de que había recogido en Varadero al narcotraficante colombiano Pablo Escobar para llevarlo a una casa de protocolo en La Habana.
Periodista de probada ejecutoria, poeta y escritor costumbrista, Socorro desertó durante un viaje a Estados Unidos en 1996 y trabajó por 20 años como cronista deportivo de la Agence France Press (AFP) antes de retirarse en 2017. Actualmente reside en Tampa.
Al cumplirse 30 años del dramático desenlace de la Causa No. 1, Socorro habla con CiberCuba de su libro en preparación sobre el caso Ochoa-LaGuardia y de cómo vivió aquel verano de 1989, cuando la revolución castrista emuló a Saturno.
¿Cuáles son los recuerdos e imágenes más impactantes que permanecen en su memoria, 30 años después del juicio de la Causa No. 1 de 1989?
Dos imágenes quedan en mi memoria de aquella farsa de juicio: Tony de la Guardia llorando de impotencia en el escenario ante las acusaciones del fiscal Juan "Charco de Sangre” Escalona; y Ochoa, sentado sólo en la primera fila a la izquierda, al parecer ajeno a todo aquello. “La soledad del condenado”, escribí en mi libreta de notas, pero luego arranqué la página, pues la libreta se quedaba en la oficina de Carlos Aldana, jefe del Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR) del Partido Comunista por ese entonces y luego también destituido. Allí nos llevaban al director de la AIN, Roberto Pavón, y a mí, para escribir la versión que al día siguiente saldría publicada en Granma.
¿Cómo fue el proceso de cobertura y control de información del juicio? ¿Cómo se procedía?
Fue una cobertura de prensa muy dirigida, en la que solo participaron los directores de los medios nacionales (Granma, Juventud Rebelde, Trabajadores, y el presidente del ICRT) y algunos periodistas escogidos más por filiación revolucionaria que por su capacidad profesional. De todos, él único medio autorizado a escribir lo que allí sucedía era la AIN, que debía hacer las versiones oficiales. A mí tocó la tarea, una de las más difíciles de mi carrera, pues era como caminar al filo de una navaja.
Aunque las versiones que hice por cada sesión del juicio eran revisadas meticulosamente por Fidel Castro, siempre estaba el peligro de haber puesto en blanco y negro algo inconveniente. Recuerdo que escribía en una máquina que me ponían en la oficina de Carlos Aldana, y Pavón fungía de editor, revisando lo escrito. Cada 10-15 minutos llegaba Chomi Miyar [José Manuel Miyar Barruecos], secretario personal de Fidel Castro, y nos pedía lo escrito para que el Jefe lo revisara. Ni Aldana ni nadie más leía lo que yo escribía, así que en cierta forma, Castro actuó de editor y censor. Al rato, Chomi volvía con los papeles, con muchas coletillas agregadas por Fidel -a veces párrafos enteros agregados, y por suerte, nunca ninguno de los escritos por mí tachados- y se mandaban para la AIN.
Recuerdo que cada cuartilla tenía en el margen inferior las iniciales FCR, y supuse era la forma de Castro indicar que ya las había revisado. Un primer bloque de cuartillas se lo dábamos a un capitán de la ayudantía de Palacio, encargado de llevarlo a la AIN, donde un equipo de teletipistas, previamente seleccionados, lo copiaba en cintas de teletipos. La transmisión quedaba congelada hasta que estuviera completa toda la versión. El militar se quedaba en los telex, a la espera de otro oficial con el último bloque.
Entonces se revisaba todo de nuevo, desde el punto de vista de errores mecanográficos, y se transmitía en exclusiva solo para Granma. Una hora después se pasaba a Radio Reloj. Más tarde, un equipo de periodistas en la AIN hacía versiones condensadas para los otros medios, incluyendo Radio Rebelde, el Noticiero de Televisión y Prensa Latina.
Al finalizar la jornada, el militar recogía las cuartillas y se las llevaba. Con el tiempo me enteré que todo documento que tuviera la más mínima letra de Fidel Castro, era archivado en la Oficina del Comité Central del PCC, adscrita al Archivo Histórico del Consejo de Estado.
Escribir toda la versión no debía demorar más de una hora, pues tenía la presión de que Granma estaba esperándola para el cierre. Terminada la jornada, debíamos esperar en la oficina a que toda la versión tuviera el visto bueno de Castro, o por si él quería darnos alguna orientación para la siguiente sesión. Entonces entregaba la libreta de notas a Chomi, quien me la devolvía al día siguiente. Sobre las 4-5 de la mañana nos montaban en un carro y nos llevaban a casa. Al día siguiente nos recogían sobre las 12 p.m. y vuelta a empezar. Así, los dos días del juicio.
