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Mira cómo te digo y marca estas palabras con cincel: cualquier cosa que me evite la guerra nuclear me sirve. En efecto, por si te suena a meneo: cualquiera, me sirve cualquiera. Un edicto, un mandamiento bíblico o constitucional, un loco mesiánico o un loco presidencial, una luz cegadora/un disparo de Nievi. You name it, I´ll say yes. Con la guerra nuclear no juego. Bueno, con la guerra nuclear no juega nadie. El más bravucón, piensa en ese. Él tampoco juega con ella. Por algo será.
Si marcaste mi tesis inicial, déjala un momento al lado porque ya quedó establecida.
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Dicho esto, ¿no te dio nada ver al líder del mundo libre y democrático jangueando (ese vocablo insustituible) en la Zona Desmilitarizada este fin de semana junto al líder del país más esclavo del planeta? ¿No te dio nada, de veras?
Porque a mí no me lo dio y ahora te explico por qué, pero a ti, paladín de la pureza libertaria y la tradición democrática de la nación americana, a ti que la imagen del otrora líder del mundo libre y democrático bajándose un partido de beisbol junto al líder de un islote totalitario, te quitó el hambre el sueño y la sed, coño, a ti algo debería darte, ¿no?
A mí no me da nada porque yo soy de esa raza impura y espuria que, como he dicho antes, me sirve cualquiera por tal de alejar la guerra nuclear hasta que no sea más que un concepto abstracto. Yo soy un cambia casacas, ¿cierto? Y por ende, cualquier escenario que empolve los misiles nucleares de Kim Jong Un, o los de Vladimir Putin, me viene como difenhidramina a mi insomnio. Pero tú no eres como yo.
Yo te recuerdo loco por “meterle caña al chinito”. Que Trump se rice la melena y le ponga el dedo al botón nuclear, ¿te acuerdas? ¿Te acuerdas cómo gozaste aquel espectáculo lamentable, de patio escolar, en el que un presidente de Estados Unidos se enzarzó a boconadas de Twitter con un dictador de Norcorea, y discutió -literalmente- quién tenía el botón más grande? Bueno, te cuento que no solo no le metió caña, sino que ha terminado diciendo que Kim Jong Un tendrá un futuro tremendo y será un gran líder.
Este domingo, el hombre duro ha dado tres pasos más. El primero, simbólico: “Nos hemos caído bien desde el primer día”, dijo Trump en referencia a su primer encuentro con Kim “The Rocketman” Jong Un, en junio de 2018 en Singapur. (El mote no me lo achaques a mí, lo de “Hombre Cohete” ¿adivina quién lo acuñó?) El segundo, concreto: “Voy a invitarlo ahora mismo a la Casa Blanca”, dijo este domingo frente a cámaras el presidente cowboy, nuestro hombre duro en la península, mientras el gordito sonreía, apacible. (Lo de gordito tampoco me lo recrimines a mí. Corre a Twitter, te llevarás una sorpresa).
El tercer paso ha sido histórico. A las 15.30 hora coreana, Donald J. Trump cruzó la franja en la aldea de la paz, Panmunjom, el sitio que acogió sin éxito a 800 cumbres entre ambas coreas, el lugar que Bill Clinton bautizó en 1993 como “el más peligroso del mundo”, dio un pasito al norte y se convirtió en el primer presidente de Estados Unidos en ejercicio que pisa suelo norcoreano. O, dicho en clave de Twitter: el primero en visitar la dictadura más aborrecible y sanguinaria de este mundo nuestro.
Cuéntame: ¿no te da nada?
Porque lo ha hecho sin sacarle todavía nada a cambio al gordito de los cohetes. Como Obama con Raúl, ¿te acuerdas? Trump ha dicho- ¡antes de saludar a Kim Jong Un siquiera, en 2017! – que era un gran honor encontrarse con él. ¿Tú leíste algo así de Barack Obama con Raúl Castro? Porque yo no. Yo más bien vi un discurso de Obama televisado a todos los cubanos de la isla donde desmontaba el fracaso del comunismo, y ponía a Miami como ejemplo de que sabemos hacer los cubanos en libertad. Pero sí leí tus gritos desesperados porque el presidente demócrata dejara de avergonzar, ay, a la libertad que predicamos en Estados Unidos.
En la única cumbre que Donald J. Trump puso condiciones a Kim Jong Un, el dominó quedó trancado. Sucedió en Hanoi, en febrero último. El mandatario estadounidense exigía la total desarticulación del programa armamentístico nuclear norcoreano, y ofrecía a cambio el levantamiento de las sanciones a Pyongyang. Kim Jong Un, digno heredero de la tradición tiránica de su padre y su abuelo, sonrió una vez más. Solo ofrecería desmantelar, y gradualmente, el centro nuclear de Yongbyong. De las verificaciones internacionales hablarían luego. Trump abandonó la reunión. La ha vuelto a retomar cinco meses después, con elogios por delante, pasos simbólicos, concretos e históricos, y sin un solo acuerdo o concesión en su mano.
