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A tres salarios íntegros y la mitad de otro, equivale uno de los perros que actualmente se venden en la tienda Carlos III de la capital cubana. Ello, solo en caso de que el ingreso mensual de los potenciales compradores ronde la cifra de 767 pesos, salario medio en Cuba según la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI).
No se trata de cachorros del mejor pedigrí, sino cerámicas de sonrisa torcida pero perenne que podrían “engalanar” los hogares de aquellos que abonen la suma de 98,70 CUC (2.467,5 pesos cubanos).
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Seguramente son traídos de la remota China, en algún barco mercante, junto a la selecta mercancía que los importadores del gobierno cubano escogen para que nuestro pueblo coma, vista, calce y, por supuesto, también se alboroce con tan exóticos ornamentos.
Para gustos los colores, y para sinsentidos las shoppings. A estas alturas ya a nadie debiera extraña la mercancía bizarra que puebla las tiendas recaudadoras de divisa, ni los abusivos precios de sus artículos, casi siempre con un gravamen del 200% sobre el costo original.
Estos precios se unen a los absurdos de Cuba, donde expulsan a un funcionario gubernamental por autorizar una marcha en favor de la protección animal, mientras siguen impunes quienes llevan a cabo actos tan inhumanos como quemar vivo un cachorro a la vista de todos.
Al respecto, una de las jóvenes que marchó en La Habana dijo que “¿cómo van a entender la necesidad de proteger un animal, si son los mismos que invierten nuestro dinero comprando esos adornos horrendos que luego le venden al pueblo?”.
“Es imposible no mirar este tipo de cosas desde un prisma cultural, nos educan en el mal gusto, y nos lo cobran bien caro, a la vez que frenan el amor y el cuidado a los animales”, concluye la activista.
Pese a que muchos cubanos solicitaron la inclusión del derecho de los animales en la nueva Constitución, aprobada el pasado febrero, las autoridades cubanas no lo hicieron y el país aun tiene pendiente una ley de protección animal.
Las autoridades han dicho que están elaborando un proyecto de Ley de Bienestar.
Sin embargo, hay quienes se paran delante del ancho panel de vidrio en Carlos III y contemplan con añoranza los cachorros.
“Esos son los mejores, porque ni cagan, ni comen, ni ladran”, sostiene una dependienta ante el evidente entusiasmo de dos mujeres que levantan en peso uno de los ejemplares.
“Una vez escuché decir que no hay mejor medidor del nivel cultural de un país que la manera en que sus ciudadanos tratan a los animales", apunta la activista María Victoria, una joven de 23 años, que dio cobija en su casa a la Yoya, Mufasa, Voltaire y León, una perra y tres gatos que salvó de estar en la calle.
"¿Con 100 CUC tú sabes cuántos perritos se salvan? Ojalá este pueblo llegara a comprenderlo algún día: un perro de yeso nunca podrá emular con los afectos de una mascota real”, apunta ella.
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