¿Comentaban entre sí, los periodistas seleccionados para cubrir el juicio, sobre lo que estaban presenciando o mantenían hermetismo a la salida de las sesiones? ¿Había alguna orientación expresa “desde arriba”?
Durante las sesiones nadie hablaba, solo el fiscal y los acusados. En los recesos, mientras tomábamos una merienda en los pasillos del teatro, nadie se refería al juicio. Todos sabíamos que había cámaras y micrófonos por todo el recinto, y nuestras palabras y gestos serían analizados por los especialistas de la Contrainteligencia Militar, que tuvo a su cargo todo la investigación del proceso.
Expresamente, a los periodistas nos prohibieron hablar sobre las sesiones del juicio, incluso con nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo. Mis compañeros de la AIN se sentían frustrados, porque no podían sacarme nada que no hubieran visto ya en las imágenes editadas de la TV o las versiones. Solo le conté parte de lo que ví a mi esposa, mientras estábamos en la playita del Tritón (puros arrecifes), donde solía llevar a mis niñas. Sabía que en mi casa y el carro podía tener micrófonos instalados. Recuerdo que le dije a mi esposa: “Si esta gente se están matando entre ellos, aquí nadie está a salvo”, y ahí empezó mi descontento con el régimen. Fue como acabar de quitarme la venda de los ojos, o sacar toda la mierda que durante tantos años me habían metido en el cerebro. Ese proceso de abrir los ojos empezó con el nacimiento de mis hijas. Cuando eres padre, las perspectivas cambian.
¿A quiénes recuerda entre los periodistas seleccionados?
En el juicio estuvieron presentes, como periodistas, Susana Lee, de Granma, Pedro Martínez Pírez, de Radio Habana Cuba, los directores de medios nacionales como la AIN, Granma, Juventud Rebelde, Trabajadores, Bohemia, Prensa Latina y el ICRT. También estaba un equipo del NTV, imagino para después sacar las versiones editadas. Se me pueden haber escapado algunos, pero esos fueron con los que hablaba en los recesos del juicio.
Usted tiene listo un libro sobre sus experiencias en el juicio. ¿Cómo se lo presentaría ante los lectores de CiberCuba? ¿Qué novedades y revelaciones históricas pueden hallar los cubanos en su libro?
Tuvieron que pasar 10 años en el exilio, y miles de páginas leídas de otros libros y testimonios, para que me decidiera a escribir sobre la Causa Número Uno. Aún ahora, siento que el libro no avanza, pues muchos de los involucrados, que viven en el exilio, siguen renuentes a dar su testimonio. Hay un gran temor por las represalias que pueda tomar el régimen, que, como se sabe, tiene una mano larga y artera para el castigo. El enfoque que le estoy dando al libro es el de un gran reportaje de mis vivencias personales en esos días. Me inspira algo así como Reportaje al Pie de la Horca, de Julius Fučík.
Como es lógico, hablaré sobre dos o tres cosas que vi en ese juicio y que nunca han salido a la luz pública, pero mis conocimientos del caso en ese entonces no iban más allá de lo que decía el régimen, o me decían que escribiera. Ya en el exilio he podido conocer más en profundidad muchas de las causas, consecuencias y efectos de aquel aquelarre llamado juicio.
Hay libros muy valiosos por su carga testimonial como los de Norberto Fuentes, Jorge Masetti, Juan Antonio Rodríguez Menier, ex jefe de Centro de la DGI en Budapest, Juan Reynaldo Sánchez, el ex escolta de Fidel Castro que murió en el exilio de un fulminante y sospechoso cáncer, y el testimonio de Iliana de la Guardia, la hija de Tony de la Guardia.
¿Piensa usted que los cuatro acusados principales en el proceso pensaban que iban a ser fusilados? ¿Cuál era su impresión entonces?
Muchos autores y familiares de los fusilados aseguran que Fidel Castro les prometió a Tony y Ochoa que no serían fusilados si colaboraban para salvar a la Revolución, lo cual era lo mismo que salvarse él. Creo que Tony y Patricio, su hermano, se lo creyeron, pero Ochoa supo que ya era hombre muerto, desde el mismo momento en que fue llamado a la oficina de Raúl Castro para que confesara sus “pecados”. Más allá de sus actos en defensa de un régimen asesino, hay que admirar siempre el valor de todo hombre ante la muerte, y según cuentan, Arnaldo Ochoa enfrentó a sus victimarios con hombría. Creo que todos, los fusilados, los condenados y los “suicidados” -que fueron muchos- pagaron el pecado de vender su alma al diablo.