Ah, concesión, esa palabrita tan recurrente en el debate cubano-estadounidense. ¿Recuerdas? Que si Barack hizo demasiadas concesiones con Castro. Que si Cuba no hizo ninguna concesión con Estados Unidos. Te quedabas ronco, te dejabas la carne en los debates de red social y pasillo y mesa de comedor.
Por eso me asombra tu silencio.
Yo estoy seguro de que te irrita igual. ¿A que sí? Yo estoy seguro de que eras honesto cuando decías que era una vergüenza ver a Barack Obama estrechando manos con un dictador repugnante como Raúl Castro. Por eso te digo un secreto: ni en sus peores desenfrenos Fidel Castro, faro y guía de Raúl, causó a los cubanos un tercio del horror que Kim Il Sung y Kim Jong Il, faros y guías de Kim Jong Un, causaron a los norcoreanos desde la mitad del siglo pasado.
Cuando me hables de Período Especial, y de la delgadez de los cubanos, y de la polineuritis avitaminosa, yo solo tengo un dato para ti: el “Período Especial” de Corea del Norte dejó dos millones de muertos. La cifra no es exacta, como nada con estos países calabozos, pero hay consenso entre Naciones Unidas, Médicos sin Fronteras, informes de 2006 encargados por Vaclav Havel y un sinnúmero de organismos internacionales. Poco más, poco menos de dos millones de muertos en la misma década de los ´90 que acogió el Período Especial cubano.
Médicos sin Fronteras, de hecho, denunció en 1998 casos de canibalismo entre campesinos norcoreanos como único método de subsistencia. La hambruna nacional tras las inundaciones de 1995 y 1996 alcanzó un horror tal que en 1999 el propio gobierno de Pyongyang admitió la muerte de 220 mil personas en los últimos 4 años, producto a la malnutrición.
Doscientas veinte mil personas. Poco más que eso es toda Guantánamo, la ciudad del extremo oriental cubano, también extremo de pobreza nacional. Tras la muerte de Kim Jong Il en 2011, el vocero de la dictadura norcoreana para occidente, ese catalán folklórico llamado Alejandro Cao de Benós, me dijo telefónicamente para una entrevista que publiqué por ese entonces, que si dos millones de patriotas debieron morir por tal de alcanzar el arma nuclear, su sacrificio estaba justificado. Luego de eso le colgué.
Si me hablas de represión castrista, o de UMAP, o de Damas de Blanco, o de las cifras de Human Rights Watch para nuestra sufrida isla, yo te pido mirar las de la península coreana en su extremo norteño, y luego regresa, yo seguiré aquí presto al forcejeo de análisis.
Hace apenas 5 años Amnistía Internacional detallaba la existencia de al menos seis campos de concentración en todo el país. El mayor de ellos se llama Yodok, y por entonces encerraba a 50 mil personas, incluidos niños y mujeres. El célebre informe de Vaclav Havel daba cuenta de casi medio millón de “traidores a la Patria” muertos en los últimos 30 años. Ser traidor en Corea puede ser una cosa muy simple. Alcanza, por ejemplo, con resistirte a saludar a cada una de las ciclópeas estatuas del “Gran Líder” Kim Il Sung que inundan el país, si te detienes delante.
Bueno, con el elegido dinástico para perpetuar ese paraíso comunista en Corea, nuestro neoyorkino, capitalista, republicano y campeón de la democracia en Occidente, Donald J. Trump, el hombre que ha puesto en su lugar al terrible Miguel Díaz-Canel, ha posado sonriente, ha caminado por ese mismo suelo donde acontecen esas nimiedades autoritarias, y oye lo que te digo: borracho de poder y gloria histórica, a ese mismo dictadorzuelo norcoreano nuestro hombre duro de Washington lo va a llevar de paseo a la Casa Blanca.
Como mis palabras sobre la guerra nuclear, marca con cincel también esas palabras.
Ahora que te has enterado de todo, ya te puedes molestar. Corre. Pero que se note, ¿vale? Bastante me ha costado digerir que no te perturbe llamarte anticomunista y poner en la Casa Blanca a un hombre incapaz de articular algo sobre Vladimir Putin que no sean elogios como amapolas. Yo, que no quiero guerra nuclear ni en el Warcraft, no toco tambores de ira por ello. Pero me sorprende que no lo hagas tú, insisto.
En nombre de la coherencia, te imploro que manifiestes de una vez tu indignación por lo acontecido este domingo, amigo cubano votante de Trump. Que el Estadio Latinoamericano no tiene más símbolo que la Zona Desmilitarizada de Corea, te lo juro. Ahora que La Habana ha vuelto a ponerse en el candelero de los males por extirpar, no quisiera yo terminar pensando que en tu cabeza y en tus escrúpulos, con Raúl no, pero con Kim sí.
Lástima que Carnival no tenga rutas hasta Pyongyang.
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