De todos los 14 acusados, ¿cuál de ellos le impresionó más en las jornadas del juicio?
Sin dudas, Arnaldo Ochoa. Más que entereza, lo que demostró durante el juicio fue una desidia total por su vida. Tony de la Guardia tuvo momentos en que le salieron las lágrimas en público, pero creo fue más por impotencia que por miedo. En sentido opuesto estuvieron Eduardo Izquierdo y Reynaldo Ruiz Poo, que se mostraron como los verdaderos cobardes que eran. Izquierdo se desmayó cuando recibió su sentencia de 30 años de cárcel. Por cierto, durante su interrogatorio en el juicio, a Izquierdo se le fue un desliz, que el fiscal Escalona trató se subsanar diciéndole que “no invente cosas Izquierdo”. Esto no salió en la edición editada de la TV cubana. En un momento de su interrogatorio por el fiscal, Izquierdo reveló que él había ido a buscar a Pablo Escobar a Varadero para llevarlo a una casa de visita en El Laguito. Fue la revelación más directa que se hizo en el juicio de las relaciones entre el narcotraficante colombiano y los capos Castro. Después se desdijo, y argumentó que los hechos “se le confundían”. Recuerdo que anoté el nombre de Pablo en mi libreta, y al día siguiente, cuando la recogí, habían arrancado esa página.
¿Calculó usted que tras la Causa No. 1, vendría una Causa No. 2 contra la élite del MININT? ¿Participó también en ese otro juicio?
Pocos sospechábamos la escabechina que se formó en el MININT y en el MINFAR después del primer juicio. Cuando me dijeron que cubriría también la Causa Dos que se le abrió a José Abrantes, ministro de Interior, y a altos oficiales del MININT, y que informaría del juicio junto a otros dos compañeros de la AIN, me pude zafar porque en esos momentos mi hija estaba ingresada en el hospital por alergia respiratoria. Pocos después vino una Causa No. 3, y cientos de oficiales fueron destituidos, jubilados o removidos de sus cargos. Vivimos la etapa más convulsa de esa revolución, y yo fui amanuense de esa historia.
Tantos fusilados, tantos condenados, tanta gente destruida, demasiados para estar en el ajo del narcotráfico. Debió haber entonces una causa mayor para tanta limpieza. Me preguntaba por qué Abrantes fue condenado a 20 años y luego asesinado, y Raúl Castro salió más fuerte que nunca. Como no podía encontrar en Cuba las respuestas -aunque las sospechaba-, me marché al exilio. Aún hoy sigo buscándolas.
¿Qué considera esencial de aquel juicio que falta aún por decirle al pueblo cubano?
Estoy firmemente convencido de que la verdadera causa de ese juicio solo saldrá a la luz cuando se derrumbe el régimen castrista. Como sucedió cuando se cayó el campo socialista y empezaron a aparecer todos esos horrores en los archivos de la KGB, la Stasi y archivos secretos de otros regímenes comunistas, la historia se repetirá en Cuba.
Se han escrito muchos libros, millones de palabras sobre este caso, testimonios muy bien documentados, y muchos que no dejan de ser especulaciones, pero la verdad permanece tan encerrada como las cenizas del dictador en su piedra santiaguera. Algún día saldrá a la luz esa verdad, si es que a esas alturas le importa a alguien, y la historia no absolverá en modo alguno a los Castro, y a todos los oficiales de las FAR y el MININT que se prestaron a la farsa y que, por cierto, muchos de los que estuvieron en ese juicio después fueron también juzgados, condenados, expulsados o “suicidados”.
Pablo Socorro se graduó de la Licencia en Periodismo por la Universidad de La Habana, en 1977, y trabajó durante 15 años para la AIN -hoy Agencia Cubana de Noticias-, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba. En 1986 pasó a formar parte del Equipo de Cobertura de Prensa de Fidel Castro. A partir de 1992 dirigió la revista Récord del INDER. Desertó en EEUU tras asistir al Mundial de Lucha Grecorromana en Colorado Springs, en 1996. Laboró para la agencia Reuters en Miami y desde 1998 fue contratado como editor deportivo y reportero de la AFP en Los Angeles, donde permaneció hasta su retiro en 2017. Ha publicado los libros de crónicas Hablar en Cubano (2018) y Crucero Adonia: la vuelta a Cuba en una semana (2019), y el poemario Orgasmo de tu ausencia (2019). Actualmente reside en Tampa, Florida.
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